Untitled Part 1

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Mucho tiempo atrás, alrededor del siglo XVI, un país se había consagrado como el Rey del Norte de Europa. Este hombre era alguien bastante particular, de una personalidad realmente extravagante. Se trataba de una persona que difícilmente pasaba desapercibida, ya que lugar a donde iba, se convertía en el centro de atención de todos los presentes.

En su casa, además de él, convivían cuatro países más, a quienes él consideraba más como sirvientes que como amigos. Dado que les proveía comida, techo y protección, suponía que lo mínimo que podían hacer por él en retribución, era hacer todo lo que él les ordenaba.

Para este monarca, la vida no podía ser mejor. Tenía tierras, un amplio océano por donde navegar, súbitos que estaban obligados a servirle y serle fiel... ¿Cómo era posible que la vida pudiera mejorar? Era imposible.

Esta situación hacía que la convivencia no fuera muy feliz o placentera. Los caprichos del Rey eran irrefutables y no podían ser desobedecidos. Caso contrario, éste no dudaba en castigar a quien se atrevía a no hacer lo que se le pedía. Además, los gritos que solía pegar cuando no se hacía las cosas como quería, solían llegar a toda la casa y eso no era algo muy agradable de escuchar. Al menos, si uno quiere conservar sus tímpanos.

Esta historia nos cuenta cómo dos de estos países osaron huir del dominio de este hombre y la persistencia de éste último en buscar a estos fugitivos. Además, de cómo ésta fuga, unió a esos dos países en una relación de siglos. Pero primero, vamos a dónde todo comenzó.

Nos remontamos a comienzos del año 1500, en algún lugar del Norte de Europa. Se trataba de uno de esos días en los que el sol deslumbraba con todo. Los pájaros cantaban, algunas ranas croaban y había conejos que saltaban de aquí para allá. Todo parecía tranquilo y perfecto, hasta que...

—¡¡¡Suecia!!! —exclamó el danés realmente enojado. Aquel grito retumbó por todo el enorme castillo de piedras, de tal modo, que toda ave que estaba por allí, salió volando de allí —¡Maldito Suecia! —reclamó furioso.

En el interior de aquel lugar, Dinamarca se movía de un lado a otro, molestando a todos sus vasallos, buscando por el mencionado. Estaba tan molesto como una persona podía estar. Había descubierto que el sueco le había desobedecido y no había lavado la totalidad de su ropa. Ahora debía usar la misma ropa del día anterior y eso le enervaba.

—Nor, ¿has visto al maldito de Sve? —preguntó al mismo tiempo que caminaba hacia el noruego, quien estaba con su pequeño hermano en brazos. Eran las siete de la mañana como mucho y el grito del danés lo había despertado.

Por supuesto, por culpa de esto, estaba de un pésimo humor. Si ya de por sí le costaba soportar a Dinamarca cuando estaba en su humor normal, ahora le resultaba mil veces peor hacerlo. No obstante, a veces era mejor si lo ignoraba o hacía lo que pedía sin discutir. Porque cuando aquel se ponía caprichoso, realmente era insoportable.

—No sé de qué me hablas —respondió llanamente mientras que volvía a acomodar al pequeño Islandia entre sus brazos. Su contestación era realmente sincera, ya que no comprendía qué rayos le pasaba. Tampoco le importaba demasiado.

—¡Demonios! ¡Ese idiota me vuelve loco! —reclamó, como si estuviera a punto de quitarse los pelos de la rabia de la cual era presa en ese instante.

Continuó caminando por todos los alrededores. No iba a dejar un solo espacio vacío. Tenía que encontrarlo y le iba a dar el regaño del siglo. A veces sentía que hablaba a una muralla, ya que nunca escuchaba una palabra de lo que le decía. Realmente estaba cansado de ésa maldita situación y de un momento a otro, haría algo al respecto.

HuidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora