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Ya habían pasado casi dos meses desde que aquel niño tan peculiar había aparecido por la puerta del salón de clases.

Por fin los padres de Dan habían conseguido un cupo en una escuela para "niños especiales"

Fueron al colegio durante el tiempo del recreo a notificarle a la profesora de su hijo que ya no asistiría más a sus clases.

—Nuestro hijo, Daniel, irá ahora a otro tipo de escuela —dijo el padre del pequeño—. Lo creemos más conveniente debido a su situación.

La profesora los miró desconcertada. Ella sabía que tarde o temprano encontrarían un espacio en un lugar más adecuado para él, pero no quería que Dan se fuera. Y era por una razón: Phil.

En los meses que habían pasado, la profesora había notado el esfuerzo y la dedicación que Phil ponía en intentar que Dan pudiera hacer cosas por su cuenta.

Ya no solo se trataba de que pudiese sentir lo que era jugar, ahora también se trataba de ayudarlo a "curarse"

No podía, simplemente, permitir que alejaran a Dan de Phil.

—Disculpe, pero creo que no debería hacerlo —dijo la profesora.

Ambos padres lanzaron miradas de confusión.

—¿Por qué nos dice esto? —preguntó la madre del castaño.

—Su hijo tiene un amigo aquí, se llama Phil —comenzó la profesora—, y siento que esa amistad podría ayudar mucho a Daniel.

—¿En qué sentido? —indagó la Sra. Howell

Entonces la maestra explicó la técnica que usaba Phil para ayudar a su amigo, explicó el fuerte lazo de amistad que se había formado y el cariño que ambos se tenían.

Los padres de Dan quedaron sorprendidos y conmovidos por el relato. La creatividad y empeño del ojiazul les había llegado al corazón de una manera que solo un padre puede sentir al saber que alguien está ayudando a su hijo a superar su situación.

—Tenemos que decirle algo... —comenzó entonces el padre del castaño—. El tiempo de vida de nuestro hijo... Tiene muy bajas esperanzas.

La Sra. Howell soltó un pequeño sollozo. La profesora los observó tratando de no quebrarse.

—Puede ocurrir en un año, mañana..., hoy... No lo sabemos —confesó el sr. Howell, con los ojos húmedos—. ¿Es verdad todo lo que dice? ¿Ese niño hace a nuestro hijo...Feliz?

La profesora asintió, las palabras no le salían de la boca debido a lo fuerte del asunto.

Ambos padres le pidieron un tiempo a la profesora para poder conversar sobre la decisión que estaban haciendo. Querían ver si era cierto lo que la maestra decía, querían ver a su hijo de la manera en la que lo describían cuando estaba junto a ese niño.

—¿Podemos ver a nuestro hijo? —preguntó el papá de Dan—. Queremos ver con nuestros propios ojos que nuestro hijo está pasando buenos días aquí. No es que dudemos de su palabra, por favor no lo malinterprete, solo queremos verlo feliz...

—Lo entiendo totalmente, ahora mismo están en el recreo. Podemos observarlos desde la puerta que da al patio —dijo la profesora guiándolos por el pasillo. 

Al llegar al patio donde todos los niños jugaban, los padres de Dan buscaron con la mirada a su pequeño hijo. Lo vieron debajo de un árbol, pero no estaba en su silla de ruedas, estaba sentado al costado de un niñito de cabello oscuro que lo sostenía y, con una cuerda atada en sus manos, lo ayudaba a pasar las páginas del libro que se encontraban leyendo.

Dan sonreía, se veía feliz. Y su amigo, tenía toda la disposición para apoyarlo. 

La madre de Dan se cubrió la boca con su mano para no soltar un sollozo. Ver a su hijo feliz después de tanto tiempo la hacía sentir tan bien, la hacía sentirse con más fuerzas para seguir luchando.

El padre de Dan le tomó la mano a su esposa y se miraron. Ambos habían tomado una decisión.

—Entonces que así sea —culminó el hombre—. Quiero que mi hijo sea feliz, y si está feliz aquí... Seguirá asistiendo a este colegio.

Y esa fue la mejor decisión que pudieron haber tomado.

Juntos {dan&phil}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora