Miedo y Exitacion

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Me puse colorada cuando nuestros ojos se encontraron, pero él no hizo indicación alguna de que se hubiera cuenta. Su comportamiento, al fin, hizo que volviera a sentirme cómoda e incluso disfruté de su conversación.
Más tarde, Sean se levantó y me hizo la misma pregunta que la noche anterior y la que me haría cada noche después de aquello:

—Jeannie, ¿quieres casarte conmigo?

A lo que yo siempre contestaba:

—No.

Nuestra amistad floreció. Y, sin embargo, cada vez que oía ruido al otro lado de mi habitación me sentía angustiada, esperando ansiosa el golpecito en la puerta...

Pero Sean nunca volvió a llamar.

Fui yo, incapaz de dormir una noche, quien, sin saberlo, se encontró en las habitaciones privadas de Sean cuando iba a la biblioteca para buscar un libro. Oí un ruido, una especie de gruñido, al otro lado de una puerta mientras pasaba por delante y me detuve abruptamente.

Un segundo después volví a oír ese ruido. Supe inmediatamente que era Sean y sentí compasión por él. ¿Estaría enfermo?

Sin pensarlo, llamé a la puerta de su habitación. Silencio. Volví a llamar.

—Vete —oí que decía Sean por fin, en tono de súplica.

—No me iré —repliqué yo—. No hasta que haya comprobado que te encuentras bien.

Silencio de nuevo.

—Por favor —imploré de nuevo—. Abre la puerta y déjame...

— ¡Aléjate de la puerta, Jeannie! —me ordenó Sean —. ¡Márchate ahora mismo o estarás en peligro! :grito:

Su tono era controlado, pero había una nota de desesperación en su voz.

Muchas veces me he preguntado por qué no me marché entonces. Me decía a mí misma que no podía dejar a un amigo angustiado. Me he dicho que era la curiosidad. Me he dicho muchas cosas, pero sospecho que tampoco tú las creerías.

De modo que puse la mano en el pomo de la puerta y abrí la puerta de la habitación de Sean.

Dentro estaba completamente a oscuras. Di un par de pasos buscándolo en la oscuridad... y la puerta se cerró bruscamente tras de mí. El vello de mi nuca se erizó.

La oscuridad empezaba a aclararse poco a poco, permitiéndome ver algo. Miraba alrededor de la habitación, buscando la forma de Sean y, de repente, oí el chirrido de unas anillas de metal. Una cortina de terciopelo fue apartada de golpe y la luz de la luna penetró en la estancia. Ahora podía ver a Sean acercándose. También podía oír su irregular respiración y me di cuenta de que estaba jadeando.

Mi propia respiración se volvió más rápida mientras intentaba desesperadamente llevar aire a mis pulmones. Era como si la enorme estancia se hubiera reducido de tamaño. El miedo corría por mis venas, haciendo que me percatase de todo lo que había a mí alrededor. Sean se acercaba lentamente hasta que estuvo tan cerca que podía sentir su aliento en mi piel. Era al menos treinta centímetros más alto que yo, con unos hombros que parecían ocupar toda la habitación. Y había un brillo extraño en sus ojos. Yo sentí un escalofrío a pesar del calor que emitía su cuerpo.

—Si no quieres que te destroce el camisón, quítatelo ahora mismo —dijo Sean por fin.

Su tono era seco, pero sus maneras contenidas, como si estuviera haciendo un esfuerzo para mantener el control. Su voz era tan profunda que casi parecía incapaz de transmitir un lenguaje humano. Su presencia me abrumaba, su mirada me tenía hipnotizada. Su aliento quemaba mi piel. No había nada del amigo amable con el que había compartido la cena.

Y, sin embargo, cuando miré los ojos de Sean, una nueva sensación me embargó, mezclándose con el miedo.

La Bella y La bestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora