CAPÍTULO II

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Llevaba noches son dormir, no podía dejar de pensar en porque Frank estaba tan raro. Mis uñas eran víctima de mi estrés, me sentía tan cansado y enfermo, más ahora que no sabía que pasaba con mi pareja.

El día que me pase completamente solo, me sentí fatal, había vuelto mi soledad y también la ansiedad que aunque no había dejado de existir, si había desaparecido un poco. Y es que Frank lograba calmar mis ataques de ansiedad, sin poder hacer más me aseguré de que el perro tuviera comida unas 10 veces. No era mi culpa tener está maldita enfermedad.

Pero lo odiaba porque simplemente no podía evitarlo. Me levanté a mirar el fregadero, no había ningún plato sucio y entonces miré el escurridor, notando que los platos estaban desordenados, decidí acomodarlos desde el más grande hacía el más chico, las cucharas iban separadas de los tenedores y los cuchillos, todas juntas si eran del mismo tamaño o tenían el mismo uso. Una encima de otra, así pasó el tiempo, perfeccionando el orden de los cubiertos y los platos, escuché el ruido de la puerta, entonces me levanté de mi silla color verde, en la que me había sentado 6 horas atrás para asomarme por la puerta de la cocina y toparme con la hermosa cara de Frank.

La cual últimamente lucía agotada y cansada, una muestra de aquello eran las recientes bolsas moradas que tenía debajo de los ojos, si no viviera conmigo, creería que alguien lo habría golpeado. Me sentía culpable, yo era el causante de aquello y seguramente también era el factor de su reciente culpabilidad por querer dejarme, esto último me mataba también a mí pero sus ojos me demostraban que él también lo estaba sufriendo.

- Hola, Gerard -saludó, no hubo un beso de por medio como tiempo atrás, llevaba un mes sin saludarme así- ¿Qué hacías?

- Oh, yo, es... -reí nervioso- acomodaba los platos.

El sonrió agotado, miró hacía abajo y después asentó las llaves sobre la mesa, me miró a los ojos y después se acercó a mí, tomó mi mentón y bajó mi cabeza para besar mi frente.

- Siento mucho haberte dejado solo tanto tiempo, tuve necesidad de hacer algo, te espero en la cama cuando termines. Necesito hablar contigo.

Temblé ante su comentario, sin embargo asentí mientras un nudo en mi garganta comenzaba a formarse. Pero tampoco quería alargar más mi calvario, así que miré como Frank se retiraba a la habitación y yo me quedé ahí parado, voltee a la mesa, mirando los cubiertos y por primera vez decidí dejarlos ahí, total después de que mi novio me dejará tendría el tiempo suficiente para organizar todos los cubiertos del mundo.

Caminé hacía mi pieza, mi perro que por cierto se llamaba Spark, me miró de pies a cabeza, pensando en seguirme o no, pero al final acomodó su cabeza en el suelo mirando hacia la ventana.

- No creo que quieras ver esto, Sparky... -el sólo chilló.

Abrí la puerta y pude encontrar un Frank en pijama, sus piernas estaban entrecruzadas y su mirada estaba en el celular. Él me miró y palmeo un lado de la cama, yo me acerqué temeroso y me senté.

- Gerard... Yo sé que últimamente me la he pasado muy extraño, distante e incluso te he descuidado y quiero pedirte perdón, pero tengo que decirte la verdad, conocí a alguien.

- Ya sabía, no importa Frankie, apenas pueda me iré de aquí, sólo deja le hablo a Mikey para pedirle que me deje quedarme en su apartamento.

- Yo... Gerard, lo siento -pude ver el dolor en sus ojos, alguna que otra lágrima amenazaba con salir, pero al final no se atrevió ninguna a malaventurarse.

- No te preocupes, sólo... Yo dormiré en la sala -tomé una almohada y también mi cobija, para después salir de la habitación.

Esa noche tardé en quedarme dormido, podía ver por la ventana de aluminio el manto azul oscuro, esa noche había estrellas y cada una de ellas representaba un sueño perdido, había perdido todo, había perdido a Frank. El brillo de la luna era triste, blancuzco, no como la noche que conocí a Frankie, esa noche la luna estaba en completo esplendor, dorado, lleno de vida, brindando esperanza.

Tal vez, sólo tal vez él no era para mí, tal vez el futuro tenía destinado algo mejor para mí... pero no podía imaginarme un futuro sin la hermosa sonrisa de Frank, tan cálida como el viento del verano. Tampoco podía imaginar despertarme todos los días sin ver sus ojos pardos, era imposible vivir sin él, Frank... Frank, no debiste de cruzarte en mi camino.

No debimos de prometer tantas cosas, no debiste ayudarme a acomodar mis problemas, tampoco debiste de controlar mis ataques de ansiedad, debiste dejarme autodestruirme.

Soñé con él, pude escuchar como me decía en el oído que aún me amaba, que todos nuestros sueños se cumplirían, que a pesar de todo me seguía adorando, incluso más que el primer día. Que le encantaba como... como ambos pasábamos el tiempo, como reíamos, como bromeabamos de todo.

Pude sentir sus húmedos y cálidos labios en mi oído, dándome un beso para después decirme que siempre me protegería del mundo cruel. Soñé las veces que habíamos hecho el amor, su cuerpo sudado contra el mío, sus gemidos, sus suspiros, sus orbes avellana contra los míos verdes.

Al despertar sonreí, todo parecía tan real, pero para mi penoso corazón, apareció una nota, la tomé con ambas manos, sólo había dos palabras, sin embargo me habían calado hasta el fondo de mi alma, destruyendo mi mundo, tirandome al frío y duro pavimento. Mi cabeza azotó múltiples veces, haciéndola sangrar internamente y haciendome llorar, las mejillas estaban encharcadas y mis ojos eran rojos, habían perdido su brillo, porque yo había perdido a Frank.

Aquellas dos palabras acompañadas de un punto, eran mi infierno: Lo siento.

Después de tanto tiempo cualquiera hubiera creído que merecía más que un pedazo de papel roto por la mita con unas letras que parecían bailar. Porque yo le había dado lo mejor de mí, porque se suponía que él daría lo mejor de si pero no lo hizo. Se le hizo más fácil dejarme aquí, tirado en el vacío.

Revisé cada uno de sus cajones, todos estaban vacíos. Todas sus camisas, sus playeras e incluso sus pantalones rotos en las rodillas, se los había llevado. No había dejado nada, ni siquiera un rastro de que hubiera existido, todos los recuerdos quedaban en mi cabeza.

Los colores se habían marchado desde que él cruzó la puerta, ahora todo era gris, no blanco, no negro; gris. Las lágrimas salían sin césar, en un ataque de ira los platos de cerámica fueron al piso, estrellándose y rompiéndose en pedazos muy pequeños, como Frank lo había hecho con mi maldito y putrefacto corazón.

Todo mejoraría, eso lo sabía pero nada sería igual. Porque no existía final feliz sin Frank y sus ojos color avellana, sin los panqueques que me preparaba por la mañana y sin los besos con sabor a café y vainilla.

Porque nada tenía brillo en un futuro, porque los cigarros parecían tentadores otra vez, porque las pastillas parecían arreglar todo. Porque el alcohol era mi única salvación, porque no vivir parecía más que una opción.

Porque yo no era nada sin Frank, pero él era todo sin mí.

Y eso lo sabíamos ambos, por eso había decidido dejarme.

T.O.C.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora