3

37K 1.7K 183
                                    

El ardor me quema, quiero salir de aquí, voy a salir de aquí, tengo que ser muy cuidadosa. 

Pero él me tiene acá, encerrada, con él, no puedo decir nada, no, no, me matará, me matará. 

Todo el lugar estaba frío, su cuerpo estaba recostado sobre una cama, las sábanas rosaban y acariciaban su piel sin miedo. 

Intentó dormida girar a un lado pero algo la detuvo, el dolor hizo que sus ojos se abrieran de golpe, gimió de dolor, alzó su vista hacia atrás, sus manos estaban vendadas, era verdad, no era un sueño, estaba en aquella extraña habitación, desnuda, ataca, postrada en una cama que ella nunca eligió.

Era de noche, estaba sola en aquella habitación, sólo la luz de una candela iluminaba el lugar, no había ninguna sábana cubriéndola por encima, estaba plenamente desnuda, abierta sin su querer.

Jaló con fuerza las esposas intentando zafarse de ellas, aflojarlas, pero cualquier tirón le era completamente inútil, la piel sensible de sus muñecas le ardía por el cuero y lo jaloneos ¿qué iba a hacer? No había como salir de allí, quiso con su vista localizar su ropa, estaba al pie de la cama, al lado de la ropa de aquel hombre, no podía creer nada de aquello, el cuerpo le pesa, lo sentía como plomo. 


Esa misma mañana, la chica despertó cambiada, sin esposas, se sentía agotada, adolorida y confusa, se levantó dolorosamente de la cama, las piernas le dolían y aquel jeans no la ayudaba en nada, una blusa holgada, por alguna razón se dio cuenta que no llevaba ropa interior, su cabello estaba alborotado, sus muñecas rojas, sus labios hinchados. 

Abrió con cuidado la puerta, quería largarse de ahí, no sabía dónde demonios se encontraba la salida pero debía salir lo más pronto de aquella enorme casa, pero aquel dolor que la tomaba no la dejaba avanzar nada, tratando de ahogar sus gritos y gemidos de dolor, avanzó hacia las gradas, donde se tomó por la baranda para bajar lentamente a la primera estancia, al primer nivel, encontrar una salida y largarse de una maldita vez. 

Una vez abajo, se fijó en la elegancia y la grandeza del lugar, terciopelo, plata, pinturas caras, jarrones de cristal, música clásica instrumental de fondo, cortinas finas, alfombras persas, el aroma a madre selva, estanterías repletas  de libros, una copa de vino, unos anteojos y un libro abierto en la mesa de centro, alguien estaba ya ahí, seguramente era aquel hombre, tomó por el otro lado, en sumo silencio, habían muchas puertas por donde salir, por donde entrar, por donde esconderse, pero ¿por dónde tomar? 

El dolor de sus piernas era grande que tuvo que detenerse y apoyarse en una pared y cerrar los ojos, recordaba muy bien la noche anterior, como aquel desgarró su virginidad, como la había besado, como la había desnudado, tomado... suspiró. 

-¿Señorita? 

Ella se sobre saltó.

Una mujer vestida de uniforme de ama de llaves, estaba frente a ella, con una cara sonriente, se acercó a ella a tomar su mano... pero ella se hizo a un lado.

-Lo lamento, su desayuno, está en la mesa, pase, tiene toda la privacidad que quiere, el señor Buchanan, no se encuentra ahora pero, regresará, yo, debo marcharme, todo queda como a él le gusta, espero que también sea de su gusto y agrado. Soy la señora Jey. 

Ella no respondió, no sabía qué responder, ¿quién era el señor Buchanan? ¿desayuno? ¿Alguien cocinó para ella? ¿Debe irse, por dónde se iría? 

-¿A-a dónde se dirige? ¿A dónde va? ¿Dónde sale? 

-Oh mi señora.

-No soy su señora. 

La señora Jey ignoró aquello.

-Tome su desayuno y tranquilícese, pronto vendrá el señor. 

-No, no, no, es que, yo tengo que irme.

-¿Irse a dónde?

-A c-casa.

-Tonterías, esta es su casa, debe quedarse aquí es orden del señor. Buen día señora. 

-No, no, por favor.

Clic. 

La puerta se cerró, con llave detrás de la señora Jey. 

Era ya la tarde... tres o cuatro quizá.... no había probado bocado alguno.... 

Ahora, conocía la salida pero no tenía salida, corrió hacia otras puertas, y ventanas todo, cerrado, y lejos de esto sólo había bosque, no sabía dónde se encontraba. 

Por dónde tomaría si salía de ahí, por dónde, qué tal si se encontraba con aquel hombre o el señor Buchanan fuera y la regresaran a rastras.

¿Cómo llegó si quiera ella ahí?

Unos brazos la tomaron desde su espalda, ella se retiró de inmediato, se dio la vuelta y se encontró con el hombre de la noche anterior. 

Una cabeza y media más alto que ella, musculoso, de cabello oscuro, ojos claros, labios rojos, vestido con una camisa formal, unos jeans de lona, iba con zapatos bien lustrados, la miraba con furia. 

-¿Qué haces aquí?

-N-no lo sé, ayer cuando...

-Me refiero a ¡Qué haces aquí parada, buscando una maldita salida cuando dejé ordenado que comieras y te quedarás sentada!

Él se acercó más a ella dejando muy poco espacio entre ellos, estampando el cuerpo de la chica a la pared, ella no se movió, ni un poco, se quedó ahí, frígida.

-El señor Buchanan va a venir en cualquier momento, y-yo, yo tengo que irme, no sé qué hago en su casa, yo...

La risa de aquel joven hombre sonó en toda la sala. 

-Yo soy el señor Buchanan, y no irás a ningún lado, ni hoy, ni nunca. 

Él unió bruscamente sus labios a los labios de ella, lo recordaba, era él, era el señor Buchanan y el hombre que le arrebató la virginidad ayer en la noche, estaba parado frente a ella, besándola fuertemente, sin ninguna delicadeza, le dolía, el contacto la ponía nerviosa, la cercanía la hacía temblar. Él la acercó más, retirándola de la pared, tomando de su cintura para que pudieran estar a la misma altura, ella no lo tocó, en ningún instante y no lo haría, no lo haría. 

Ella no abría los labios, no quería aquello, no. Alzó la mano para empujarlo pero no, no podía, no....

Él volvió a enfurecerse por la reacción de la chica, él, con toda la intención hizo que uno de los jarrones de quebrara, aprovechó la cercanía para tomar uno de los trozos, lanzar en el gran sillón a la chica y tomar una de sus manos y seguir besándola, pero no fue útil, tomó su corbata y ató sus manos mientras la besaba con más libertad, como el quisiera. 

Tomó el trozó filoso, sentándolo en la piel suave de la palma de la mano de la chica, cortándola,  siendo él mismo el que ahogaba los gritos de la chica mientras la besaba, mientras la apresaba con sus pierna de poder salir corriendo, la tenía, la tenía ahí, en aquella nublada tarde, ya la había marcado... por segunda vez....


La Quiero a EllaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora