Capítulo 3

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La cara de la inspectora semejaba la de alguien a quien le están gastando una broma macabra, incapaz de articular una palabra.

-Ya sé que resulta increíble -dijo el hombre incorporándose en su silla y recuperando la proximidad a Eva-, y no sé por qué alguien tiene interés en matarme el día de mi cumpleaños, ni a la hora en que nací. Pero lo cierto es que todas lo indican con claridad, todas señalan ese día como el último de mi vida.

-¿Y no cabe la posibilidad de que solo sea alguien que quiere gastarle una broma?

Delfín lanzó un suspiro antes de retomar su explicación, luego su cara adquirió un tono más transcendental si cabe.

-Verá, al principio, no les di importancia, incluso pensé eso, que se trataba de una broma. Deduje que, de ir en serio, no me mandarían un anónimo fijando una fecha y hora concreta, y menos todavía anunciándolo con tanta antelación. Confiaba en que la cosa parase en cualquier momento, pero no fue así. Cada mes, cada día veinte, veintiuno a lo sumo, allí estaba la carta en mi buzón. Te quedan ocho meses de vida, siete, seis, cuatro,... Siempre el mismo sobre, el mismo tono, la misma amenaza...

Desde la mesa contigua, el otro policía, Antón, desplazó su silla hasta situarla al lado de la inspectora. El hombre continuó tras hacer una breve pausa:

-Cuando recibí la carta este último día veinte, entonces sí me empecé a preocupar. Era evidente que no se habían terminado. Pero mucho más aún cuando al comenzar este mes, los anónimos se convirtieron en diarios. Uno cada día, descontando mi tiempo. Pero hoy ha sido el peor día de mi vida y la prueba evidente de que debía hacer algo, de que esto iba en serio de verdad. A lo largo de la tarde no dejaron de llegar flores a mi domicilio: de mis compañeros, de mis amigos, del colegio médico... coronas y coronas de flores fúnebres para mi entierro.

Al acabar, la sala se quedó en silencio durante un rato que pareció eterno. Eva observando al hombre, que ahora tenía la cabeza gacha, y Antón mirando a su superiora.

-No creo que sea difícil saber quién ha encargado las flores -dijo el policía en dirección a Eva, que pareció no oírle-. Voy a ver si consigo algo por teléfono -añadió a la vez que se ponía en pie-. Si no, habrá que ir allí.

El hombre reaccionó:

-Si quiere, puede ahorrarse el trabajo -dijo-. Todas fueron contratadas en Sevilla, a través de Interflora, por un hombre joven, alto, pago en efectivo, buena propina, sin señas.

Los dos policías parecieron sorprendidos.

-Supongo que la telefonista notó la desesperación en mi voz -se excusó.

-De todos modos, tendremos que comprobarlo -le indicó Eva a su compañero-. Vamos a ver si esa propina compraba anonimato o solo discreción a la hora de revelar datos.

-Entonces, ¿también creen que va en serio? ¿Van a hacer algo? -El hombre miraba de manera alternativa a los dos policías, en busca de alguna respuesta.

Eva captó su atención.

-Lo que creo es que si finalmente alguien le está gastando una broma, se está tomando demasiadas molestias -dijo-. Muchas molestias y mucho dinero -recalcó-, las flores no son baratas. ¿Cuántas coronas ha recibido?

-Siete. No, ocho.

La inspectora miró a su compañero en busca de una opinión, más bien una confirmación.

-Voy a ver qué averiguo por teléfono -dijo este a la vez que se encaminaba hacia la sala de al lado.

(CONTINUARÁ)


CAFÉ Y CIGARRILLOS PARA UN FUNERAL (Eva Santiago 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora