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Una inmedible cantidad de tiempo después, Angel Yaba se presenta en el Recinto para supervisar mis pruebas, y por alguna razón, me tienen presente durante toda la visita. Supongo que quieren exponerme a él como los camareros ofrecen el postre a sus clientes en los restaurantes.

Primero observa, junto a un científico llamado Cásar, unas imágenes de mi cerebro en tiempo real, recibiendo una explicación de su funcionamiento y de cómo pueden basarse en él para hacer las radiofrecuencias. Poco después se van a otra habitación a hablar. Me quedo acostado en el catre, atrapado en la máquina que exhibió mi cabeza, esperando a que alguien venga a sedarme otra vez para llevarme de vuelta a la cámara de vidrios negros.

Pero eso no sucede.

–¿Para cuándo crees que tengan listo el examen de su cerebro? –escucho que pregunta Ángel.

–No lo sé, señor –responde Cásar, y por el volumen de su voz, noto que caminan hacia mí–. Quizá alrededor del próximo mes. De cualquier manera, tenemos que apresurarnos; hay un tumor creciendo en su cerebro rápidamente y su periodo de vida está por finalizar.

Siento un apretón en el estómago, y saboreo la bilis al fondo de mi garganta, a pesar de que ya sabía que moriría de alguna manera, y de que me imaginaba que me utilizarían en sus pruebas, hasta que no les sirviera, o hasta que me les muriera durante ellas.

No les preocupo para nada. Son unos insensibles; no tienen respeto por la vida.

–Oww... –gime Ángel, fingiendo compasión, y me doy cuenta de que está parado detrás de mi catre, hablándome–. ¿Respeto por la vida? –Ríe un poco–. Aunque debo admitir que es una lástima, pues comenzabas a caerme bien. Pero bueno, debemos hacer sacrificios si queremos que el Recinto avance.

Se me encoje la garganta: ha escuchado mis pensamientos.

Pero eso no es lo que me llama la atención.

–¡¿Cómo te atreves a decir eso?! –escupo, arrancando el cable que me inmoviliza y levantándome del catre–. ¡No hay necesidad de sacrificios para un avance! Si de verdad quieres hacer algo por tu país, lo cual dudo, ¡comienza por calmar tu obsesión por el dinero y mejorar el sistema pacíficamente en lugar de preocuparte por tu maldito Recinto que no sirve para nada!

Él, que está mirándome, perplejo, de repente comienza a reírse a carcajadas, como si le hubiera contado un chiste. Cásar se dispone a caminar hacia mí con un sedante, pero Ángel lo detiene.

–¡Qué adorable! ¡Un niñito me dice qué hacer y cómo manejar el país! ¡Qué tierno! –dice–. ¿Qué crees, Khían Yinn? Que las cosas no son así. Si crees que...

Suficiente.

Antes de poder detenerme, me lanzo sobre él, tirándolo al suelo, con la cara roja de furia y el pulso acelerado, golpeándolo en la cara con todas las fuerzas y la rapidez que tengo. Lo vio venir, sí, pero desgraciadamente soy más rápido que él. La furia sale de mí, a la vez que entra de nuevo, mientras lanzo mi puño una y otra vez sobre la cara de Ángel Yaba.

Escucho un sonido metálico contra el suelo, y con la ayuda de Cásar soy empujado hacia atrás, pero yo sigo golpeando el aire, ansiando asesinar al imbécil más grande del mundo.

Eso es todo lo que quiero.

Porque he intentado convencerme a mí mismo de que yo mismo decidí venir aquí por mi propia voluntad, y no debería quejarme, pero ¿cómo no quejarme después de todos los daños que le han hecho a mi propio cuerpo? ¿Cómo no enfadarme al ver lo que estos bárbaros son capaces de hacer a un ser humano? ¿O a cientos, miles de personas como yo?

Somos los RepelentesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora