Epílogo

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—La ciudad de Verona, Italia, reconocida mundialmente por la romántica y apasionada historia de amor de Romeo y Julieta, de William Shakespeare —leyó Tyler de un panfleto.

—Y trágica. Han olvidado mencionar que esa historia es jodidamente trágica.

—Reconocida mundialmente por la romántica y apasionada, y jodidamente trágica, historia de amor de Romeo y Julieta. Listo, lo he agregado. Vamos, Osa, hay mucho que recorrer...

Tyler me tomó de la mano y comenzamos nuestro recorrido por Verona. Visitamos primero la Plaza Bra, allí pudimos apreciar el majestuoso anfiteatro romano de Arena, una edificación soberbia que aún se conservaba en perfecto estado. Verona era un verdadero museo vivo, había cada joya arquitectónica... ¡Era una ciudad hermosa!

Dimos un recorrido panorámico por la ciudad puesto que, según mi querido y encantador novio, solo habíamos ido por un día.

Encontramos numerosos palacios de mármol esculpido, algunos de ellos con frescos del siglo ocho, los que más destacaban eran los de Barbieri y el Gran Guardia, las catedrales e iglesias como las de Santa María Matricolare o Santos Apóstoles. Pasamos por la basílica de Santa Anastasia y la de San Zeno, que, por cierto, era una de las más bellas iglesias románicas de toda Italia.

El Castillo de San Pietro, Arcos de Saligere y de Gavi, plazas de la época romana, así como numerosas estatuas, torres, la tumba de Julieta Capuleto y puentes románticos como el de Scaligero, construido en 1354, fueron algunos de los muchos lugares que visitamos ese día.

Llegamos hasta la plaza Erbe y decidimos detenernos a descansar.

La mia principessa vuole un gelato?

—¿Perdón?

—Que te he traído un helado, Osa.

—¿A dónde vamos ahora? —le pregunté mientras checaba el mapa con el que nos habíamos estado guiando desde que llegamos.

—Donde tú quieras, puedes escoger el lug... —no terminaba de hablar, cuando recibió un mensaje—. Me temo que ya no podrás. Vamos, hay un sitio que espera por nosotros.

—Estás actuando extraño —le dije—. ¿Quién te manda mensajes?

—Estoy asegurándome de que todo esté bien en el trabajo.

Su respuesta no me convenció, pero al final no dije nada y lo seguí. Fuimos una parte en el bus turístico, y luego continuamos a pie. Llegamos a uno de los lugares que moría por visitar: la que fuera, en su tiempo, la casa de la familia Capello, conocidos en la historia de Shakespeare como los Capuleto.

A unos metros de distancia pude ver el famoso balcón donde tantas veces, según contaba William en su obra, Romeo pronunció sus líneas de amor para Julieta. Debajo del balcón la gente había hecho El muro de Julieta, una pared donde miles de personas habían colocado mensajes de amor en su visita, cosa que se había convertido en una tradición.

Tyler me tomó de la mano y me llevó hacia el lado frontal de la casa, ahí, sin más ni más, abrió la puerta. Sin soltarme de la mano, me hizo subir por las escaleras de aquella casona antigua y me dirigió hasta una de las habitaciones del segundo piso. No demoré en darme cuenta de que era la de Julieta cuando salimos al famoso balcón.

—¿No es esto ilegal? —le pregunté.

—Ilegal es que estés aquí y pienses que eso es ilegal.

—No, en serio, Ty...

—Lara—rodó los ojos—. ¿Por qué no vas a asomarte por el balcón, mejor? Vive el momento, ¿quieres?

Poniendo los ojos en blanco, y suspirando, di unos pasos al frente y me asomé por el balcón de Julieta, como él sugirió.

Entonces algo llamó mi atención.

—¡Mira eso! —dije, señalando el objeto volador que subía por el aire. Era un ramillete con globos en forma de corazón, los hilos de cada globo estaban amarrados a una tarjetita blanca con mi nombre escrito en una de sus caras.

¿Mi nombre?

Mi ritmo cardiaco se hizo pausado. Atrapé la tarjeta con los globos, antes de que volara lejos, la abrí y al leer lo que decía en el interior... mi corazón se detuvo.

«¿TE CASARÍAS CONMIGO?»

De la tarjetita blanca colgaba un listón azul, todavía más largo que el hilo de los globos. Lo jalé cuidadosamente y encontré lo que estaba amarrado en la otra punta: un circulo de oro blanco con una piedra brillante en la parte superior.

Un anillo de compromiso.

Tyler se acercó en ese momento, me quitó aquel anillo de las manos y se hincó en una rodilla frente a mí, tomando mi mano entre las suyas.

—¿Lara Bradshaw Hale quisieras hacerme el hombre más feliz de la tierra convirtiéndote en mi esposa?

Palidecí.

¿Qué cosa acababa de pedirme? ¿Casarnos?

No supe cuanto tiempo pasó mientras lo único que fui capaz de hacer fue mirarlo con la boca abierta, sintiéndome pálida y torpe.

—¿Lara? —después de varios minutos de esperar una respuesta que no llegaba, lo vi ponerse de pie con una expresión dolida en el rostro—. Lara... ¿Qué pasa?

—Oh, Dios... —conseguí decir—. Tyler... ¿Casarnos?

—Quiero casarme contigo —él asintió, muy serio.

—Nosotros no... podemos —balbuceé—. Tyler... te quiero y quiero estar contigo pero... pero ¡solo tengo veinticuatro! Y tú veinticinco. ¿No crees que esto es demasiado apresurado? Dijimos... dijimos que íbamos a esperar...

Era difícil respirar... Y era difícil no notar la forma en la que él me miraba. Oh, Dios. Tyler... ¿Casarnos? No tenía dudas de que había caído por él completamente, estaba bastante segura de estar enamorada, aunque me resultaba un poco difícil decirlo a veces, pero... la idea repentina de casarnos me asustaba mucho.

—No tenemos que casarnos ahora mismo —él me dio una mirada dolorosamente esperanzada—. Ni siquiera este año... Podemos llevar un compromiso largo, si es lo que quieres, pero...

Bajó la mirada, derrotado, rompiéndome el corazón con la imagen que proyectaba. No pude soportarlo. Le eché los brazos al cuello, abrazándolo con fuerza.

Sus brazos rodearon mi cintura enseguida.

—No quería espantarte —dijo contra mi cuello—. Pensé que sería romántico y...

—Lo es —respondí sin dejar de apretarlo contra mí—. Te amo —le aseguré—. De verdad lo hago. Lamento esto. Tienes que poner ese anillo en mi dedo.

—¿Qué?

Él se separó de mí, sujetándome por los hombros, todo su rostro reflejaba confusión. Le di un intento de sonrisa. ¡Vamos! Es que estaba demasiado nerviosa como para que eso funcionara como debía.

Lo miré directamente a los ojos, tomé el más largo respiro de mi vida, y entonces estuve lista para decir las palabras.

—Estoy diciendo, Tyler Deffendall, que vamos a tener un compromiso largo. Muy largo. Eso, claro, si aún quieres poner ese anillo de compromiso en mi dedo...

Una lenta sonrisa se delineó en sus labios.

—No hay nada que quiera hacer más en este mundo que ponerte este anillo y gritarle al mundo que serás mi esposa —dijo, sujetándome el rostro con ambas manos para besarme—. Tú malditamente me has dado el susto de mi vida, Lara Bradshaw.


FIN

Lo que me llevó a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora