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Esa misma noche, cuando la oscuridad llega, junto con los inevitables pensamientos, comienzo a preocuparme. Es solo que de repente comienzo a pensar en mi hogar, mi dulce y reconfortante hogar: mi cómoda cama; la ventana desde donde podía ver el amanecer; la cocina en que mi madre hacía la comida más gloriosa del mundo. Todo eso se encuentra tan lejos de mí ahora. Toda esa comodidad, protección y seguridad se ha quedado atrás, reemplazándose por la oscuridad, la incertidumbre y la frialdad de las cavernas.

–¿Khían? –murmura mi madre desde su colchoneta.

–¿Eh? –digo.

–¿No puedes dormir?

–No. Y tú tampoco.

Me sorprendo un poco al saber que ella no ha caído ya en un sueño profundo, como era de esperar, aunque tiene sentido: debe de estar pasando por lo mismo que yo.

–Khían, sé que esto puede ser difícil para ambos –dice–. Y aunque será duro estar lejos de casa, tenemos que recordar que es por nuestro bien. Estamos más seguros aquí.

A pesar de que entiendo lo que dice, no sé qué responder. Lo único que sé es que de repente me entran unas terribles ganas de llorar y que tengo ganas de ser un bebé otra vez, un niño pequeño que no sabe la verdad y confía incondicionalmente en la seguridad de los brazos de su madre. Pero sé que no soy un bebé. Las cosas son así, y debo ser valiente.

–Hay otra cosa que debemos recordar –añade.

–¿Sí? –pregunto, esforzándome por ocultar mi voz rota–. ¿Cuál?

–Que no será por mucho. Cambiará pronto. Te lo prometo.

Una corriente fría se enciende en mi estómago. No puedo definir exactamente cuál es el sentimiento que me llena; quizá...

Esperanza.


Al día siguiente me ocurren más preguntas, por lo que voy a buscar a Auron a su alcoba para hablar de ellas. Sin embargo, lo escucho hablar con alguien más, y pienso en irme, pero entonces oigo algo que llama mi atención:

–...aun así capturaron a demasiados repelentes –dice, y siento un escalofrío.

Sé que está mal espiar, pero no puedo dejar de escuchar. Me quedo pegado al pilar junto a la puerta de la alcoba de Auron.

–Pero no a todos –responde una voz femenina.

–No creo que sea posible convencer a los que quedan de que entren. Muchos de ellos se rehusarían. Quizá digan que no quieren arriesgar sus vidas.

–¿Arriesgar? –La mujer resopla–. ¡Por favor! Es más arriesgado quedarse con los brazos cruzados mientras el Recinto acaba con vidas de repelentes inocentes. Y además de arriesgado, es estúpido.

–Lo sé, Shara, pero no todos piensan igual que tú. Ellos...

–No importa lo que digan; no es correcto sentarse a observar lo que sucede sin hacer nada. Tienen que ayudar. Por algo están en la Resistencia, ¿no? Porque quieren un cambio, al igual que nosotros.

–Bueno, haz lo que quieras. Buena suerte convenciéndolos.

Shara suspira con disgusto. Siento cómo la frustración, el descontento y la tensión se esparcen por el pequeño lugar.

Entonces Auron empuja el biombo hacia un lado, y antes de poder reaccionar, me encuentra en el pasillo. Le miento; le digo que solo estaba "explorando"... y después me voy.

Me siento ansioso. Mis sospechas de que algo está por suceder crecen. Algo grande y severo podría detonarse en cualquier momento.


Poco después, los líderes de la Resistencia Repelente nos reúnen en el comedor. Después de una corta introducción, Auron dice:

Somos los RepelentesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora