Un día más disfrutando de las bellezas de Mallorca me hacía desear no irme jamás. Podría vivir allí felizmente para siempre, excepto por la parte en la que mi piel se ponía roja por ser demasiado blanca, claro.
Luego de pasar la tarde en Camp de Mar, nos dirigimos a un restaurante cercano donde teníamos reservación para cerrar con broche de oro mi cumpleaños. Más contenta no podía estar.
El camarero nos indicó el camino hasta nuestra mesa. Acabábamos de llegar hacía un par de minutos cuando otro mesero entró con un pastel y lo colocó frente a mí después de recibir la indicación de los chicos. También, junto a su ayudante, habían traído varios obsequios envueltos en coloridos papeles.
—¿Qué es esto? —pregunté, pasando la mirada por mis amigos, sorprendida y conmovida.
—Santo Cielo, Lara —dijo Tyler—. Se llaman pastel y regalos.
—Regalos que compramos para ti —indicó Elliot antes de que yo le respondiera a Tyler.
—¡Pero si hemos estado todo el tiempo juntos! ¿Cómo pudieron?
—Oh, la verdad no queríamos que te enteraras de nuestro secreto... —dijo Didier, él estaba sentado junto a Chantal—. Pero lo cierto es que somos ninjas.
La sala rompió en risas con su comentario.
No hubo más conversación ni intentos de responder a mis preguntas sobre el cómo habían comprado estas cosas sin que yo me percatara. Mis amigos cantaron Feliz Cumpleaños para mí, apagué las velitas y luego a alguien se le ocurrió que era una buena idea hundirme la cara en el pastel, ni siquiera me di cuenta de quien fue. Terminé con el rostro lleno de chantillí, hasta la nariz, y tuve que ir a lavarme.
Cuando volví, ya habían servido la comida.
Cenamos en medio de una animada conversación, risas y vino. La estaba pasando muy bien. No podía dejar de pensar en el cambio que había dado mi vida desde que me mudé de Londres huyendo como una ladrona. Pero yo no había robado nada, era a mí a quien le habían robado la identidad de un día para otro.
—¡Yo creo que es hora de abrir los regalos! —dijo Chantal.
Parecía más emocionada que yo. Me sorprendió lo fácil que se relacionaba con todos, no llevaba ni tres días de conocernos, pero actuaba tan natural como si fuésemos amigos de toda la vida.
Abrí los regalos, tal como sugirió. Todos eran bonitos, sencillos y funcionales, lo que demostraba que en este tiempo habían puesto atención a lo que me gustaba. Y eso me hizo sentir especial como nunca antes me había sentido, y dichosa, por tan buenos amigos.
—Gracias chicos. De verdad, gracias, yo...
Estaba obligándome a no parecer una tonta y llorar, por lo que no podía decir nada más que gracias.
—Un minuto —Alain miró los regalos y luego a todos en la mesa, con ojos entrecerrados, suspicaces—. ¿Qué hay de tu regalo, Ty?
—Se lo daré más tarde.
Tyler ni siquiera volteó a ver a Alain, estaba pellizcando con su tenedor un pedazo de carne que luego se llevó a la boca.
—¡Vaya mentira! —rió Didier.
—Estoy seguro que lo olvidó y se ha sacado de la manga eso para salir del atolladero —le secundó Elliot.
—No lo olvidé —dijo Tyler, en total calma—. Dije que se lo daré más tarde, y es lo que haré. No tengo por qué esperar que me crean, porque, bueno, no me importa si lo hacen o no.
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Lo que me llevó a ti
RomanceTras un par de desagradables sucesos, Lara decide dejar Londres y huir hacia París, donde un viejo amigo de su hermana la espera para tenderle la mano. Alain Fontaine es el chico ideal de cualquiera, y ella lo sabe al momento de verlo. Vivir con él...