5. El caos.

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-¿Como coños llegaste hasta aquí?- pregunté aún con mi mano sobre mi pecho agitado. Owen sonrió encantado.

-Lo siento, llegue aquí hace un rato, estabas tan concentrada que ni te diste cuenta que llegue. Además estoy aquí desde hace mucho rato, incluso te iba a mencionar que el tercer volumen de Los Juegos del Hambre no se encuentra en ninguna biblioteca del dominio del gobierno, pero luego llegaron...

-¿No se te ocurrió si quiera que me matarías de un susto si no anunciabas tu presencia?- pregunté aun asimilando su llegada inesperada.

-Bueno si, pero creí que preferirías que me acercara yo en vez de ellos.- señalo el largo pasillo con la cabeza mientras se ponía en pie y me tendía la mano, la acepté.

-¿Y quienes son ellos?- pregunté ya en pie.

-Los Denegados.- arrastró las palabras con tanto desprecio que casi me sorprendió que yo misma no los odiara ya.

-¿Ellos son...?- inquirí mientras recorría su cuerpo con la mirada distraídamente, este pareció notarlo pero no se inmuto.

-Claro, debía suponerlo.- murmuro entre dientes, levanté la mirada hacía su rostro.

-¿Suponer el que?

-El que no los conozcas.- respondió no la cabeza gacha.

-¿A que te refieres?- Owen levantó la cabeza y me miro a los ojos.

-¿Has conseguido algo?- de repente desvió la mirada y junto a ellos también se fue la conversación pasada.

-No, hoy no tuve tiempo.- contesté con cansancio, odiaba lo rígida que se había vuelto la conversación.

-Deja de tomarte esto como un juego, si hubiera sabido que seria así nunca hubiera contado contigo.- abrí mucho los ojos, no había escuchado hablar así a Owen, al menos no durante las veinticuatro horas en las que supuse se había convertido en un conocido mas, me sentí de la peor manera posible. Di un paso atrás como si me hubieran golpeado, no sabía por que había confiado en el, no debía, le había confesado todo, les diría a los guardias sobre las pastillas, sentí terror. ¡Pero que tonta!, ¿como había confiado en el?, ¿como había...? esas preguntas tenían respuestas y ellas se encontraban en mi misma, claro que había confiado, había confiado por que era una niñita de diez y siete años de edad, huérfana, sola y ahora mentalmente inestable.

Owen levantó la mirada con valentía.

-No sé como me metí en esto.- confesé exhausta de repente, estaba cansada, cansada de lo horripilante que se había tornado mi vida, no tenía a nadie, ya no sabía cual era mi camino. Algún día muy lejano había pensado que tal vez tendría una familia normal, una familia, esa palabra parecía tan lejana que en mi interior me estremecí. Antes habría pensado que mi destino sería ser enfermera o simplemente una madre pero ahora... ahora mis ojos se empañaban frente a un Solo, mis piernas se debilitaron como si fuera a caer, y caí pero no alcancé el suelo, Owen me sujetó justo antes de caer, sentí un extraño cosquilleo que se extendía desde mi pecho hasta mis extremidades.

-¿Estas bien?- preguntó Owen con la mirada preocupada puesta en mi, me quede muda.

-Eh...- y recordé todo, todo lo que momentáneamente había olvidado por los hipnotizantes ojos de Owen. La soledad, en lo que me había convertido, Ezra, Axel, mi madre, mi padre, mi hermano y todo eso junto hizo que una chispa dentro de mi se encendiera. Me levanté decidida pero a la vez confundida, mi mirada se volvió a empañar y de repente empecé a correr hacía la salida pero cuando iba a atravesar las puertas aún con los ojos empañados escuche un murmullo de Owen, casi inaudible.

Los Solos [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora