Recién salido del horno

34.4K 366 10
                                    

Me puse la bufanda antes de salir. Ya se atisbó la aurora por la ventana, señalando la transición paulatina del invierno a primavera, pero seguro que aún hacía frío a esa hora de la madrugada. Cerré la puerta con dos vueltas de la llave, por instinto, aunque sólo bajaba un momento. Después de tantos años, mis rutinas ya eran consolidadas; me desperté pronto, incluso los domingos como hoy, y bajé a por el pan recién salido del horno en el bar de la esquina.

Sonó el ding señalando la llegada del ascensor y empecé a entrar, todavía en autopiloto, antes de que abrieron las puertas. Así que me choqué con el joven del piso de enfrente, que estaba saliendo del ascensor. Me agarró, y como vi en ese instante que estaba borracho y obviamente volviendo de marcha a esta hora cuando yo ya empezaba mi día, yo también le agarré para prevenir que no se cayera.

Quedamos tanto tiempo en los brazos del otro que se cerró la puerta del ascensor.

Estudié su cara, tan cerca de la mía. Le había visto (y oído) antes, pero nunca me fijé mucho en él. Le sacaba casi veinte años, pensé, y de repente me sentí mayor. Me acordé de cuando yo tenía veintipocos y volvía de marcha a estas horas después de una noche loca. Pero me sentí tan lejano de este joven delgado que tenía entre las brazos, como si fuera de otra especie: con un lado de la cabeza afeitado casi al cero, un piercing debajo del labio inferior, su abrigo desabrochado revelando un ropaje de colores chillidos y telas artificiales, lo mejor para brillar bajo las luces ultravioletas de las discotecas.

A pesar de mi aversión, no me acordé cuánto tiempo hacía que no sentí a otro hombre en mis brazos y no le solté. Con mi trabajo, ya no tenía tiempo para buscar ligues de una noche, y tampoco entendía los códigos y costumbres de hoy en día. Buscar algo más duradero pareció un cuento de hadas. De acuerdo, los homosexuales teníamos el derecho de casarnos, y sólo faltaban pretendientes, sean ranas, príncipes o hombres normales.

La luz automática del pasillo también se apagó, dejándonos en la penumbra del descansillo.

-Perdona -dije al final, soltándole y apartándome un paso-. Bajaba para el pan y no esperaba que hubiese nadie dentro del ascensor a estas horas.

El tocó el interruptor y me miró de pies a cabeza sin decir nada. Imaginé que me escrutaba con la mismo aversión que yo sentí. Igual, ni reconocía que yo también entendía.

O quizás eso le ponía más, porque agarró su entrepierna, y me dijo: "Te invito yo a una porra si te peta".

Está borracho, pensé. Es un vecino: no te metas en un lío, pensé.

Pero desvié de mi rutina matinal y seguía a su lado en el pasillo. No sólo de pan vive el hombre. Y ya no me sentí tan mayor.











Autor: Lawrence Schimel.

Cuentos homoeroticosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora