Uno

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Nunca me ha gustado la idea del cambio.

De vez en cuando veo alguna frase inspiradora o un post ridículo en alguna página ridícula cosmopolitana de esas que instan al cambio y hablan de los increíbles beneficios de él. A mí personalmente (Y, estoy en lo correcto porque se trata de mi experiencia, repetitiva, dolorosa y real, no de algo que me dijo una escritora de libros de autoayuda) los cambios me saben a mierda.

Los cambios son malos. En el siglo en el cual vivimos, solo pueden significar malas cosas. Los cambios son la razón por la que mi vida ha ido decayendo a la velocidad que los adolescentes perdemos las ganas de vivir.

Empecemos por el primer cambio de mi vida: El día en que nací.

Como cualquier otro día en mi vida, estuvo llenos de llantos, gritos y confusión por parte de todos. Además de mucho dolor, facturas gigantescas que había que pagar y descuido inoportuno por parte de mis padres

¿Otros cambios que comprueban mi teoría sobre los cambios? Bueno, el día que mi papá compró un nuevo carro, porque con eso cambió nuestro estado bancario de uno a menos un millón y por lo tanto mi mamá quedó odiándolo para toda la vida. Pero siguen casados y pues, he llegado a la conclusión de que así funcionan las parejas casadas.

Más cambios: Cambiaron a la Srta. Martins, mi profesora de sexto grado, por la Sra. Caruthiers, quien se encargó de decirle a todo el mundo que mi familia vivía de sobras de las suyas y desde entonces todos me miran como si de Madame Tragedia me tratara.

Además de eso, un año después, en séptimo, a nuestro colegio lo fusionaron con otro y entonces ya no tuve que aguantar a mil humanitos malvados, si no a dos mil.

Luego, en octavo, mis pensamientos hacia los chicos cambiaron de "¡Asco!" a "¡Hot!" y desde entonces dice la leyenda que mi corazón me detesta.

En noveno, Kyle Pierce se volvió todo lo que la definición de Hot puede englobar y juraría que mi corazón intentó huir de mi, pero lo detuvo la aduana.

Finalmente, el año pasado.

Mi medio hermano, Zach, a quién adoraba y amaba, murió de una sobredosis. Yo tenía quince años, volví a la casa y ahí estaba mi mamá, llorando. Jamás antes la había visto llorado. Y por eso no hizo falta que me dijeran que había pasado con él. Grité, lloré y sufrí tanto por tanto tiempo que pensé que no lograría sobrevivir a su muerte.

Pero de alguna forma lo hice. Lo soporté. Aparté las cuerdas, las pastillas, los tejados de los edificios más altos y mis pulmones de los ríos más profundos. Me dejé llevar lejos de las vías del tren y escondí todas las superficies filosas que se toparan mis ojos. Lo hice. Lo intenté, fui fuerte y lo hice. Pero a veces, sí, desearía no haberlo hecho. Porque después de tanta mierda, ese hubiera sido el último cambio.

Ahora me enfrento a otro. Y temo (O a lo mejor me agrada la idea) de no poder. Simplemente no ser capaz de ganarme a mí misma esta vez.

-¿Que tal la universidad de California?-Pregunta una de mis mejores amigas, Kat.

Katherine es de familia Coreana. Es una de mis mejores amigas desde antes de que los colegios se fusionaran, le gusta pensarse todo 200 veces y su familia hace comida deliciosa. Es por eso que cada vez que el grupo se va a juntar, aparecemos todos casualmente en la puerta de su casa. No importa que Jared tenga una piscina y un salón de juegos, o que los padres de Kyle sean los más cariñosos y atentos de todos. La comida siempre va primero.

Ojalá pudiera amarte, siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora