Capítulo 12.

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Regresé a mi habitación hecho una furia. Me escondí debajo de las sábanas, así como un niño se esconde de los monstruos a mitad de la noche.
Me escondía de mi propio monstruo.
Cerré los ojos e intenté despejar mi mente, no tener pensamientos algunos. Quería tranquilidad, total tranquilidad. Lo logré. Creo que fue tanto lo que me relajé que logré quedarme dormido.

No sé exactamente cuánto dormí, no sé exactamente lo qué soñé durante mi repentina siesta. Miles de imagines pasaban frente a mis ojos de un segundo a otro, algunas eran normales otras eran perturbadoras. Podía visualizar a la gente con la que he llegado a convivir aunque sea por un momento, a la mayoría no la reconozco, pero una vez leí que la mente no puede crear rostros así que supongo que a esas personas las conozco de algún lado. Todo iba bien cuando de repente imágenes de miembros cortados y personas con heridas graves empezaron aparecer, era como si alguien los hubiera mutilado o apuñalado. Había, por cuestiones lógicas, sangre por todos lados y podía oír el grito de auxilio de aquéllas pobres personas. Todo eso me mareaba pues, como había mencionado antes, las imágenes cambiaban a cada segundo.
No fue que me alteré hasta que vi la imagen de mi madre. Estaba perfecta de su rostro, traía puesta un largo vestido. Era de un color parecido al anaranjado.
Hace muchos años, en un caluroso verano y cuando mi madre aún vivía, mi padre alquiló uno de esos bungalos junto a la playa. No recuerdo mucho del viaje, no recuerdo mucho de mi infancia lo que es una lástima pues mi infancia ha sido la etapa más hermosa. Como iba contando, durante aquél verano, una noche, no tan calurosa como yo esperaba, mi padre nos sorprendió haciendo una fogata. ¿Quién se resistiría a una fogata en la playa? Si alguien me invitara a una seguro iría.
Mi madre, queriendo lucir bella, más bella de lo que ya era, usó el vestido anaranjado que mencioné anteriormente. No sé muy bien cuál era la tela, yo no sé de telas, pero era fresca y ondeaba junto con el aire. Strapless dejando a la vista sus delgados hombros y sus coyunturas marcadas. Ni mi padre ni yo pudimos quitarle la mirada de encima durante toda la noche.
El caso es que, no sé porqué, al final del sueño vi su perfecto retrato. Me asusté. Que apareciera de repente me tenía sin cuidado.
Respiré, traté de relajarme e intenté volver a domir. No lo logré. Pensaba en mi madre y en los pocos recuerdos que tengo con ella. De verdad que me hace falta, la necesito en mi vida. Necesito ese cálido cariño que sólo una madre puede brindarte. Necesito ver esa reluciente sonrisa que le caracterizaba, ver sonreír a mi madre era lo más bello que he visto en la vida. Necesito de sus abrazos, sentirme protegido cuando me sentía asustado. Necesito tener a mi lado a la persona que, aunque yo no fuese el mejor hijo, me quería más que a su propia vida. Necesito de su adorable presencia. De todo se reía y era la persona más dulce que he conocido. Si ella siguiera aquí iría inmediato a contarle mi pesadilla, ella me escucharía y con una reluciente sonrisa me diría que todo está bien, que sólo fue un sueño y que vuelva a dormir.
Han pasado varios años y debo aprender a cómo estar sin ella.
Sigo sin creer que ya no esté aquí. Recordar su muerte sólo me causa un gran y horrible dolor.

Un delgado rayos de luz se escapó de entre las oscuras cortinas que tenía colgando frente a la ventana. Por mera casualidad, aquél rayo de luz pegaba justo en mis ojos, era molesto por lo que tuve que abrir los párpados.
El color azul marino de las cortinas daba la sensación de que aún era de noche, pero revisé el reloj de mi despertador y ya eran las diez de la mañana. Me preguntaba cómo estaba mi padre, si se habría levantado ya, si ha desayunado sin esperarme, sin tan siquiera está en la casa.
Adormilado y con la cara hinchada bajé las escaleras, miré al comedor y ahí estaba mi padre almorzando pan francés acompañado de frutos rojos. El imaginarme el sabor del rico desayuno hizo que mi estómago exigiera comida. No recuerdo haber cenado anoche.
He llegado al punto de olvidarme de mis horas de comida, eso es mala señal.

—Ah, hijo —exclamó mi padre al verme. Dejó sus cubiertos de lado, recorrió la silla del comedor hacia atrás y abandonó esta para ir hacia la cocina. Yo sólo observaba con deseo a los frutos rojos —. Sabía que despertarias tarde así que hace pocos minutos he terminado de hacer el desayuno.

Mientras hablaba de cómo había sido su mañana antes de mi despertar, tomé una frambuesa que estaba por caerse del plato de mi padre. Mastiqué lentamente y disfruté de su delicioso sabor. Ah, cosas como esas no se comen todos los días, bueno, por lo menos yo no. La mayoría de la veces que como aquí es comida congelada. Creo que tengo que aprender a cocinar.

—Siéntate.

Al escuchar nuevamente la voz de mi procreador reaccioné bajando de la nube de sabor en la que me encontraba. Frente a mi un nuevo plato apareció, se veía más lleno que el de mi padre. Supongo que estos detalles son lo que llaman "pequeños placeres de la vida"; ver tu plato lleno de comida cuando mueres de hambre.

—Gracias, gracias, gracias —agradecí una y otra vez. Tomé mi plato y sin dudarlo tomé asiento, mi padre me imitó.

Ambos desayunabamos sin decir nada, yo estaba muy ocupado con mi desayuno como para hacerlo. Creo que en mi semblante se podía apreciar lo extasiado que estaba con el sabor del pan francés. Noté la mirada burlesca de mi padre. Él casi nunca cocinaba, pero cuando lo hacía la comida quedaba exquisita.

—Hijo...

Volteé a verle con mis mejillas llenas de aquéllos frutos rojos, asentí en señal de que hablara mientras masticaba el gran bocado que tenía en el interior de mis mejillas.

—Perdón por lo de ayer...

Quedé ofuscado. ¿Me estaba pidiendo perdón? ¿Mi padre, la persona que siempre me insulta y dice que soy un inútil, se está disculpando conmigo? Bueno, somos familia, creo que a pesar de sus palabras en el fondo conserva su cariño hacia mí. Quiero creer eso.

—Oh, bueno... —bajé la mirada y atenué el volumen de mi voz, más tenue de lo que solía hablar —. No hay problema... Son cosas que pasan. Está bien.

—Sé que tienes un problema con la escuela, no todos somos buenos para todo. No sé por qué razón te escapaste ayer, quiero imaginar que fue estresante o algo por el estilo. Ya viste lo que pasó, perdiste un examen. Yo no puedo ayudarte mucho, no estoy todo el día aquí, pero hay otras personas que sí pueden; compañeros y maestros y, si es que hay tiempo, lograré ayudarte yo también.

Asentí sin decir una sola palabra. Puede que haya llegado el momento de decirle la verdad, la verdad sobre porqué me escapé ayer, la verdad sobre la inexistencia de ayuda de mis compañeros hacia mí, la verdad sobre las ideas que tienen los maestros sobre mi persona, la verdad sobre por qué me comporto tan raro a veces, la verdad sobre todo. Pero implicaría mucha charla y ya se sabe, no soy bueno hablando. Si pudiera existir un trabajo en el que solamente se necesitara escuchar a las personas, ese sería el trabajo perfecto para mí. ¿Existirá algo así?
Al final, opté por quedarme callado.

—Y bien —agregó —. ¿No me dirás por qué te escapaste ayer?

—Ah, un... Eh... —estaba a punto de decir "amigo", pero la verdad no sé si considerar a Gongchan como amigo —. Compañero, me invitó a comer. Yo moría de hambre así que...

—Espera, espera, ¿Por qué no almorzaste en la cafetería de la escuela?

Puse mis ojos en blanco. Ahora tendría que explicarle por qué no como en la cafetería. Una cosa siempre nos lleva a otra. Ahora tengo otra razón para no hablar.

—Cuando llegué ya se había acabado todo —dije con rapidez. Después de mi metida de pata, en definitiva ya no quería hablar —. Yo realmente no quiero hablar de eso —tomé una nuevo y gran bocado de mi pan francés, metiéndolo metiéndolo con presteza a mi boca.

—¿Hijo, alguna vez te he dicho que eres raro?

Nuevamente asentí. Tanta gente me lo ha dicho que ahora la palabra es absolutamente prescindible para mí. Es algo demasiado común. Lo que no es común es escuchar la palabras "Vamos a salir" que mi padre pronunció. Casi me ahogo al escucharle. Salir... él... yo... nosotros... ¿A dónde? Seguramente ya me abandonará como a un perro viejo, sí, eso ha de ser. Iremos en el auto y al llegar a un lugar poco concurrido de la carretera me abandonará, eso.

—¿Sa-salir? ¿A dónde? —pregunté aún sin poderlo creer.

—Te debo un día, sólo tú y yo, ¿Lo recuerdas? Así que cuando termines vas a cambiarte para irnos.

E s q u i z o f r e n i a ; JinChanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora