Sulfuric acid.

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La mañana siguiente a la fiesta de pijamas con mis dos locos y mejores amigos, decidimos pedir comida china, ya que nuestro concepto de "mañana" era el concepto de "mediodía" para el resto de la humanidad. Mientras el repartidor llegaba a casa, mis hermosos y geniales amigos se entretuvieron limpiando mi casa, cosa que agradecí infinitamente. Entre risas, acabamos el almuerzo y nos fundimos en un tierno abrazo para despedirnos. De hecho, antes de escuchar la puerta cerrarse, Daya y su melódica voz se habían encargado de que todos los vecinos supiesen que por mi cumpleaños salíamos de fiesta.

Era razonable que pocos minutos después me sintiese terriblemente aburrida. Por lo tanto, decidí coger la pelota de Floyd y jugar con él a tirársela mientras The way you make me feel de Michael Jackson acompañada por mi voz resonaba por toda la casa. En momentos como aquel, agradecía que nadie viniese a molestar, perturbando con ello mis minutos de felicidad con Floyd. El pequeñajo era la cosita más amorosa y mimosa del universo: Siempre se paseaba a mi lado, intentando rozarme con la cola para que me percatase de su presencia y así recibir caricias por mi parte. Y no sólo aquello, sino que cuando no me encontraba bien y estaba decaída, mi enano grisáceo y blanco con ojos celestes venía a acurrucarse a mi lado. A veces, estaba convencida de que incluso me entendía en mis sollozos y quejas. Los perros son muy inteligentes.

Cuando mi brazo se sintió cansado de repetir la misma acción una y otra vez, dejé de darle juego a Floyd, el que ladeó la cabeza cuando vio que dejaba la pelota en su sitio y se acercó a mí, intentando darme pena para así seguir jugando. Sin embargo, me dirigí al baño para asearme como pude, ya que se me hacía complicado entrar a la bañera, pero conseguí hacerlo y media hora después me encontraba con la toalla enrollada en la cabeza y con chocolate en polvo en mano para hacerme una taza de chocolate caliente. Aunque mi estómago también reclamaba mi atención con rugidos al pasar cerca de mi cajón de dulces, sabiendo que en él guardaba mis Oreo bañadas en chocolate con el doble de crema. Y sí, acabé alcanzando las galletas antes de si quiera comenzar a remover la leche y el chocolate para preparar mi rica bebida. Realmente no tengo excusa, la comida basura es mi debilidad desde que era pequeña, incluso hoy día, a mi edad, hasta los pequeñajos me regañan por ser una golosa. Pero en mis tiempos de coja, con el tobillo adolorido, la situación sólo ayudaba a que la cocina saludable y yo huyésemos la una de la otra.

Segundos antes de tener la oportunidad de saborear al menos un bocado de las galletas, el timbre sonó, y el ruido me tomó por sorpresa, provocando un bote por mi parte. Me quejé en un siseo, ya que había apoyado levemente el pie que no debía en el suelo. Maldiciendo al que hubiese tocado el timbre, me dirigí a la puerta con ayuda de mis muletas para allí mirar por la mirilla, obteniendo como resultado de la acción un ceño fruncido por mi parte.

Zain estaba allí parado con cara de estar empezando a impacientarse. Decidí jugar un poco con su mal humor.

— ¿Quién es?

— Soy Zayn. Y Eastwood, sé que estás viéndome por la mirilla —dijo, mirando fijamente la mirilla, elevando una ceja.

— No te conozco. Ah, ya caigo, eres el repartidor de kebabs —en aquel momento, me retiré la toalla del pelo para no parecer un hindú cuando Zain me viese.

Aguanté la risa al verle apretar los puños. Quizá no debería haber bromeado con aquello. Bueno, retiro el quizá: no debería haber bromeado con aquello. Teniendo en cuenta que estaba tratando con un asesino con el que las cosas nunca dejaban de ser tensas, no debería hacer demasiado bromas hacia su persona.

— Lilith, abre la puerta y deja las gilipolleces.

Me burlé en murmullos, imitando su voz. Después, abrí la puerta y fruncí el ceño de nuevo, sin saber el porqué de su visita.

You'll lose some || z.m auDonde viven las historias. Descúbrelo ahora