Capitulo 18

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Capitulo 18

ShinDong pulsó el timbre del telefonillo y no levantó el dedo. Había conducido durante cuatro horas, estaba cansado, le dolía el cuello y necesitaba orinar. En ese momento, le importaba una mierda que fuera la una y media de la madrugada, sólo quería entrar.

—¡Abrid la puta puerta! —susurró al apartar el dedo del botón.
—¡No me digas palabrotas, chico!
—Lo siento, Hannah —respondió Shin, frotándose con la mano por detrás del cuello—. Sé que es tarde, pero me gustaría tener unas palabritas con el "señor Lee".

Sonrió al escuchar la voz de Hyuk murmurando, y la de Hannah a continuación.

—¡No te atrevas a dejarle pasar!
—¡Calla, idiota! Tienes que oír esto. Aparta las manos de ese botón, no me hagas que te de una bofetada.

Shin detuvo el Chevrolet fuera de la casa, apagó el motor y se quitó del volante. La puerta principal se abrió cuando estaba a la mitad de los escalones, y sonrió con pocas energías a Hannah, que le dio la bienvenida con un abrazo. Tras abrazarla, le dio un beso en la mejilla y puso la mirada sobre Hyuk, que estaba merodeando cerca de la puerta de la sala de estar en camiseta y pantalones cortos.

—Estoy agotado, guapa. Acabo de conducir durante cuatro horas sin parar. ¿Me podrías servir un poco de café?
—Claro, encanto. ¿Por qué no vais los dos a la sala de estar y ya os lo llevo?

Hannah se retiró a la cocina, no sin antes lanzar una miradita a su "carga", lo cual Shin agradeció, mientras seguía a un taciturno Hyuk hacia la sala de estar.

—¿Qué quieres? —le espetó Hyuk, dejándose caer sobre el sofá.

Shin rechazó la invitación forzada que le hizo para que se sentara y se quedó dando vueltas por la sala. Aunque estaba molido, estaba todavía demasiado enfadado como para sentarse.

—¿Qué crees que quiero? —le preguntó Shin con sarcasmo—. Estoy aquí por Hae.
—No tienes nada que decir que yo quiera oír.

Shin se apoyó sobre el respaldar del sofá, y sonrió para sí mismo cuando Hyuk se sobrecogió al gritarle en el oído.

—Pues lo vas a escuchar de todas formas. Y me vas a escuchar bien, porque no tengo problemas de voz. Puedo estar hablando toda la noche.
—Tengo una reunión importante mañana —le replicó Hyuk, cruzándose de brazos como un niño petulante.
—¿Sabes?, mientras venía de camino, me estaba preguntando cómo sería capaz de mantener mis manos alejadas de ti cuando llegara —dijo Shin, sin estar seguro de qué iba a decir. Decidió que lo mejor era abrir la boca y dejar que saliera lo que tuviera que salir—. El caso es que, si te hago daño, Hae nunca me lo perdonaría, porque él te ama.
—Ni siquiera sabe...
—Estoy hablando —dijo Shin, levantando la mano para cortar las palabras de Hyuk—. No trabajo para ti, "señor Lee". Así que ten la amabilidad de no interrumpirme. Quiero decir, te puedo patear el culo, no me supondría ningún esfuerzo... La elección es tuya.

Shin se reclinó sobre la repisa de encima de la chimenea y miró al hombre que estaba en el sofá.

—Tomaré tu silencio como que prefieres que no te reviente la cara. Así que continuaré. ››Conozco a Hae desde la guardería. Me caí de un columpio y ese niñito delgado con esos largos brazos, y unas piernas aún más largas, me recogió. Tenía un corazón tan grande como todo Texas, incluso entonces. Por desgracia, su costumbre de recoger niños abandonados y vagabundos no paró cuando se fue haciendo mayor. Todos acababan jugándosela, por completo. Pensaba que Sehun había sido el mayor fracasado que había llevado a casa. Se conmovió por su triste historia, le invitó a mudarse a su casa, y seis meses después llegó a casa y se encontró con que Sehun se había ido y se había llevado todo lo que había en el apartamento. Se cerró en banda durante un tiempo después de eso, se negó a dejar que nadie se le acercara. Tenía miedo de que le hicieran daño. Traté de sacarle de ahí, hacer que se tirara a la piscina de nuevo, por decirlo de alguna manera, pero nada funcionaba. Se metió más aún en su caparazón, y entonces apareciste tú. Entraste en el bar con tus bonitos ojos verdes y tu historieta de niñito perdido, y él estaba en las últimas. Aún a riesgo de sonar demasiado gay para mí, te lo metiste en el bolsillo desde que le dijiste "hola, he perdido la memoria y no sé quién soy". ››Por supuesto, me enfadé. No me podía creer que se hubiese tragado eso. Otra tragedia, otro convicto buscando sacarle todo lo que pudiera. Me temía que ibas a ser como el resto, y que inevitablemente tendría que recoger los pedazos de su corazón y esforzarme al máximo para recomponerlo. Pero entonces tú fuiste y lo estropeaste todo; cambiaste las reglas, tú también te enamoraste.

Shin ignoró el gesto que hizo Hyuk con los ojos, y se sentó en el sofá de enfrente de él.

—Lo que quiero decir es que lo tenías totalmente pillado. Los dos erais vomitivos. Nunca había visto a Hae tan feliz, y todos fuimos absorbidos por vuestro pequeño mundo. ¿La foto que encontraste? La tomó Nari cuando nos fuimos de picnic. Nos llevamos a Olly, el perro que le regalaste a Hae por su cumpleaños, y jugamos al fútbol, comimos baguettes, bebimos vino y estuvimos riendo todo el maldito día. Pero tú no recuerdas ese día, ¿verdad?
—No —dijo Hyuk negando con la cabeza—. No lo recuerdo.

Shin se quedó mirando la cara de Hyuk, a la espera de encontrar algún titileo de emoción, pero no hubo ninguno.

—En cualquier caso, todo era de color de rosa en el país de Hae y Hyuk, y un buen día te levantaste por la mañana y te fuiste a por un barril nuevo para el bar. Nari conducía la camioneta, pero se fue a una estúpida búsqueda de zapatos mientras tú cumplías con tu tarea. Cuando volvió, tú ya no estabas. Nari todavía se sigue echando la culpa, ya sabes, por tu desaparición. Piensa que si no hubiera ido a mirar zapatos, esto nunca habría pasado y nunca habrías recordado quién eras antes, y Hae no estaría hecho un trapo como está. Te dio algo de tiempo antes de dar la voz de alarma, porque tenías la costumbre de parar a comprar regalos estúpidos para Hae, aunque no fueran nada especial: sólo paquetes de nubes o sus caramelos favoritos. Hae siempre ha tenido debilidad por las golosinas y tú se lo consentías. En realidad yo creo que simplemente preferías que Hae se hartara de azúcar; quizás así el sexo era mejor... Aunque no respondas a eso, porque no quiero saberlo. Pero me estoy desviando del tema. Nunca había planeado ningún gran discurso, pero aquí estoy. No quiero que te pierdas ni un detalle. ››Así que diez minutos se convirtieron en treinta, y luego treinta en cuarenta y cinco, y Nari llamó —prosiguió Shin—. Hae y yo fuimos a toda prisa al mayorista y entramos en cada tienda de la calle, pero nadie te había visto. Ahí fue cuando empezó a sentir pánico. ¡Demonios, todos empezamos a sentir pánico! Te habías esfumado —dijo Shin pasándose una mano por el pelo, y con los hombros cayéndose por el cansancio—. Tendrías que haberle visto, Hyuk. He visto a Hae en multitud de situaciones durante todos los años que nos conocemos. Le he visto feliz, asustado, enfadado e incluso consternado, pero hasta que desapareciste nunca le había visto desesperado. Pero esa es la única palabra para describirlo: estaba absolutamente desesperado. No podía comer, no podía dormir, la poli era casi inútil. Lo único que pudimos hacer fue rellenar un informe de persona desaparecida. Creían que os habíais tirado de los pelos, y que tú habías agarrado tus boas de plumas y te habías largado.

Shin se reclinó sobre los cojines del sofá y bostezó de forma poco elegante, justo en el momento en el que Hannah entró con tres tazas de café. Le dio una a cada uno de los hombres y luego se sentó en el sofá junto a Hyuk. Shin le dio un sorbo a su café y se incorporó, poniendo los codos sobre las rodillas, agarrando la taza con ambas manos.

—¿Por dónde iba? Ah, sí. Te habías esfumado de la faz de la tierra, pero él no se rendía, se negaba a aceptar que no podría encontrarte. Acabó totalmente agotado. Trabajaba todo el día, conducía durante toda la noche; simplemente no iba a renunciar a ti, joder. ››En fin, lo que ya sabes —continuó Shin—. Te vimos diez días después en las noticias locales, subiéndote a tu limusina. Hae estaba dispuesto a salir corriendo hacia el hospital justo en ese momento. Por supuesto, ya habíamos estado allí buscándote, pero por alguna extraña razón, no nos dejaban andar por los pasillos y mirar en las habitaciones para ver si tú eras uno de los pacientes. ››Hablamos con Mitchum, y le dijo a Hae que se mantuviera alejado —añadió Shin—, que él te contaría dónde habías estado y te daría la opción de elegir si querías verle, pero ya conoces a Hae —dijo inclinando la cabeza hacia un lado—. Ah, vale. No lo conoces. Bueno, prefirió echar la precaución por la borda. Como romántico tonto y estúpido que es, pensó que vuestro amor era tan fuerte, que en el momento que os vierais se abrirían todas las compuertas, os abrazaríais el uno al otro y tendríais mucho sexo, para siempre. Se auto convenció de que él era tu detonante. Pero no funcionó. Dijo que hiciste como si no lo conocieras, justo después de haberle echado un vistazo.
—¿Esto nunca se acaba? —dijo Hyuk con desprecio.
—Ya falta poco —dijo Shin asintiendo, antes de darle otro trago al café—. Supongo que la moraleja de la historia es que él se equivocó en algunas cosas. Te debería haber contado de inmediato quién era, y quién era para ti. Pero no lo hizo. Sé que quizás no quieras saber por qué, pero te lo voy a contar de todas formas. Es porque resultaste ser un auténtico bastardo. Nada parecido al Hyuk del que se enamoró; demonios, el Hyuk del que todos nos enamoramos. Sí... —Shin resopló de forma poco elegante—. Incluso yo. Le dabas muestras de su Hyuk, las suficientes para darle esperanzas, bastantes para hacer que te defendiera, las suficientes para hacerle poner su vida en peligro con tal de mantenerte a salvo.

Shin volvió a reclinarse sobre el sofá, y a hablar con una voz firme y fuerte, pero sin levantarla.

—Incluso después de que te encontrara en el servicio de aquel bar, después de que se quedara dormido llorando en mis brazos. Incluso entonces te defendía. Decía que no era como si le estuvieras engañando de verdad, porque tú no sabías que te amaba, o que tú le amabas. Así es cómo lo justificó para sí mismo con tal de no venirse abajo.

Shin sonrió al ver que Hyuk abría la boca en una especie de jadeo, y que un rastro de algo que parecía remordimiento aparecía en su cara. Y entonces soltó una risilla, aunque sin ningún tipo de alegría.

—¿Has terminado ya? No recuerdo ser el Hyuk que estás describiendo, y no recuerdo a ese DongHae. Pero sí que sé que no estoy interesado en el DongHae que conozco.
—Vaya, en verdad eres más cretino que yo. Me dan ganas de sacudirte a guantazos.

Shin se terminó su taza de café y se puso en pie, estirándose, y su columna vertebral se volvió a colocar con un sonoro clic.

—Vine para apelar a tu sentido de la decencia, pero no te queda ni un pelo de decente en todo el cuerpo —dijo, y se giró hacia Hannah y le sonrió—. Gracias por el café. Ya dije mi parte.
—Sí, y bien que la dijiste —dijo Hyuk lentamente, poniéndose en pie—. Y fue un maravilloso cuento para irse a dormir. Lo único que falta es el valiente caballero y la malvada madrastra.

Shin resopló y se pasó una mano por el pelo.

—No te iba a pegar, pero ya te lo advertí al principio de todo. Si le haces daño, me lo haces a mí, y entonces tengo que hacerte daño a ti.

Echó hacia atrás la mano derecha y la movió demasiado rápido como para que Hyuk esquivase el puño que le golpeó en la mandíbula, y que le hizo desplomarse sobre el sofá.

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Una fe inquebrantable [ADAP]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora