La pesadilla de Cintia

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La pesadilla de Cintia

Hace ya un tiempo, en un día lluvioso digno del mes de septiembre me encontraba mirando hacia el cielo como embobada por la caída de la constante y fría agua que salpicada las ventanas del colegio. Buscaba en mi mente respuestas, incluso tal vez explicaciones  a cerca de mi repetitivo sueño.

Nada cuadraba; la sensación de realismo que me encarnaba la piel durante aquella pesadilla se impregnaba en mis cinco sentidos. Estaba embarcada en un mar de dudas, miedos y cosas que no me sabía explicar.

Mis nocturnas horas de sueño se convirtieron en pesados tormentos, de forma voluntaria me forcé a dejar ese cotidiano evento para convertirse en uno matutino, ya que por miedo no me quería atrever a pegar un ojo por la noche. Lo peor es que cuando por fin el sueño me vencía y caía de nuevo al inframundo inconsciente ya no podía despertar tan fácilmente, no como en los primeros días. Dicen que la primera semana es la más difícil cuando te integras a algo nuevo, comprobé que es verdad.

Despertaba sudando, inclusive gritos llenos de miedo salían de entre mi boca creando así ondas sonoras que dejaban helados a mis padres y también a los vecinos que cada día más se alejaban de nuestra familia excluyéndonos y haciendo habladurías acerca de nosotros, en especial de mi.

Por los días en el colegio podía parecer aún más como un zombie caminando por la inmensidad que una chica de mi edad. No quería salir de casa, pero me repugnaba quedarme en cama, sola, en el silencio rotundo de mi frío cuarto. No, al parecer casi nadie notaba mis ojeras moradas, el cabello despeinado, las uñas largas, la blusa sucia, los zapatos feos... No soy el centro de atención de cualquier forma por lo tanto no me interesa, pero de echo ya nada de lo que pasa a mi alrededor me importa.

De pronto entre pensamientos empecé a sentir mis párpados más pesados e impacientes por cerrarse -Señorita Cintia- dijo la maestra de biología en un tono tranquilo para después elevar la voz.

-¿Me podría repetir lo que acabo de explicar?- giré mi cabeza hasta poder verla, tenía los brazos cruzados y sus facciones estaban fruncidas, después de todo ya es una señora grande y la última hora es la más cansada.

Me paré de mi asiento de manera muy floja para poder responder ¿Alguna vez les a pasado que cuando les preguntan algo durante clase una especie de adrenalina corre por todo su cuerpo en forma de nerviosismo? pues yo ya no sentía nada, la vida me corría y me daba igual. Me quedé parada mirando hacia algún punto lejano, los murmullos no se hicieron de esperar, al igual que las risillas burlonas.

-¡Silencio!- dijo la caucásica mujer de pelo corto, mientras azotaba un borrador sobre el escritorio.

Se acomodó los lentes y continuó -¿entonces?- me límite a bajar la mirada, y entonces contesté, pero mi voz era casi inaudible. -¿Disculpe señorita Cintia? no escuche.

La campana que anunciaba la salida de clases sonó, todos empezaron a guardar sus útiles con rapidez, todos menos la profesora y yo, ambas seguíamos en la misma posición.

Cuando el salón quedó vacío de los demás estudiantes, la maestra me indicó que fuera hacia donde ella.

-Cintia ¿que es lo que sucede? Desde ya hace muchas semanas que sigues así... ya no pones atención a clases, estás distraída, no te relacionas con nadie, has bajado demasiado de peso, no le tomas importancia a nada y tu mirada está casi siempre perdida. Dime ¿sufres algún tipo de abuso o maltrato, usas drogas?

La maestra era más directa que nunca, supongo que ya estaba cansada de preguntarme que era lo que me sucedía... ya hace un tiempo había tratado de encontrar una respuesta, pero nunca le quise responder.

-¿Cintia? Vamos, estás en confianza

Una lagrima resbaló de mi ojo izquierdo, la primera en semanas... Ella tocó un tema escabroso, una fibra importante.

 A medida que buscaba en mi cabeza la respuesta correcta unas sombras comenzaron a emerger de las orillas de las ventanas, las puertas, el suelo. La piel se me heló, mi lengua captaba un sabor a metal, el aire se volvía pesado y mis ojos se desorbitaron ¡todo parecía tan real! la maestra había desaparecido bajo una suerte de fuego, intenté mover los pies y las manos, pero no podía. Sentía que me quemaba, que cada centímetro de mi piel ardía y que no podía hacer nada al respecto. El cuarto era rojo como el escarlata y las sombras bailaban y se reían de mi. Los cánticos de la miseria llenaban todo ¿esto era real, o sólo era un sueño?  yo... no lo sé.

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