X

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Deambulé por las arenosas calles sin vida, aún sabiendo al peligro al que me enfrentaba al hacerlo. Aún no era del todo de noche, eso suponía un 10% menos de posibilidades de morir, tal vez hoy sería mi día de suerte.

Aún debía encontrar mi Hoja Sakura antes de que algo ocurriese. Pero el Sol se ocultó del todo, ya iba tarde.

Un disparo. Mi vida peligraba si no lograba encontrar mi Hoja Sakura pronto.

Otro disparo. Mi mente me advertía que debía correr, pero mi visión se centraba ahora en observar mi alrededor, intentando averiguar el paradero de mi única y poderosa arma, o en su defecto, al autor de los disparos.

Tercer disparo. Ese pasó cerca. No hay duda, debo esconderme.

Corrí cuanto pude, buscando un buen refugio y, por el camino, a mi útil espada, mi única protección. Crucé una esquina y reconocí la calle. Entré en la primera puerta que vi, escondiéndome en la derruida casa sin techo.

Busqué desesperada con la mirada mi Hoja Sakura mientras aún escuchaba los disparos, que se hacían cada vez más y más frecuentes, hasta el punto de que aquello se convirtió en un tiroteo.

De repente, mi mirada se cruzó con la afilada hoja de mi espada, clavada en el suelo de arena. Corrí a gatas por el suelo, levantando polvo al pasar, con el fin de tomar mi espada. Cuando al fin la tomé, me levanté del suelo, sin mucha seguridad, y me asomé a la calle. Una bala me pasó a tan solo unos centímetros de mi cara, cortando un mechón de mi pelo.

Volví adentro, aún aturdida por lo que acababa de ocurrir, y me senté a una esquina a esperar a que el tiroteo acabase.

Escuché un grito, no muy distante, que me hizo levantar la cabeza. Tomé mi Hoja Sakura y salí de la casa, donde nuevamente estuve a punto de morir por culpa de las balas. Corrí cuanto pude calle abajo y llegué a un callejón donde ya no llegaban las balas, pero aún podía escucharlas.

Corrí hacia otro callejón y de nuevo escuché el grito, esta vez más claro. Era una niña pequeña. Me paré en seco y escuché. Y de nuevo ese grito. Volví a correr hacia una casa cercana y entré en ella sin cuidado, total, no había puertas, ni ventanas, ni techos. Tan solo 4 muros conformaban las casas de el lugar donde habito, donde cada día es una guerra.

Se supone que la guerra ya ha acabado, yo no lo creo.

En una de las esquinas había una pequeña niña, de unos 5 años, sentada, con los ojos cerrados y los oídos tapados por sus manitas. Me acerqué a ella despacio y la abracé. Pude ver una pequeña cicatriz en su mano, con forma de X. Sin duda era una de los experimentos de creación humanoide. Me apiadé de ella.

Sus ropas estaban cubiertas de arena y polvo, le faltaba un zapato y sus ropas y cara estaban rasguñados. Su corto pelo, que le llegaba por los hombros, estaba algo revuelto y un par de lágrimas asomaban por sus mejillas. O estaba incompleta, o se había escapado. Igual que yo, solo que yo estaba incompleta y me había escapado, aunque de eso hace ya 12 años.

La abracé más fuerte, y ambas esperamos sentadas en aquel arenoso y sucio suelo a que el tiroteo acabara. Y como cada día, la supervivencia era el único objetivo de las pocas personas que conformaban el continente X.

Sin nombre, sin vida, sin paz... y así vivíamos. Los científicos continuaban con sus planes de reorganización del mundo. Las pocas personas que seguían vivas, intentaban como podían sobrevivir. Los que vieron con sus ojos la destrucción del mundo, continúan traumatizados. Y nosotros, los experimentos, seguimos llorando por el mundo.

Se dice que un gran secreto cae sobre el planeta, y es cierto. Aunque yo solo sé una parte de la verdad que nadie (o casi nadie) conoce, solo soy consciente de una parte insignificante de lo que ocurre a nuestro alrededor.

Y si lo sé, es solo por ser un proyecto. Y además, un proyecto incompleto.



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