Engaño 4: Cuando decides olvidar, lo haces totalmente

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Una década.

Ese día, el pequeño Mateo Samuel cumplía diez años, y estaba a punto de irse con sus padres a vivir a la ciudad capital. A punto de ingresar a la secundaria, antes de lo establecido por ser un niño casi genio, tanto mamá como papá, los abuelos y sus tíos habían insistido en que era lo mejor. Allá los estudios tenían un mejor nivel y él podría luego escoger una buena carrera. No por algo era un excelente alumno.

La carta que comunicaba esta decisión, cuyo sobre estaba roto sobre la mesa en la que también descansaba una pequeña botella de contenido verde, estaba aun en las manos de su destinatario, quien dormía en el sofá. Y ella, quien conocía su contenido, había pensado en ese momento que se veía guapísimo, con la camisa semi abierta, probablemente extenuado de tanto bailar, con esa sonrisa sincera en sus labios al recordar al niño. Pero al bajar la vista, y ver las prendas que yacían en el suelo, tuvo que aceptar que quizás en realidad era ella la causante de su sopor. Aunque no recordaba lo que había ocurrido entre ellos...

Se incorporó, y el leve roce de la seda contra la tela del cubrecama despertó al hombre, quien se caracterizaba por su sueño ligero cargado de pesadillas y sobresaltos, debido al estrés laboral. La miró, luego de parpadear medio confuso, y simplemente se puso de pie, metió la carta en el sobre, se abotonó la camisa, se anudó la corbata y tomó su saco. No volteó cuando ella, llorando, lo llamó con voz suplicante por una respuesta, luego de abofetearlo al entender que se había comportado como un patán. Simplemente la dejó ahí, sola, con mil preguntas en su cabeza.

Ciertamente, ese día había quedado grabado en la mente de esa preciosa muchacha como una película de terror. Y ahora, cinco años después, que lo tenía al frente, podía al fin preguntar la razón de su comportamiento.

– De modo que me engañaste...

– ¿Engañarte? Te dije que te llevaría a mi departamento, no que conseguirías lo que deseabas ―la mujer se sonrojó― eres estúpida. Te aconsejo con toda sinceridad que no vuelvas a hacer ese tipo de papelones, no creo que a tu futuro esposo le guste saber que su mujer anda buscando aventuras en la calle...

– ¡No soy una aventurera, estaba enamorada... de ti! Además, hum... Rómulo no es mi futuro esposo ―la miró, frunciendo el entrecejo.

– Vaya, doble pecado. No solo querías estar conmigo sin conocerme del todo y sin tener una relación formal, sino que estabas con otra persona además de tu prometido, y aun así... realmente me sorprendiste, no creía que fueras tan libert... ―ella lo miró con rabia.

– ¿CÓMO SE TE OCURRE? Conocí a Rómulo una semana después de... de ese día. Nos casamos el mes pasado. Fue así que lo descubrí ―se sonrojó― sin lugar a dudas tienes una forma muy retorcida de hacer el bien. Pero te agradezco que me ayudaras a conservar mi integridad ese día. Él, me valoró más, por eso, Kuntur.

Ya habían pasado otros cinco años desde esa noche. Ahora, con treinta a cuestas, Kuntur se había convertido en un hombre de un metro noventa de altura, con una mirada penetrante que nada tenía en común con su tierna mirada de niño. Ahora, miraba a todos de lado, hacia abajo, tal y como en algún momento, cuando parecía de ocho años, lo habían mirado a él. Eso, según sus alterados recuerdos, ya que en realidad todos lo habían mirado siempre como a una criatura sumamente tierna.

– Claro, si le ocultaste convenientemente que tu integridad deseabas mandarla al infierno con un chico provinciano, sin lugar a dudas pensó que eras una santa... ―ella iba a replicarle, pero él añadió, con indiferencia― en fin, ni me recuerdes ese día, en algún momento me arrepentí, mientras dormías ―llevó a sus labios el cigarrillo― Hum... pero, pese a todo, felicito el buen gusto de tu esposo: eres una mujer hermosa y buena.

La Edad Engañosa (Novela Original - Pub. en físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora