«A veces, el camino correcto te lleva hasta un callejón vetado, pero eso no significa que no sea el destino marcado. Es solo que a veces, para avanzar es necesario deshacer lo andado».
El despertador suena por cuarta vez exigiéndome que me levante, pero me duele tanto la cabeza, que sé que en cuanto ponga un pie en el suelo toda mi habitación empezará a dar vueltas.
Ayer por la noche mi sensatez estaba apagada, solo quería apurar los últimos instantes con una de mis mejores amigas en el salón de mi casa. Era la última noche que Liara pasaba en Monasterio, nuestro pequeño pueblo al norte de Letterville. Esta mañana a las siete, cogía un avión rumbo Australia para vivir su gran aventura de dos años. Es cierto que en estos dieciocho años no nos hemos separado, y por supuesto la echaré mucho de menos, pero ella siempre ha sido un espíritu independiente y por muy unidas que estemos, tiene que seguir su camino.
Por ello ayer no me importó quedarme despierta hasta las cinco de la mañana tiradas sobre una manta en el suelo de mi comedor, hablando y riendo como solemos hacer desde que tenemos siete u ocho años. La única diferencia entre ahora y entonces es que hemos cambiado el batido de cacao por un par de copas de vino blanco.
Cuando éramos pequeñas solíamos escondernos en casa de su abuela para que sus padres no supieran que íbamos juntas, nuestra historia era parecida a la de Romeo y Julieta solo que, en lugar de amantes, éramos como hermanas. Sus padres pensaban que una niña con unos padres como los míos no era precisamente una buena influencia. Claro que un padre ausente y una madre lesbiana en un pueblo tan pequeño está visto como algo de lo más extraño y la peor influencia que puede existir. Quizás, si en lugar de vivir en Monasterio viviéramos en Minesay, estas cosas serían completamente normales. En las ciudades no se suele tener una mentalidad tan cerrada.
Recordamos entre risas y derrames de vino, las veces que la castigaron por saltarnos sus normas, que no fueron pocas.Hay que tener en cuenta que nosotras nos conocimos con dos o tres años. De hecho, hay una foto en la que aparecemos vestidas de mariquita y cogidas de la mano, de cuando apenas sabíamos andar. Ya en el colegio éramos un equipo inseparable: nadie podía decirle nada a una, sin que la otra saliera en su defensa..
Recordamos que una vez un chico de clase llamado Ethan se metió con mi pelo y Liara le agarró por el cuello de la bata y comenzó a dar vueltas sobre sí misma girando con él, hasta que le soltó contra una pared. Ese chico siempre se estaba metiendo conmigo: me tiraba del pelo, me ponía la zancadilla, se reía de mi ropa raída y a veces sucia, etc. Tendríamos unos siete y ocho años cuando Liara se cansó de ver cómo me martirizaba. Ese chico, Ethan, luego fue uno de mis mejores amigos. Años después confesó que yo le gustaba, y que esa era la única forma que conocía para llamar mi atención.
En otra ocasión, años después, estábamos en la feria y vimos a un chico que por aquel entonces me gustaba mucho. Tendríamos catorce años. Íbamos las dos paseando entre puestecitos mirando collares, pulseras y anillos, cuando le vi a lo lejos. Liara me animó a que le sonriera, y yo que soy la torpeza personificada quise sonreírle de forma coqueta, pero al girarme me di un cabezazo con una de las muchas paraditas que había en la calle. Liara, a día de hoy aún se continúa riendo a mi costa por culpa de ese momento, y en venganza, yo me río de los otros muchos que también ha tenido ella a mi lado.
Pero si tuviera que elegir, me quedaría con el último recuerdo que comentamos antes de dormirnos abrazadas: la carta que ella le escribió a su madre explicándole por qué nos tenía que dejar ir juntas.
Liara siempre dice que no recuerda lo que puso en ella, que sencillamente dejó que su mano expulsara todo lo que sentía aquella última vez que su madre la había castigado por quedar conmigo. Dice que su carta fue una hoja escrita por ambas caras y que en ella se veían las manchas que habían dejado sus lágrimas. Es todo lo que recuerda. Su madre después de leer esa sincera carta, abrió sus brazos a mí. El cambio fue radical. No sé qué es lo que Liara escribiría, pero sin duda enterneció el endurecido corazón de su madre.
ESTÁS LEYENDO
DIATHAN. El despertar de la piedra lunar.
FantasyMi nombre es Luci y tengo dieciocho años, o por lo menos eso es lo que creía hasta hace pocos días. Mi vida en Portage Lake era tranquila y común. Tenía unas amigas maravillosas, una madre algo despistada, e iba a la universidad como cualquier chica...