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La casa embrujada estaba solitaria esa mañana cuando me desperté, sintiéndome por una vez feliz. No podía creer que me había dejado llevar con Jules de esa manera. Pero en cierta forma, eso ha hecho que mi vida tuviera más emoción. Cocino dos huevos con tocino y luego me pongo a hacer un licuado de fresa con blueberries y luego a tostar pan. Tengo tanto apetito. Demasiado apetito. Saco el huevo del sartén y lo vierto en un plato blanco y luego pongo ahí unos frijoles rojos; hago un capuchino con la máquina de Jo y luego saco mis panes y les vierto mantequilla para luego verter mi licuado en un enorme vaso de vidrio. Uy, creo que es demasiado. Abro la refrigeradora y agarro el queso, le pongo un poco a mi pan y me siento en la mesa. Ataco el pan tostado con mis frijoles y me terminó el huevo en un tiempo récord. Qué bueno está esto. No había tenido un desayuno tan bueno en meses. No desde aquella depresión... Espera, eso significa que ya no tienes depresión? Me pregunto. Niego con la cabeza, tristeza llenando todo mi cuerpo. Siento un golpecito en mi hombro y me giro. No hay nada. Suspiro y tomo un sorbo de mi capuchino. Súper bueno, mejor sin azúcar. Me termino el café y comienzo con la malteada y luego me acaricio la panza. Delicioso. Por qué me había inhibido de comer?
—Bien, casa embrujada. Estas apunto de caer a los pies de Agnes.
Agarro la escoba y comienzo a barrer el suelo de la sala. Es ahí cuando me doy cuenta que hay cera por todo el piso. Cera de todos colores. Cómo no he sentido eso debajo de mis pies descalzos? Mientras limpio, no me atrevo a quitar las velas de su lugar, con el estúpido miedo de que me saldrá un horrible demonio y me comerá. Me pongo a limpiar los sucios sillones azules que jamás había visto. De hecho, ni siquiera me había dado cuenta que las paredes son rosado coral desgastado con celeste. Me aventuro a la cocina con mi bolsa negra y comienzo a meter todas las sobras y la comida podrida en la bolsa. Luego pongo los platos en el fregadero y me pongo a limpiar la pequeña estufa que está cayéndose a pedazos. Limpio el tambo de gas, luego la mesa y me voy al baño. Ese es un poco más decente. Limpio el inodoro blanco y la regadera. Estoy fregando con fuerza el suelo de la regadera cuando siento una caricia en mi nuca.
—Jules?
Continuó fregando y luego paro, al no escuchar su voz. Su caricia... Su caricia era fría. Un sólo dedo pasando por mi nuca con lentitud. Comienzo a girarme cuando siento la misma caricia, ahora en mi clavícula. Aspiro aire lentamente y lo suelto. Sigo fregando, ignorando el hecho de que estoy escuchando sonidos en la cocina, cosas moviéndose, cosas simples.
—Jules?
Los sonidos siguen y luego se callan. Trató de fregar con más fuerza. Estúpida mugre, por qué te acabas? Me levanto y cambio la cortina por una de tela beige que me gustó bastante. Cuando la estoy poniendo, suelto un fuerte grito. Qué es eso? Qué es eso? Espero que sea cera roja. Por favor.
—Maldita sea, quítalo, Agnes. — me regaño y quito la cortina. Corro al armario y saco una cortina blanca. La reviso antes de ponerla y limpio el sucio suelo de madera. Luego pongo una alfombra y cierro la puerta. Me voy hacia la cocina para fregar los platos y cuando estoy llegando, escucho sonidos ahí. Justo en el fregadero. Me quedo quieta, observando si hay movimiento pero no lo hay. Me alejo de ahí y me voy a mi cuarto, escuchando aún el sonido en la cocina. Siento que alguien está ahí. No estoy sola. Lo sé. Después de arreglar mi cama me pongo a limpiar el armario que está en la otra parte del cuarto. Encuentro un montón de ropa de hombre, libros de estudio y un iPad. Está todo bastante polvoroso y cuando quiero sacarlo de ahí, siento que no es correcto. Empiezo a escuchar como la madera rechina detrás de mí hasta que él para en mi espalda. Siento de nuevo su frío toque, esta vez en mi columna.
—Está bien. No tocaré tus cosas.
Silencio.
Me río al encontrar la ironía. Estoy hablando con un fantasma. Y quién sabe si lo estoy imaginando. Decido que esas cosas pueden ser de Jules.
Una camiseta negra de Nirvana se cae de su propio gancho y suelto un jadeo. Ese fue el aire, lo sé.
Agarro el iPad y veo que no he muerto, por lo que supongo que eso está bien para él. Lo enciendo y no tiene batería. Busco entre los cajones de calzoncillos hasta que lo encuentro, el bendito cargador. Me da un poco de tristeza el ver que su iPad no es viejo. Era joven cuando murió.
Pero tal vez me estoy compadeciendo de mí misma y este iPad sea de Jules.
Lo conecto a la pared y me pongo a limpiar esa sucia y vieja cama. El iPad se enciende y corro a revisarlo. No tiene contraseña. Abro la música y le doy play a You Know Your Right de Nirvana. Nunca la he escuchado. De hecho, jamás escucho rock. Escuchaba opera. Era la chica rara. La depresiva canción hace que la apague y prefiero seguir en silencio. Vuelvo a sentir un toque frío, en mi mejilla esta vez.
—No me toques...— murmuro y salgo corriendo de la habitación.
Mi cuerpo se vuelve pesado y estoy apunto de lloriquear al darme cuenta que se ha pegado a mi espalda; suelto un quejido y camino a la cocina, teniéndolo en mi espalda. Me regaño dos veces más por pensar que existe un "él". Jo entra a la casa con un grito feliz.
—Por qué te has ido...?
Un enorme y continuó gruñido resuena en mis oídos. Mi piel se eriza y tartamudeo una respuesta.
—N-no era u-un bo-nito lugar...
Jo pone su bolsa en una mesita al lado de un pequeño jarrón y me mira enojada. —Es peligroso. El que te...
El jarrón que estaba al lado de su bolsa se cae y ambas saltamos. —Oh, de seguro lo moví cuando...
Asiento y le pasó la escoba y el recogedor; me voy a la cocina y comienzo a fregar los platos, pensando en dónde estarán todos.
—Wow...— suspira Jo.
—Qué?
—Esto está súper limpio.
—Gracias. He sido yo.
El grifo se abre y el agua me cae en la mano. Lo cierro y le sonrió a Jo.
—Quiero que salgamos hoy. Es sábado. Jules está aquí?
—No. No hay nadie, excepto el fantasma.
Sus ojos se abren asustados y niega con la cabeza.
—No lo invoques.
—Cómo dices? No hay tal fantasma.
—Ven conmigo.

Llegamos a un pequeño y sucio café y pido un capuchino, al igual que Jo. Ella no deja de ver a todas partes y yo trato de calmarla.
—Jules... Los chicos... Los conocí en una fiesta. — ella comienza a susurrar.
—Y?
Ella baja incluso más la voz. —Mira, sabía que a las monjas les molestaría. Me salí en mi día de descanso y busque ese grupo del que ellas hablaron la noche anterior en una reunión. Encontraron a una niña huérfana que tenía dos estrellas raras en las muñecas. Dijeron que hacían ritos satánicos.
Mi estómago se revuelve y me acerco más a ella, sintiendo un malestar en mi pecho.
—Los busque porque soy curiosa, Agnes. Y lo que encontré no me gustó. Era de noche y todos se quedaban callados, nunca hablan por las noches, es lo que he notado. No hablan de lo que hacen. Y sus ojos... Agnes, todavía no sé de lo que se trata pero esa noche me desperté en la cama de Jules. No lo conocía en ese entonces. Simplemente me sonrío. Nos volvimos amigos después de un tiempo. A veces me quedaba en su casa, en nuestra casa, pero siempre era lo mismo. Silencio por la noche. Y se escuchan horribles susurros...
—Estas exagerando.
—Ellos no susurran por las noches. Ellos escuchan los susurros, Agnes. Respeto su creencia y realmente no me importa mientras no me involucren. Te lleve ahí porque son conocidos. Pero no te aconsejo que lo invoques. Tienen varios demonios en esa casa.
—Estas mal de la cabeza.
—No, tú lo estás si no te has dado cuenta. Hay tantas cosas que pasan y tú no le prestas atención al presente.
—Aja. Estas diciéndome que eres amiga de unos jóvenes que están en una secta.
Ella mira hacia la puerta y luego a su pastel, ignorándome por completo.
—Y tienen demonios. Eso es estúpido. Los demonios no existen.
—Lo dice en la Biblia.
—No lo hacen. Y tampoco los fantasmas.
Ella se queda pálida y no me contesta.
—Jo. Jo? Jo!
Siento una enorme mano posarse bruscamente en mi hombro y pego un salto. Ahí está Jules.
—Qué te he dicho, Jo?
—Lo siento, ella debía saber. Pronto iba a darse cuenta.
—Y si lo hacía, sería por cuenta propia. Vámonos.
Me levanto pero él me empuja de nuevo hacia la silla con brusquedad. Entonces me suelta como si lo hubiera quemado. Me ve horrorizado y en un dos por tres se han ido.

Ella forma círculos con su cuchara de plástico sobre lo que alguna vez fue un capuchino. Pasa su mano por su cuello y siento cómo su piel se eriza cuando se da cuenta de que sigo aquí.
—Déjame.
No, lo siento. Espero que no piense que quiero lastimarla. No lo haría ni aunque pudiera. Pero no puedo dejarla, quiero estar junto a ella, quiero que sienta lo que quiero lograr: protegerla. Pero ella corre cada vez...
Se pone en pie y siento cuando sus músculos se tensan de la manera que lo hace cuando estoy sobre ella. Tengo el presentimiento de que vamos hacia la casa. Espero que no me estén esperando muy ánimosos ahí dentro.
Toco su cuello suavemente y bajo por su brazo derecho. Se queda inmóvil un momento para luego caminar rápidamente hacía la habitación. Se recuesta en su almohada con lo que parece ser una mirada pérdida; incluso así se ve muy atractiva, aunque tenga los labios un poco resecos y grandes bolsas oscuras bajo sus ojos. He de admitir que eso lo he causado yo. Aunque no me siento para nada culpable.
Siento que si trato de llamar su atención de esta manera, no me entenderá, aunque algunas veces me ha interpretado muy bien.
Necesito estar cerca de ella con algo más que no sea tan brusco e incómodo. Debo buscar algo. Escucho que murmura algo mientras fija su mirada en mí; me pongo atento ya que, será posible que me vea? Me pareció entender que antes lo había logrado. Vuelvo a escuchar murmullos pero éstos no provienen de su voz, son de la sala.
Ella cierra los ojos suavemente aunque ahora siento que está más atenta que antes. Me acerco a la ventana, lo cual hace que la ventana se corra sin que entre viento de afuera, sus ojos asustadizos se dirigen a ella.
—Viento. — murmura.
Quisiera ser más que viento para ella, más que un tacto leve.
Se mueve de la cama y se tapa con unas sábanas. No se cambia la ropa, solamente entra en las mantas y se acurruca Siento que lo hace cada vez que me presiente. Es su manera de ignorarme. Pero no lo lograrás; me coloco junto a ella, en una pequeña esquina. Tal parece que soy grande porque se hace más para la esquina, casi saliendo de la cama, su cuerpo tenso y apuntó de correr. Quieta. Esperando mi próximo movimiento.
Toco su delicado cuello, subo hacia su mandíbula y vuelvo a bajar por su brazo, deslizándome hasta la punta de su dedo pulgar. Me siento bien al tocarla y me molesta el no sentir culpa por asustarla. Supongo que es lo que siempre me ha gustado. Asustar. Me alejo suavemente de la cama y me quedo justo junto a la puerta de entrada, viéndola a lo lejos. Ahora se mueve y se envuelve con las sábanas. No estoy seguro sobre bajar y dejarla aquí, los sonidos de la sala se hacen cada vez más fuertes. No me gusta que la despierten por lo que creo que conseguirán lo que quieren hoy.
Él se acerca a su habitación y cuando me siente, sus ojos se vuelven rudos y se aleja de nuevo, lanzando una maldición. Yo soy tu maldición, maldito idiota.

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Hey!
Hablen.
Es silencio por aquí
Besos!
Karench
Les gusta la nueva portada a los viejos?

Mi Novio El FantasmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora