Capítulo 3

13 0 0
                                    

Besar siempre fue nuestra manera de entendernos. Era como si además de saliva estuviéramos compartiendo parte de nuestros sentimientos. Entonces, se podría decir, que la saliva era como el jugo de nuestros corazones...y ambos nos volvimos adictos a él.

Fui a la Plaza Central saliendo de la escuela. Ninguno de mis amigos me preguntó nada debido a que no nos interesaba en dónde estuviera cada uno de nosotros a menos de que fuera viernes,o hasta sábado.

Monté mi bicicleta y tardé unos diez minutos en llegar, tengo que admitir que no podía dejar de sonreír. Además, me gustaba mucho andar en bicicleta (quizás debido a que mis padres nunca habían accedido a darme un coche y pues me tenía que conformar con tener que ir a todos lados en bici).

Una vez que llegué y estacioné mi bicicleta en el estacionamiento especializado, me dio un poco de nerviosismo el estar solo, incluso cuando no había demasiada gente en el centro comercial. Tratando de evitar tener algún otro contratiempo, me fui directamente al cine. Compré el boleto y me dio algo de gracia la cara de la muchacha del mostrador cuando le dije que quería un boleto únicamente para mí. Me imaginé que debió haber pensado que soy uno de esos solitarios antisociales que van a ver películas románticas solos para al menos tener una idea de cómo es el amor.

Aunque...no podía cantar victoria todavía. Por un muy buen rato nunca llegaba a entender qué era lo que éramos Jos y yo.

Me preguntaba acerca de su vida en la escuela: ¿A cuál iba?, ¿era popular?, ¿con quién se sentaba a la hora de los recreos?

Poco después comencé a preocuparme por primera vez de un problema significativo. Aún no sabía si él era...abierto con respecto a sus preferencias sexuales, o quizás si se veía forzado a esconder quién era por miedo a lo que fueran a decir los demás.

Aunque, pensándolo bien, eso de venir al cine a escondidas quizás respondía del todo a mi incógnita; o quizás significaba que era bastante comprensivo con mi situación y era tan lindo como para preocuparse por mi privacidad (pero eso sólo era una expectativa embarrada de fantasía).

Esperé por un rato sentado en uno de esos sillones que ponen en las recepciones de los cines. Me daba algo de pena que la gente, incluidos los mismos empleados del cine, se me quedaran viendo con ojos de lástima. Quizás pensaban que me habían dejado plantado y que eso los convertía en los testigos de otra tragedia sin sentido adolescente. Tengo que confesar que yo también estaba llegando a pensar que tendían razón.

Era a las cuatro y media cuando comienzan a dejar entrar a la gente a la sala. Decidí meterme justo al mismo tiempo que lo hacía una pareja heterosexual de como aproximadamente unos treinta años. Escuché sus murmuros comentando lo extraño que era ver a alguien de mi edad viniendo a este tipo de películas sin ningún tipo de compañía.

El tiempo me clavaba una estaca por cada minuto que pasaba, y cuando fueron unas treinta, José todavía no aparecía. Me quise poner algo paranoico pensando que quizás todo se había tratado de una especie de juego enfermo de seducción para jugar con los sentimientos de un joven homosexual. Ya había visto casos así, y siempre habría creído que eran bastante ridículos como para que si pasaran en la vida real.

Sin embargo, mi creencia sobrevivió cuando unos diez minutos después entró él. Podría jurar que desde donde me encontraba me había llegado su esencia. Se me hizo agua la boca con tan sólo recordar a lo que sabía el jugo de su corazón.

No tardó mucho en encontrarme y pude notar, aun en la oscuridad, cómo se le iluminaron los ojos al hacerlo. Eso aniquiló por completo todas mis preocupaciones, e hizo que éstas fueran reemplazadas por incluso más cristales de ilusión.

Me di cuenta que sonrió un poco más al darse cuenta que no había casi nadie más en la sala. Quizás él también prefería que nuestro sueño se mantuviera sólo entre nosotros dos.

Se sentó a mi lado y lo primero que hizo fue tomar mi mano y comenzar a sobarla suavemente con sus dedos. Como era de esperarse, me puse demasiado rojo al instante.

–Me moría por volver a sentir el contacto de tu piel–me dice en su tono de voz calmado–, en verdad no tienes ni idea de cuánto.

Puse mi otra mano sobre su barba y le sonreí. Miré de momento a la otra pareja y me alegré al notar que no nos estaban poniendo atención.

–Podremos hablar de cuántos estábamos esperando por esto en cuanto acabe la película–me dice susurrando y con una sonrisa pícara en el rostro–, por lo mientras, quisiera intentar algo durante las siguientes dos horas y tanto.

Creí que me iba a pedir algo sexual, pero estaba equivocado. No sabía por qué pero no podía evitar sentirme un poquito desilusionado.

–Quiero que te recargues en mi pecho.

Quise decirle que me gustaría comprobar si tenía el pecho peludo pero quizás pensaría que era alguna especie de maniaco sexual.

Hice a un lado el descansabrazos y me acurruqué en su pecho. Mi cabeza estaba justo debajo de la suya y podía respirar su aliento. Me pude dar cuenta de que Jos había estado mascando una especie de chicle de menta.

Por alguna razón, el hecho de que nuestros cuerpos estuvieran temblando mientras permanecían juntos me hacía sentir más seguro. Supongo que me tranquilizaba el hecho de que esto era algo nuevo para ambos.

El sonido de la película no interrumpía al de nuestros corazones. Sus latidos estaban a la par con los míos. Comencé a pensar que quizás la manera de entendernos tendría que ser a través de silencios...

Entonces entró una pareja de adolescentes a la sala. El muchacho severa un poco mayor que yo pero la tipa con la que iba se veía como de nuestra edad. Nos notaron poco antes de que tomaran sus asientos y se rieron disimuladamente.

Sentí al momento cómo el cuerpo de Jos se ponía tenso. Me empujó con suavidad hacia mi asiento y se quedó muy serio en el suyo.

Me dio algo de miedo preguntarle al respecto por lo que me callé. De todos modos, estaba seguro de que ya conocía lo que sería su respuesta.

–No puedo–dijo de pronto al levantarse y justo antes de comenzar a trotar hacia la salida.

Y entonces me quede solo en la ya conocida oscuridad, de nuevo. 


Sueñ@Donde viven las historias. Descúbrelo ahora