– Ahhh... Señor Kotaro ...
– Te dije que no lo ibas a soportar.
– ¡Ah! Es, demasiado...
– Los niños no están preparados para estas cosas, eres muy joven.
– ¡Ya no, ya no soy, no soy un... niño! ―volvió a jadear.
– Entonces ¿cómo es que no puedes soportar el frío?
Kuntur le lanzó una mirada asesina. Pero tuvo que reconocer que tenía razón. Él había insistido e insistido por semanas en que lo llevara al nevado, ya que Kotaro era guía de montaña de la Reserva, y por ende estaba acostumbrado a esos trotes. Pero un niño de quince años...
Sí, había sido una total imprudencia. De parte de ambos.
– Si al menos me...
– ¿Te hubiera dicho que vinieras abrigado? ―apoyó ambas manos en su cintura, en actitud retadora, frunciendo aun más el entrecejo―. ¡Pero si sabías que veníamos aquí! ¿No era obvio?
– Bueno...
– A veces eres realmente un idiota ―Kuntur gimoteó.
– No me llame así, señor Kotaro ―el pequeño hizo un puchero, y él lanzó un suspiro resignado.
– Mejor bajemos, no vaya a ser que te dé una pulmonía.
― . ―
Comenzaron el descenso.
Kotaro empezó a arrepentirse. Su metro ochenta de estatura no era suficiente para proteger a un niño de metro treinta, en un terreno tan agreste. Pese a eso, después de mucho dudar, cuando Kuntur insistió en visitar la montaña hasta el punto de exasperarlo, llegó a la conclusión, tras agotar la última gota de paciencia que le quedaba, de que no podía ser tan malo llevar al niño a su centro laboral, el domingo, cuando no tenía mayores obligaciones, y lo más probable fuese que no hubiesen visitas turísticas.
Y no se equivocó. El gigante helado estaba solo, aunque tal vez se debía a que, a esa hora, hacía aun más frío en las alturas.
Detalle que olvidó por completo, pese a ser montañista.
"Como se lo cuente a su padre, ¡me mata!"
Empezó a temblar al recordar al temperamental padre del muchacho.
¡Qué idiota había sido! Probablemente éste sería su último día de vida.
¡Y aun no se había casado!
– Señor Kotaro, ¿se siente bien? ―casi chocó con el niño, quien estaba inmóvil frente a él, impidiéndole continuar con sus pasos.
– ¡Kuntur! ―lo miró asustado, aturdido por su repentino comportamiento. El que lo sacaran de esa manera de sus pensamientos no era saludable para nada, ¡casi le dio un infarto!
– Hum, lo siento, pero... caminaba como zombie. Se veía horrible ―Kotaro quiso golpearlo por insolente.
– Gracias por el cumplido, Kuntur ―¡Mocoso de...! pensó, obligándose a no pegarle―. ¿Le dijiste a tu padre que venías conmigo?
– Sí, le dije que... ¡Achú! ―el más alto tembló, aterrado por la amenaza de un resfrío del cual era, aunque indirectamente, culpable.
ESTÁS LEYENDO
La Edad Engañosa (Novela Original - Pub. en físico)
RomanceKotaro tiene la apariencia de un hombre de cuarenta años. Tras la muerte de sus padres, es protegido por el padre de Kuntur, un niño que aparenta tener ocho años. Sólo cuando inicia su último año escolar, Kuntur se entera de que el Señor Kotaro, con...