Mi Vida con el

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Mi nombre es Jeannie. Seguramente, habrás oído hablar de mí. Mi historia o, más bien, la que alguien escribió sobre mí, se ha narrado demasiadas veces.

Pero ésa no es la verdadera historia. Los detalles importantes han sido por completo olvidados. Uno podría pensar que, después de contarla tantas veces, alguien, alguna vez, habría descubierto la verdad. Y quizá alguna de ustedes ha sabido leer entre líneas y sospechar la verdad, por increíble y sorprendente que pueda parecer. O quizá la verdad es demasiado fantástica. Admito que hay veces que ni yo misma puedo creerla y todo parece un lejano sueño.

En realidad, algunos de los hechos que se narran en la historia son auténticos porque, para salvar la vida de mi padre, consentí en vivir con una criatura aterradora que era más bestia que hombre.

Y también es cierto que me enamoré de Sean.

En cuanto a lo que pasó después, los libros de historia son muy certeros en su exposición, ya que Sean, al descubrir mi amor, fue inmediatamente liberado de su maldición y retornó a su forma original, como príncipe.

Nos casamos ese mismo día.

Pero ahí es donde terminan los parecidos entre la leyenda y la increíble realidad. Porque no he vivido «feliz para siempre» desde ese día.

Verás, yo... hecho de menos a mi Bestia.

Mientras sobrevivo entre los muros de este castillo, no dejo de recordar el primer día que pasé aquí.

Salí de mi cuarto ese día muy alterada y, con mucha cautela, recorrí la multitud de corredores que conforman esta fortaleza. No había podido pegar ojo en toda la noche y, a pesar de mis interminables especulaciones, seguía sin saber por qué Sean había solicitado mi presencia. Pasé el día sola, entrando y saliendo de las habitaciones y explorando el castillo, mientras intentaba averiguar qué me esperaba.

No quiero decir que hubiese ido al castillo de Sean contra mi voluntad, ya que estaba deseosa de dejar atrás la pobreza y el aburrimiento de mi infancia. De modo que, cuando se me ofreció esta aventura, no me sentí del todo insatisfecha.

Yo no sabía el aspecto que debería tener el interior de un castillo, pero me pareció que todo lo que veía era exactamente como debía ser. Austeros antepasados mirándome desde los retratos que colgaban en las paredes, por ejemplo. En otras había espléndidos tapices que mostraban meriendas campestres en Francia, viñedos italianos y otros temas exóticos. Los muebles eran de intrincada y antigua talla, en las maderas más exóticas, y las alfombras, persas, extravagantemente mullidas y llenas de color. En resumen, todo era de una extraordinaria belleza y esplendor.

Ese día no me encontré con Sean mientras vagabundeaba por los pasillos. Un criado me había llevado directamente a mis habitaciones tras despedirme de mi padre, mientras otros colocaban dos enormes arcones en la carreta. Eran un regalo de Sean y estaban llenos de tesoros que mi padre debía llevarse con él. Me animaba imaginar la alegría de mi familia cuando abriesen esos arcones.

No salí de mi habitación esa noche, aunque no podía dormir. Pensé en mi vida durante las largas horas de oscuridad y, al día siguiente, mientras paseaba por las habitaciones del castillo, no vi un alma.

La cena fue anunciada con una campanita y fue en el comedor cuando, de nuevo, me encontré con Sean. A pesar de su monstruosa apariencia y áspera voz, me sorprendió comprobar que, de hecho, era un anfitrión muy galante. La cena transcurrió en agradable conversación y comida y bebida delicada para el paladar.

En cuanto terminamos de cenar, Sean se levantó de la mesa, mirándome fijamente con sus ojos oscuros antes de preguntar:

—¿Quieres casarte conmigo, Jeannie?

Yo lo miré, absolutamente atónita. ¿Qué podía hacer? Aunque mi corazón latía a toda velocidad, advirtiéndome que no enfadase a Sean, conseguí susurrar:

—No.

La Bella y La bestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora