Capítulo III

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Cuando llegué al centro empecé una terapia con un psicólogo, el doctor Pérez, gracias a él las pesadillas fueron desapareciendo poco a poco. Después de la muerte de Alberto seguí yendo a terapia, me habían vuelto las pesadillas.
Soñaba con la furgoneta azul, me volvía a ver atada y desnuda delante del tipo siniestro y cada vez recordaba más cosas, ahora recordaba que era un hombre alto, moreno de ojos marrones, tenía una cicatriz de un arañazo en la mejilla derecha y un tatuaje en el bíceps de una serpiente...
¿Cómo después de 12 años podía recordar cosas que antes no hacía? Ahora que recordaba como era él, la policía me decía que estaba el caso cerrado... Decidí buscarlo por mí misma aunque el doctor Pérez no me lo aconsejaba, él quería que yo olvidara de nuevo todo pero si lo había recordado ahora era por algo... Pero no quise obsesionarme.

Ahora ya tenía 23 años y ya había terminado la carrera. Me contrataron en aquel centro donde me enseñaron de nuevo a ser una persona, dentro de lo que cabe, normal. En ese centro pasé dos años donde había sido de nuevo una niña, una adolescente, hice amigos y amigas y me ayudaron a ser quien soy ahora. Una mujer que ha olvidado el dolor de su pasado y ahora viene como nueva a devolver a ese centro lo que en su día me dió a mi.

Habían cambiado muchas cosas, la mayoría de trabajadores no eran los mismos y los psicólogos tampoco, mis compañeros al igual que yo habían volado ya de allí. Algunos consiguieron una vida mejor, queriendo ser todo lo contrario a lo que habían visto en su casa y otros, por el contrario siguieron el camino de sus padres lleno de abusos, palizas, drogas, robos... Había un movimiento literario, el naturalismo, que decía que la condición humana está seriamente influida por la herencia genética, las taras sociales como el alcoholismo y el entorno social y a veces creo que tenía razón.

Todo iba bien, tenía amigas, mi trabajo, mi casa, lo que había sucedido tiempo atrás me parecía de otra vida. Una noche, saliendo a tomar unas copas con mis amigas conocí a un chico, se llamaba Dani.
Se me acercó cuando estaba pidiendo en la barra y no sé como nos llevamos toda la noche hablando. Estuvimos varias semanas hablando y conociéndonos, era el chico perfecto, me hacía olvidar todo y con él sentía que tenía familia.

Era al primero que le contaba mi oscuro pasado, al resto les mentía sobre mi pasado, me avergonzaba decir que había pasado por mil cosas. No quería.
Él me contaba todo y me dijo que su padre murió hacía un año pero que hacía mucho tiempo que no sabía nada de él. Era emocionante tener a alguien que me comprendiera y que me aceptara.

Nos fuimos a vivir a mi casa a los 5 meses de estar juntos. Hasta entonces no habíamos hecho nada, él comprendía que después de lo que me pasó no podía atosigarme para hacer nada.
Fue el primero al que me entregué en cuerpo y alma, y eso, me pasaría factura.

Diario de una locaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora