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Estoy a punto de negarme de nuevo a despertar, pero luego veo con más atención la expresión de mi madre y me parece que luce algo... horrorizada.

–Tenemos visitas –dice, observándome bajo el marco de la puerta de mi habitación.

–¿Visitas? –pregunto.

–Ponte algo decente y baja –es todo lo que dice antes de marcharse.


Vacilo en el último peldaño de la escalera. En la sala, sentado junto a ella, está un hombre maduro y fornido –o quizá gordo– con unas botas de cazador, pantalones negros, sudadera azul de cuello de tortuga muy pasada de moda, barba poblada, pelo gris al ras... y unos ojos caídos, ojerosos.

–Hola, Khían Yinn –me dice con voz amable.

Frunzo el entrecejo.

–¿Quién eres tú?

–Eso te lo explicaré después. Tienen que venir con nosotros a nuestro refugio en Ciudad Cóyohua. Nuestro equipo de hackers vio tus resultados en la base de datos de las pruebas de los científicos, y ni siquiera nosotros imaginamos qué querrán hacer contigo.

Nos dan a entender que la investigación de los científicos del Recinto –en la que yo participé– tiene un propósito visionario, revelador y aportador para el futuro. Quieren saber cómo funcionan las cabezas de los afectados por el Síndrome del Candor Mental para sacar algo de provecho y aplicar esas fuerzas (o diseñar algo parecido) en radiofrecuencias de una nueva generación. Las frecuencias de las cabezas de los afectados son mucho más potentes que las frecuencias de radiocomunicación actuales, por lo que sería algo grande si lograran ayudar a los medios de comunicación a enviar su información a través de frecuencias como aquellas. Se dice que todos esos datos se enviarían de una manera más rápida, ecológica e innovadora.

–¿Qué...? –exijo, perplejo–. ¿A qué te refieres?

–Khían, los resultados de las pruebas que te hicieron ayer fueron realmente alarmantes. Hemos visto que tu caso es especial, sumamente especial, y ahora el Recinto querrá utilizarte como su rata de laboratorio. Preparamos un espacio específico para ti y para tu madre en nuestro refugio en cuanto supimos tus resultados, ya que aquellos bárbaros se aprovecharán muy cruelmente de ti si te... si te encuentran.

A pesar de mi desconfianza, me sorprendo un poco.

–¿Cómo sabemos que podemos confiar en ustedes? –exijo.

–Khían... –se apresura a decir mi madre–. Yo misma sé qué está pasando. –Hace una pequeña pausa para tragar saliva–. Por favor, no le des más vueltas al asunto. Es innecesario. Mejor empaca tus cosas.

–¿Empacar? ¿Enloqueciste? ¡Ni siquiera sabemos quiénes son estos!

El hombre baja la mirada con disgusto.

–Khían... ve a empacar –me pide ella de nuevo–. Por favor.

Vacilo por un instante, inseguro de lo que está pasando, pero no me queda nada más que obedecer.


Hay un hombre frente a mi casa que parece cuidar la entrada. Está completamente vestido de negro, y lleva una especie de tubo adherido al chaleco. Tal vez es un arma.

Ese hombre nos conduce fuera de la ciudad en una vieja camioneta. Auron –así escucho poco después que se llama el hombre de lentes– viaja junto a nosotros por una carretera bastante grande desde la que se puede ver una ciudad en ruinas.

–¿Exactamente a qué parte de Ciudad Cóyohua vamos? –pregunta mi mamá.

–¿Conoces Pedregales? –pregunta Auron a su vez, desde el asiento del copiloto–. Ahí está nuestra Resistencia.

Somos los RepelentesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora