Nueve

107 18 6
                                    

Han pasado ya una semana desde aquel día. Ese día que Kyle me echó en cara a mi mamá y a mi familia disfuncional. Kyle. Kyle el que tantas veces me protegió de esa familia, Kyle el que me gusta, desgraciadamente y enormemente me gusta. A veces, saben, no parece cierto. Es como si las dos últimas semanas hayan sido una pesadilla que no se acaba, por lo más que me intento convencer que ya estoy despierta.

Se intentó disculpar ese mismo día, a la salida, pero yo simplemente me fui caminando a casa con Calvin, mi estúpido corazón esperando que así pudiera causarle celos ¿Estuvo bien? No, no lo estuvo, pero ahora que sé que no le definitivamente gusto (¿Cómo si quiera alguna vez pude albergar esperanzas de que fuera así?) tampoco me siento muy mal al respecto.

Hace una semana que no vamos juntos al colegio o que él me conduce devuelta. Es gracioso, porque vivimos literalmente al frente del otro, pero en las mañanas tomo el autobús temprano, antes de que él salga y por las tarde Kat, Jo o Calvin me acercan en sus autos o caminamos juntos devuelta. Sé, por Ben, que los primeros dos días después de nuestra pelea, Kyle me esperó afuera de mi casa, con la esperanza que al menos fuera con él, pero mi orgullo es infinito y simplemente me desperté una hora más temprano y tomé el autobús amarillo como si estuviera en la primaria. Me chupó un huevo. Que se vaya a la mierda todo él, inclusive su hermosa sonrisa y sus ojos del color del mar océanos pacífico y su...Tengo que hacer un mayor esfuerzo en olvidarlo.

Así que me compro un kilo helado. 

El helado es la comida más feliz para la gente más triste. Puedo comer kilos de helado y de alguna forma llenar momentáneamente ese vacío en mi corazón que antes solía llenar él. Pero también sé que no puedo ahogar mis penas en helado. Tengo demasiadas. Y si lo intentara, literalmente me ahogaría.

Así que lloro. 

Me encierro en el baño cuando mamá y papá están dormidos (O drogados, con ellos nunca se sabe) y dejo que las lágrimas salgan. Me siento patética y, sin embargo, me siento aliviada. Compadecerme a mí misma se siente bien. Pensar en todo lo malo y purgarlo entre sollozos hace el respirar un poquito más fácil. Pienso en todo lo que está mal con mi vida, desde mis grotescos padres hasta Zach...y termino en Kyle, sus ojos que adoro tanto, mirándome fijamente mientras me dice, aunque no sean sus exactas palabras, que no valgo nada.

Y hasta eso se siente bien, de una forma extraña, torcida y enferma, pero lo hace.

-¿Amanda?-

Mi concierto de llantos es interrumpido por la vocecita de Noah. Está detrás de la puerta y porque lo conozco tanto, sé que está asustado. Lo sé porque usaba ese mismo tono cuando Zach aparecía en la puerta, drogado hasta el cielo, delirando y vomitando todo lo que cargase adentro.

-Amanda ¿Estás triste? ¿Te sientes mal?-

Su preocupación por poco me saca otro sollozo. Él es tan inocente, no merece escucharme llorar. No merece vivir en esta casa. No merece haber nacido en una familia tan inestable. Él merece estar durmiendo en su propio cuarto, rodeado de juguetes, a solo unos pasos de padres que harían todo por él. De repente, recuerdo las palabras de Kyle hace ya tantos años, diciéndome que yo merezco exactamente lo mismo.

-Voy, Noah. Dame cinco minutos-

Intento recomponerme, para él. No quiero que mi hermanito me vea hecha un desastre. Pero no puedo ocultar lo rojo que están mis ojos, por lo que solo intento forzar la sonrisa más convincente en mi rostro. Cuando salgo, mi encuentro con Noah esperándome afuera, sus ojitos bien abiertos, vigilando, mientras que entre sus manos sostiene una barra de chocolate que le dieron hoy en el colegio. 

-Te traje esto para que te sientas mejor- Me dice, entregándome la barra como si me estuviera entregando su más preciada posesión. Me rompe el corazón enseguida -Por favor, no llores más. Me preocupo-

Ojalá pudiera amarte, siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora