Capítulo 24 (Parte II).

459 50 16
                                    

«¡Te arruinó la vida! ¡Tienes que pagarle con la misma moneda!»

—¡No, no, no!—grité como si estuviese solo en la casa, aún sabiendo que no era así.
Lágrimas brotaban de mis ojos sin previo aviso, sollozos incontrolables timbraban de entre mis labios y escuchaba pasos que cada vez parecían estar más cerca. En un principio todo parecía estar dentro de mi mente, hasta que pude sentir unas manos posándose sobre mis hombros.

—¿Estás bien? —Era la grave voz de mi padre. Una voz más que no quería escuchar.

—No —respondí. Era más que obvio, no tenía sentido mentir ante el estado tan notorio en que me encontraba —. Me siento bastante mal. Siento como si ya nada valiera la pena. Como si ya no tuviese razón alguna para vivir...

—No digas eso —replicó mi padre —. Nunca lo vuelvas a decir. Yo estoy aquí. Estoy aquí contigo.

—¡¿Y qué sentido tiene?! —vociferé apartando el agarre de sus manos. Aún sentía enojo por lo cometido minutos atrás —. ¿Que sentido tiene que estés aquí si nunca te preocupas por mí? Nunca me haces caso, sólo gritas sin cesar por cada mínima cosa que haga. Me tienes encerrado en esta casa desde hace años. Yo quiero salir... Yo... —las palabras no me salian de la boca. Era una avalancha de emociones que amenazan por salir de la peor manera. Era como cuando uno quiere liberar todo el dolor y resentimiento que se ha acumulado por años. Había llegado a mi límite —. ¡Yo quiero tener una vida normal! —ensimismado por las alucinaciones, asestaba contra el aire.

Mi habilidad y destreza para golpear siempre han sido nulos. Mis puños se movían de forma aleatoria haciendo que mi padre retrocediera y abandonara mi espacio de lamentación.
Escuchaba una voz externa decirme que me calmara, le ignoré. Le escuché decir que los golpes no son solución alguna, le ignoré. Le escuché decir miles de cosas que ni siquiera me detuve a reflexionar, le ignoraba por completo.
La puerta de mi oscura habitación se cerró de golpe. Peticiones por parte de mi padre para que le dejara pasar eran rechazadas. Como cada situación en la que mi estado no era moralmente aceptable, necesitaba estar solo.
Sentado en ovillo, recargado sobre la puerta y la cara escondida entre el hueco que formaban mis brazos, fue que pasé la noche del martes hasta que el estruendoso sonido del despertador me sacara del horrible trance en el que me encontraba.

Desperté luego de una indeseada pesadilla. Era extraño pues en un principio no parecía ser un mal sueño, al contrario, yo creía estar en el paraíso.
Volví a la inocente edad de doce años, casi trece. Mi madre cocinaba y yo esperaba ansioso probar una vez más su exquisito sazón. Como todo niño que recién entraba en la pubertad, me sentía algo inquieto. No dejaba de saltar frente a la barra de la cocina. Era un sueño perfecto en todo sentido. Ella sonreía de una manera tan cálida y llena de alegría, llena de amor y llena de muchas otras cosas inefables...
De repente todo se tornó gris.
La alegría fue cambiada por la tristeza, el amor por el despecho y la calidez por la melancolía. El brillo de sus ojos se apagó por completo y la positiva curva de sus labios decayó formando una expresión de total abatía. Le escuchaba decir cosas como "No te preocupes, todo saldrá bien" "Ya verás que todo volverá a ser como antes" "No tienes que preocuparte por ello" "Tú no tienes la culpa de nada". Yo sabía perfectamente la razón de esas palabras, así como también sabía que nada de eso era cierto, que nada mejoraría, que todo era mentira, eran simples ilusiones que jamás se harían realidad, esperanzas que se transformarian es terribles pesadillas.
¡No es así! ¡Nada va a cambiar! Grité, pero no parecía oirme. Pronto comenzó a llorar de una manera desconsolada y yo caí en un desesperación que terminó por romper lo poco que me quedaba de cordura...

(...)

De mala gana llegué a la escuela. Tenía la opción de quedarme en casa acompañado de la depresión y la locura o asistir un día más al intento sádico y forzoso que tenemos todos por derecho y obligación. Como ya mencioné, por obligación -y porque no me apetecía reprobar por faltas- tuve que optar por lo segundo.
No tenía a nadie que me acompañase en el autobús. No tenía a nadie a quien yo deseara ver cuando llegara a clases. No tenía a quien acudir cuando llegaba la hora de almuerzo. No tenía a GongChan.

—¡Hey, JinYoung!

Erguí el cuello para averiguar quién era. Sunwoo, DongWoo y JungHwan se acercaban a la mesa donde comía mi almuerzo. Parecían estar tranquilos, pero no tan alegres como siempre se les veía.

—¿Cómo te fue en el examen? —preguntó JungHwan al momento de sentarse frente a mí —. Teníamos curiosidad por saberlo.

—Creo que me fue bien —respondí.

—¿Crees?

—Sí, creo.

Con los palillos picaba y jugueteaba con la comida. No me sentía de ánimos para terminar toda la porción que me habían servido.
El silencio que invadía la mesa era incómodo, tenso. Yo no tenía intenciones de hablar. Si quiera tenía intenciones de hacer algo.

—¿Estás bien? —preguntó DongWoo.

Los delgados palillos que mi mano sostenían cayeron al suelo, rebotando y haciendo ruido contra el azulejo. ¿Por qué tenía que preguntar eso?
¿Estás bien? ¿Estás bien?
¡Estoy harto de esa pregunta!

—Sí, estoy perfectamente bien —mascullé entre dientes —. ¿Por qué no habría de estarlo? Ah, ya sé, porque soy ese chico que causa lástima, porque soy ese chico que siempre está solo, porque soy ese chico al que todo mundo tacha de raro.

—Oye, tranquilo —dijo SunWoo —. Llamarás la atención de todos. Sólo queremos saber cómo has estado. Es todo.

—¡No me importa llamar la atención! ¡Ya no me importa nada! No necesito de ustedes y no necesito de su lástima.

Terminando de alejar la única compañía con la que posiblemente podría contar durante los días tan amargos que se aproximaban, me fui.
Los momentos en lo que yo rogaba al cielo por tener amigos, compañía, alguien que me escuchara, han terminado por desvanecerse al igual que mi fuerza de voluntad. Los anhelos de felicidad por haber encontrado personas que en cierta forma mostraron interes en mí, así como un capricho de niña mimada terminó convirtiéndose en nada más que algo del momento, algo que con el tiempo terminaría quedándose arrumbado en una esquina polvorienta.
Las voces no paraban de hablar, a ratos en susurros, a ratos gritaban. Algo que a la mayoría asustaría, era normal para mí.

«Todavía me tienes»

Ahí estaba 'Él', caminando junto conmigo por los pasillos en busca de algo que nunca encontraría en un edificio tan concurrido; tranquilidad. Su sonrisa decía todo lo que sus palabras callaban. Lo he conseguido.
Desde ese momento todo se tornó borroso, cada día se volvía más largo al anterior y aquélla presencia desagradable se convertía en mi fiel compañero de vida.

E s q u i z o f r e n i a ; JinChanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora