Capítulo VIII: Frank.

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[Nota: Capítulo extremadamente corto]

Las manos no dejan de sudarme, el nerviosismo es tal que he iniciado a marcar los segundos dando golpecitos con pie al suelo. Frank no deja de observarme, lo cual aumenta mi ansiedad cada segundo. Quiero volver a casa ahora mismo.

—Mikey —le susurro a mi amigo, se ha sentado a mi izquierda—, tengo que volver a casa, mi papá me acaba de enviar un mensaje —miento.

—¿Es tan tarde? —frunce el ceño al momento que mira el reloj de su muñeca—. Pero si apenas son las diez...

—James, perdona, quiero irme.

—Oh, ya entiendo —susurra y afirma con la cabeza—. Eh, familia —alza la voz para que todos los presentes lo escuchen—, Taylor tiene que retirarse de emergencia. Pide disculpas.

—No hay problema, cielo —dice Donna mirándome—. Vuelve cuando gustes.

Estoy a punto de agradecer, pero el señor Donald Way me interrumpe.

—Ya es tarde, Taylor. No querrás salir sola a esta hora —intento protestar, pero me interrumpe nuevamente—. Gerard te llevará.

—Bien —dice el nombrado poniéndose de pie de mala gana. Donna lo regaña por su comportamiento.

—Yo la llevo —se ofrece Frank. Oh, maldita sea, me voy por tu culpa, no quiero pasar el rato contigo—. Será un placer.

Frank se pone de pie, da un trago a su bebida, y alza la mano para así atrapar las llaves que Gerard le ha arrojado. Pasa un momento en el que me despido y agradezco, para finalmente salir rumbo a la cochera. El castaño se desliza con muchísima confianza por toda la casa, a diferencia de mí, que me sigo desplazando torpemente por la vergüenza. Entramos a un auto negro y moderno, perfectamente limpio tanto por fuera como por dentro. Abre la cochera apretando un botón del volante y salimos luego de colocarnos los cinturones de seguridad.

Hemos avanzado solamente tres cuadras. Durante ese trayecto no hemos intercambiado palabra alguna, haciendo el aire cada vez más tenso. Giro mi cabeza en dirección al conductor, y lo pillo observándome.

—Dos cuadras más y das a la izquierda —le digo sin prestarle mucha atención al asunto, intentando sonar calmada.

Me quedo unos segundos observándolo. Va vestido completamente de negro; su pantalón está roto de las rodillas, sus zapatos creo que son converse o vans, no alcanzo a distinguir por la falta de luz, y la sudadera que le cubre totalmente los brazos apenas deja al descubierto una camisa de cuello en V.

Frank me mira nuevamente, con el ceño fruncido y el resto del rostro totalmente inexpresivo. Frena el auto de repente, sin importarle que estemos a mitad de la calle.

—¿Por qué carajo me conoces? —pregunta de golpe con un tono que le sale más molesto de lo debido, o eso me parece.

—Fuimos juntos en octavo grado —respondo en voz baja—. ¿No me recuerdas?

—No, ni un poco. Ni puta idea de quién carajo eres.

De nueva cuenta suena agresivo. Trago saliva, afirmo con la cabeza, y le digo mi dirección para ya no irle diciendo por dónde, además de que no recuerdo bien dónde girar para dar a la calle cerrada.

Veo por la ventana a las pocas personas que siguen deambulando por la calle, las aceras están iluminadas por lámparas altas, irradiando luz amarillenta, una que otra parpadea y otras cuantas están fundidas.

—Disculpa —escucho a Frank, volteo a verlo y por un momento creo que pide perdón por su comportamiento. Me mira de reojo y sigue hablando—. Por haberte tumbado a medio patio.

—¿Qué?

—Sí, ya te recordé. Eso pasó la primera semana que llegué.

No respondo. Pasa otro par de minutos y se estaciona frente a mi casa.

—Gracias —susurro mientras bajo del auto.

Cierro la puerta haciendo demasiado ruido, me abofeteo mentalmente al instante. Me siento más relajada dentro de la propiedad. Timbro, segundos más tarde sale mi papá en su bata y con su cepillo de dientes en mano.

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Gracias por leer. <3

xoxo

T.W.I.U.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora