El retrato de las seis.

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Me senté como cada tarde en mi mesa. Me atrevo a decir mi mesa, porque prácticamente me pertenecía. Desde que descubrí aquella cafetería, me apoderé de ella. La primera vez, saqué uno de los últimos lápices que me había comprado y escribí mi nombre. El mesero me regañó, pero poco me importó, porque al día siguiente tallé las mismas letras con la navaja que siempre cargaba conmigo. Era descuidado en aquel entonces, y aún lo sigo siendo. Mi bolso negro lucia café; en clases lo dejaba en el piso y todos mis compañeros lo terminaban pisando. Mi cuaderno de dibujo, el último que compré en aquel tiempo, tenía todas las puntas dobladas. Me atrevo a decir, sin embargo, que el desorden que yacía alrededor se convertía en nada tras encontrarse con mis dibujos. Todos me decían que era talentoso, y lo repitieron tanto, que terminé siendo capaz de ver que era cierto. Tenía una especie de diario en el que, en vez de escribir mis memorias, las dibujaba. Las hojas estaban descuidadas; usaba lápiz grafito, carbón y hasta acuarela. Desde hacía meses estaba estancado en un dibujo en especial. Se trataba de un retrato, el más importante para mí hasta ese momento. Una desconocida, fascinante, preciosa y, me atrevo a decir, muy inteligente. Ese día era Jueves. Miré mi reloj y restaban diez minutos para las seis de la tarde. Eso significaba que estaba por llegar. Pedí el café con leche de todos los días y esperé. Apenas se oyeron risotadas, supe que había llegado con su grupo de amigas. Se sentaron en la misma mesa de siempre y pidieron lo mismo que yo. Tomó su lugar, justo frente a mí. Preparé mis lápices: Rojo y azul, preferentemente para su bonito cabello y sus grandes ojos. Tenía ojos alucinantes y su cabello era digno de ser descrito por el escritor más talentoso. Me restaban tan sólo unos detalles para terminarlo, pero eso era lo que pensaba cada día que me sentaba y observaba el dibujo. Me caracterizaba por ser perfeccionista, sin embargo, ese trabajo en especifico me superó. Después de gastar la punta que tenía el lápiz burdeo me puse a divagar en que si seguía así, quizás terminaría por romper la hoja. Sus ojos me miraban, pero sin detenerse a prestarme atención. Muchas veces fueron las que entré en pánico al creer que me había visto retratarla, pero con el tiempo acabé acostumbrándome; era sólo una ilusión. Sonreía, mostraba sus dientes para nada perfectos y remarcaba las comisuras de sus labios; daba la impresión de que con la fuerza que parecía ejercer, sus labios terminarían rompiéndose. Su nariz era pequeña, de hecho, tenía más pecas que nariz y me reía solo cada vez que volvía a pasar por mi mente esa idea. Su piel era blanca como la leche; cada vez que usaba remeras y vestidos sin mangas, podía ver las pequeñas manchas que la cubrían; era como si me llamara, a veces sentía la necesidad de ir y conocerla sólo para poder observar más de cerca aquellas manchas y, si tenía un poco de suerte, conseguir tocarlas. Cuando me daba cuenta de lo enfermos que eran mis pensamientos, me avergonzaba y evitaba sus ojos aun cuando nunca se hubieran detenido en mí realmente. El dueño del local pasó por mi lado y rió. Siempre lo hacía. Se burlaba y me decía que estaba enamorado. Me reía con él y más demente creía que estaba, y es que para mí el amor no es un sentimiento así de simple; la atracción física es así de simple y lo mío no era ni lo uno ni lo otro. Simplemente creía que era una chica especialmente guapa, la que podía desaparecer sin más de mi rutina al día siguiente: La miraba para memorizar cada uno de sus rasgos y retenerlos en mi memoria. Muchas veces pensé en crear una especie de colección; tenía distintos bosquejos con su rostro; en unos reía, en otros estaba seria y en el otro tanto tenía cara de sorprendida. Me esmeré en las hondas de cabello que caían sobre sus hombros. Hubo un momento en el que levanté la vista y me percaté de que su amiga se había cambiado de lugar, tapando el ya poco espacio que tenía para observarla. Comencé a maldecir en voz baja; en eso, una chica guapa se detuvo junto a mi mesa y me preguntó algo. Tan poco me importó lo que tenía para contarme que ni me quité los audífonos. Volví a centrar mi atención en el dibujo. Entonces, sentí unas manos sobre mí. La misma molesta chica me había sacado los auriculares de los oídos, provocándome un dolor inmediato. "Eres un maldito demente". De inmediato dejó de mirar mis dibujos y se alejó dedicándole una mirada de compasión a la chica. Poco le importó que yo no le hiciera caso, pues al instante se acercó a la mesa de un chico que estaba leyendo un libro, él, a diferencia de mí, la invitó a sentarse. Otros cuantos minutos estuve con los ojos en la gastada hoja, hasta que volví a ser interrumpido. Me llevé una sorpresa, porque se trataba de una de las amigas de la chica. Debí verme como un completo estúpido intentando tapar las hojas con mis brazos, porque soltó una carcajada.
-Te gusta mi amiga, ¿me equivoco? -apoyó su mano en la mesa.
-No me gusta -respondí.
-¿No? ¿Y por qué la estás dibujando entonces?
-Es demasiado bonita como para no hacerlo.
-Se sentirá halagada cuando vea esto -apuntó mi retrato.
-No quiero que lo vea -puntualicé-. Estos dibujos son para mí.
-¿Es que acaso no quieres hablar con ella? -sonaba ofendida.
-Ciertamente no. No... No se me da muy bien hablar.
Bueno, pero para que se te dé bien debes practicar! -chilló. Me tomó el brazo con demasiada confianza.
-No... Allá estás tú y las demás chicas.
-¿Quieres que Carmen venga para acá?
Sin más se alejó. Volví a mirar hacia su mesa y sentí varios ojos sobre mí. Ella ahora tenía nombre para mí, Carmen. ¡Qué precioso nombre! No sabía qué pensar y tampoco sabía qué pensaba de mí en ese momento. Mientras hablaba con su amiga, levantó la vista. Esta vez a diferencia de todas las anteriores, efectivamente me estaba mirando a mí. Una sensación extraña me recorrió el cuerpo, creí que eran náuseas, pero para mi suerte no implicaba la posibilidad de que pudiera vomitar en los próximos minutos. Me temblaban las piernas y mis dientes castañeaban lo suficiente como para que creyeran que estaba muriendo de frío.
-Hola.
Era una voz dulce.
-Así que era cierto... -Escuché un suspiro.- Y también era cierto que eres tímido.
Creí que no podría ser capaz de levantar la mirada, entonces ella se sentó en silencio y esperó.
-Hola -repitió cuando me digné a mirarla.
-Hola, Carmen -respondí. Sonrió-, soy Mauricio.
-Bonito nombre.
-También el tuyo.
-Eres increíble -dijo-; llevo aquí dos minutos y ya puedo saberlo. Nunca me vi así antes.
Quizás no soy tan bueno como creí haciendo retratos, pensé para mi mismo. Apreté con fuerza los puños contra mi muslo. Estaba avergonzado.
-¿A qué te refieres? -me atreví a preguntar.
-Me veo bonita -respondió al instante.
-Eres bonita -corregí.
-¿Por eso me dibujaste?
-No.
Ladeó la cabeza, muy confundida.
-No eres más o menos bonita que las demás chicas con las que me encuentro aquí, en la escuela, o bien en mi barrio, pero, me inspiraste a dibujar. Y usualmente dibujo paisajes, porque en ellos encuentro paz, tristeza o felicidad. Y no creo que la simple belleza pueda inspirar a un artista a escribir una canción, un poema o en mi caso, a dibujar. Debe existir algo más, o sino es todo demasiado superficial.
-¿Cómo crees que soy?
-Te ríes con cualquier chiste que oigas y también te enojas con mucha facilidad; crees que cantas mal, y por eso no te atreves a subir y jugar al karaoke con tus amigas por los Viernes; pero, no eres tímida, porque te he visto coquetear con más de tres muchachos en lo que va del mes. Sabes que tus ojos son tu mayor atributo aunque no sabes realmente el poder que tienen. No te gustan tus dientes, sin embargo, a veces estás tan feliz que lo olvidas y ríes hasta que te comienza a doler el estómago; tu materia preferida es Historia y estas obsesionada con la mitología... Y creo que eso es todo lo que sé de ti hasta ahora.
Me miraba con gracia, lo que me llevó a pensar una vez más que era demasiado imbécil como para producir algo más que risa en ella. Pero dentro de todo hubo algo bueno, y me aferré a ese pensamiento: No tenía miedo de que fuese una especie de acosador, aunque la idea ya había pasado por mi cabeza en los últimos días. Estaba bastante obsesionado con ella. Si lo hubiera pensado al menos una vez, habría salido corriendo de mi mesa después de escuchar aquellas palabras mías que dejaban claro cuánta atención le había estado dedicando.
-Eres increíble -volvió a decir.
Para el final de tarde creía que sabía mucho más de ella de lo que sabía sobre gente que conocía prácticamente de toda la vida. Era graciosa y muy inteligente, tal como lo había pensado estando a metros de distancia. No me molestó que no preguntara algo sobre mí durante las más de dos horas que permanecimos sin movernos de aquella mesa, porque la verdad era que habría deseado escucharla hablar de su vida por el resto de la semana. Suspiró muy profundamente y comenzó a reír de forma nerviosa.
-Lo siento -se excusó-; cuando alguien me da la palabra, no hay quien me la quite. Es un defecto.
Una virtud, corregí en mi mente. Pero tenía razón. Probablemente habría visto aquello como un terrible defecto si hubiera estado presente en otra persona, sin embargo, ella era distinta en aquel punto. Me sentía un loco, y al mismo tiempo la persona más cuerda del mundo por pensar diferente con respecto a ella.
-Debo irme -dijo apenada. La melancolía de su voz, eso sí, no fue ni la mitad de la que sentí yo al escucharla. Entonces una preciosa sonrisa apareció en su rostro-: Mañana, a las 6 en punto, en la misma mesa -Se acercó lo suficiente para sentir su olor a vainilla-. Y hablarás sólo tú, así que prepárate.
Y después de darme un sonoro beso en la mejilla, se levantó de la mesa y caminó de vuelta hacia la mesa de sus amigas, quienes cuchicheaban y nos miraban intercaladamente. Miraba de forma nerviosa el dibujo que yacía en mi mesa, cuando sentí su voz nuevamente.
-Deduzco que esto es mío -tomó la hoja gastada sin pedirme permiso. Mi respuesta fue un sí rotundo, sin necesidad de abrir la boca.

Pensamientos congelados. {Tumblr Quotes}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora