CAPÍTULO III

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Final

Probablemente la casa estaba hecha un asco pero eso no importaba, desde que Frank se había ido los días eran extremadamente largos. Además había estado lloviendo desde la tarde del día que de fue, que coincidencia, que desgracia.

Tres días después de que él se había marchado, Mikey llegó a mi departamento. Él estaba preocupado porque no había contestado sus llamadas y tampoco los mensajes, cuando me vio tirado en la cama, hecho un ovillo con una sábana que anteriormente había sido blanca pero que ahora era gris por la mugre, se preocupó.

Así que sin pensarlo dos veces me llevó con el doctor, el cual me había diagnósticado con Trastorno Obsesivo Compulsivo. Pero él no estaba así que nos atendió otro, leyó mi expediente y habló conmigo sobre lo que pasaba, a lo que llegamos al punto de que yo no tenía sólo el Trastorno Obsesivo Compulsivo, si no que también tenía el personal. Quise matarme.

- ¿Cómo? -había preguntado Mikey con la voz entrecortada.

- Lo que escucharon.

- Al paso del tiempo, su hermano desarrollo la personalidad obsesiva compulsiva pero nadie se dio cuenta. Puedo notar que hace dos años que su hermano no viene a terapia, está en su expediente -dijo mientras le mostraba la hoja de papel a mí hermano.

- ¿Por qué Gerard?, ¿Por qué dejaste de venir? -cuestionó Mikey

- Porque yo estaba bien, estaba con Frank... Yo creí que tal vez me recuperaría.

- Necesito mucha paciencia para no matarte en este preciso momento. Porque ganas no me faltan -sus ojos estaban en blanco y sus delgaduchos dedos estaban apretando su entrecejo.

La cita con el doctor no había sido fácil, además de que Mikey había reservado mis demás terapias con él y se cercioró de que el doctor le avisará si algún día faltaba a una de ellas. Pero aún así, después de tres meses no había mejoría, siempre seguía esperando a Frank.

Siempre hacía lo mismo, me sentaba en nuestro sofá azul, aquel en donde habíamos tenido tantos momentos juntos, besos, abrazos, películas, nuestros cuerpos juntos y sudados. Las lágrimas caían por mis mejillas, había bajado de peso y mi cabello estaba largo pero eso no importaba.

Ni siquiera los malditos medicamentos ayudaban, nada podía ayudarme. Comenzaba a desesperarme, mi hermano diario venía a visitarme pero siempre me hacía el dormido, pocas eran las veces que me encontraba «despierto». Las ganas de salir eran pocas, sin embargo siempre tenía que hacerlo para ir al psiquiatra.

El cual sólo me decía mierda... «tienes depresión» dime algo que no sepa, maldito inútil. «debes olvidarte de Frank», deberías dejar de meterte en mi vida. Todo era siempre lo mismo, incluso mi enfermedad parecía haberse consumido por la depresión, le pregunté al inútil de mi doctor si eso podía ser posible y su respuesta fue un gran «sí, la depresión es más fuerte, la depresión es como una cárcel para ti y es la madre de tu mente». Y por primera vez creí que el tipejo si servía de algo.

Siempre era la misma rutina, el mismo sillón, el café, mi cabello mugriento y la misma sudadera, aquella que tomaba prestada cuando había frío y quería dormir cómodo. Me dolía el alma, el corazón, la cabeza y también me dolía respirar, era como respirar mil dagas en cada inhalación y derramar litros de sangre pertenecientes a mi corazón en cada exhalación.

¿Por qué Frank me había abandonado?, ¿Por qué sólo dejó una nota?, ¿Acaso tanto me odiaba?, ¿Tanto lo había echado a perder? Necesitaba respuestas y no las obtendría nunca, porque él se había largado como un maldito cobarde y lo odiaba, lo odiaba por dejar las cosas inconclusas, por creer que dejando una maldita nota todo sería mejor.

T.O.C.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora