Las cuatro de la mañana, la hora y el lugar acordados.
Voy andando, pisando cada uno de los tablones blancos.
Mientras, escribo.
Veinticinco, el último paso.
Me quedo quieto.
Apoyado en el semáforo está el yonqui, nervioso.
Espera a que lo haga para cogerla y salir corriendo.
En un momento este último tablón se teñirá de rojo.
Aunque sea capaz de salvarme de caer a la lava, no me puede salvar de mí mismo.
La pistola está cargada.
Será cosa del veinticinco.
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Diario de un Hombre Destrazado
Short StoryEn el sobre de azúcar, por detrás donde pone una frase, he escrito mi número. Supuse que lo leería. A la gente le gustan esas gilipolleces.