10

1.1K 98 3
                                    

Hemos caminado tanto que mis pies son lo único hinchado que tengo en mi cuerpo. Ya no sé ni dónde estamos pero este chico no quiere pagar un taxi. O no tiene dinero. En fin. Estamos en una carretera o algo así y hemos dormido varias veces por aquí. Nunca acaba. Nunca va a acabar. Ya no quiero estar más aquí, quiero ir a casa. Entonces recuerdo lo horrible y desagradable que era ese culto o lo que sea y lo olvido. Pero realmente quiero ir a mi casa. Con mis padres. Con mi familia. Y dejar de comer hamburguesas. Y dejar de ver a él vomitar.
—Ya vamos a llegar. — me dice con suavidad. —Falta muy poco.
Suspiro con desesperación y me adelanto para alcanzarlo. Apesta a gato podrido.
—Aquí es. — me dice.
En vez de seguir por la carretera se mete entre los árboles por un caminito de piedras y me lleva a una pequeña casa entre un enorme jardín. Bueno, no es tan pequeña que digamos. Llegamos a la entrada y él me advierte que me mantenga callada.
—¿Por qué?
—A ella... Está acostumbrada al silencio. — me dice.
La puerta se abre y una mujer flacucha, muy huesuda, vieja y con ojeras nos abre. Sus ojos están grises. Parece no ver nada.
—Que oportuno momento para aparecerte. Pasa, idiota. — dice.
Ella se da la vuelta y comienza a caminar hacia adentro, nosotros la seguimos. Él no responde nada sobre lo que ella dijo. Eso es raro.
—Y traes un amigo. Bien. Pero no orines dentro de la casa, después no logro encontrar de dónde viene.
¿De qué trata todo esto?
Él me ve con advertencia y pienso dos veces más si debo abrir la boca. No, no lo haré.
—Desapareciste mucho tiempo. Te extrañe. Mis hijos vinieron a visitarme y no me creyeron que tenía amigos. Pensaron que... Qué estaba loca. No quiero que contraten a un loquero. 
No te preocupes, creo que estoy más loca que una cabra. Y tú pareces... Un felino en vez de una cabra. Él voltea a verme otra vez como advertencia y le frunzo el ceño. No puedo dejar de pensar, es imposible.
—Ay...— suspira ella. —Quieren comer?
Mi estómago se retuerce con repugnancia. No podría comer más. Él me obligó a comer más de lo necesario. Para el viaje o algo así.
Ella se va a la cocina y saca dos platos y los llena de leche, la cual calienta un poco y le pone pan y miel. Frunzo el ceño y observo el plato con curiosidad.
—Vengan a comer.
Él me hace acercarme a la mesa y revuelve un poco la leche y hace cas de disgusto. Pero pronto esta tomándosela y masticando. Apenas toco la mía. Él se sienta cerca de la ventana y yo lo sigo, como he estado haciendo por tanto tiempo.
Después de un rato la vieja parece captar nuestra presencia otra vez. Nos había olvidado.
—¿Danny?
Los ojos de él se vuelven atentos y se fijan en ella. —Te fuiste otra vez? O nunca volviste?
Él suelta un suspiro y la vieja ríe un poco, como notándolo otra vez. Me giro hacia él con una sonrisa que seguro desaparece rápido. Él tiene un rostro indiferente y un poco despectivo-aburrido.
¿Danny?
Él eleva las cejas hacia mí, como retándome a hablar.
¿Te llamas Danny? ¿Y por qué no podemos hablar? Estoy harta de estar sentada aquí esperando no sé qué. Y quiero ir al baño. ¿Por qué no puedo ir? ¿Por qué debo hacer exactamente lo mismo que tú?
Él cierra los ojos con indiferencia y hace como que no me escucha. Ah, ahora ya no lee mi mente. Comienzo a cantar una canción en mi cabeza. Muevo mis rodillas siguiendo el ritmo de la música y la vieja ríe, lo que me hace quedarme quieta.
—Tu amigo es muy divertido. No tan sigiloso como tú, Danny. Deberías divertirte más.
Sonrío de nuevo al escuchar su nombre. Lentamente mi cabeza se echa hacia atrás, por la madera y aunque quiero saber qué va a pasar después, saber de qué trata todo esto, mis ojos se van cerrando hasta que...

—¿A qué hora te tienen que venir a traer? — pregunta Daniel.
—Am... No sé. — le digo fijándome en sus cejas levantadas. —En un rato.
—¿Quién?
—Am... Mi... Niñera.
Él niega con la cabeza y toma mi mochila en su hombro. —Vamos, te llevaré. Nadie vendrá.
—Sí, sí vendrán!
—No. Ya es tarde.
—Estoy segura. — le afirmo.
Él pone los ojos en blanco y me hace levantarme. —Apúrate. Perderé mi autobús.
—No tienes que hacerlo.
Él eleva las cejas y después de un rato se rinde y se sienta a mi lado. Eso me hace sentir mal. Tendré que irme con él o perderá su autobús y tendrá que dormir aquí.
—Esta bien, vamos.
Él sonríe y nos vamos por el camino corto. A unos treinta minutos caminando. O son cuarenta?
—¿Te gusta tocar el violín? — le preguntó. Él no contesta, parece estar concentrado viendo sus zapatos. —Daniel.
Sus ojos se fijan en mí y sonríe. —¿Qué...?
—¿Te gusta tocar el violín?
Él sonríe con los ojos y yo me pierdo en su sonrisa. Me gusta desde hace mucho. Y me habla. Me pregunto si le parezco bonita. ¿O por qué me hablaría Daniel Ealdwine?

—Despierta, creo que esta muerta. — su voz me despierta.
Su voz.
—Daniel?
Sus ojos se fijan en mi con curiosidad que luego se vuelve enojo. —No es tiempo de bromas. En serio creo que esta muerta.
—Daniel, eres Daniel Ealdwine.
Él estaba parado viendo la sala con intensidad pero por un momento muy rápido sus ojos se dirigieron a mi, girando ligeramente la cabeza.
—Bueno, que bien que al fin lo averiguaste. Te hace bien dormir, creo. Es porque estas toda flaca y con ojeras. Sirve descansar.
Pero... ¿Por qué no estaba con Edmund en la casa fantasma? ¿Por qué me salvó? ¿Por qué me ayudó? No tiene sentido. Pero... Tal vez le gusto. Todavía.
Una sonrisa se forma en sus labios pero en vez de ser tierna es burlona. Debería cuidar lo que pienso.
—Después podemos hablar. Debemos irnos. Ella está muerta. Lo digo en serio.
Asiento y lo sigo, salimos por la puerta trasera y caminamos hacia el bosque. Él se queda ahí sin saber qué hacer. Me pongo a pensar en la atenta señora y por qué no podíamos hablar. Pobre señora. Por lo menos no murió sola.
—¿A dónde vamos ahora? — le preguntó.
—No... No lo sé. — me dice con sinceridad.
—Qué pasará con ella?
—Sus hijos vienen a visitarla todos los días. Viven en el pueblo.
—¿Dónde está el pueblo?
—Por allá. Subiendo la carretera.
—Entonces vamos. No podemos quedarnos aquí.
Él sólo se me queda viendo, sin saber qué hacer. Le estoy diciendo qué hacer. ¿Por qué simplemente no me hace caso? Me pregunto cómo he estado tan mal de la cabeza como para permitirle traerme acá. Cómo estoy tan mal de la cabeza como para dejar el orfanato y meterme a un lugar terrible.
—No fuiste tú. — me dice.
No entiendo eso.
Al final, él me ha hecho caso. Estamos debajo de un puente en el pueblo, muriendo de frío. Diablos, no paro de pensar qué va a ser de mi vida. He perdido la vida. He perdido el juego. Ya nada tiene sentido. Para qué vivir si tengo que... Estar con él? Ni siquiera sé qué me ha pasado estos últimos meses. Estoy mal de la cabeza. Desde hace meses.
—¿Puedes dejar de ser tan melancólica? Vamos a salir de esto.
—No lo haremos. Te conozco de la escuela pero ahora eres un hombre desconocido para mí.
—Sigo siendo yo.
—No lo eres. No te conozco. No entiendo ni siquiera quién soy yo.
Daniel se queda viendo mi rostro con preocupación y luego se acerca a mi, me abraza y calienta un poco las manos. —Tú eres Agnes, una chica maravillosa y muy fuerte. Lo siento por traerte a este lío. Fue toda mi culpa. Yo quería... Quería que tú estuvieras conmigo para no volverme loco.
—¿Cuándo? Hace unos días?
—Hace meses.
Frunzo el ceño. —No entiendo.
—Piensa, Agnes.
—No puedo pensar. No quiero volverme loca.
Él acaricia mi frente y luego me abraza con más fuerza. No entiendo mi vida. Supongo que ya no tiene sentido. Ahora él está cuidándome, como si yo fuera a romperme en cualquier segundo. Tal vez tiene miedo que pueda pasar. Yo pienso que sí podría romperme en cualquier segundo.
—No vas a volverte loca. Todo lo que pasó fue real. Sigue siendo real. Yo soy real.
—Estoy mal de la cabeza.
—Tal vez ambos lo estemos. Tal vez... Pero estoy de acuerdo contigo. Para mí fue igual.
Me quedo en silencio un momento y me doy cuenta que él habla como si me conociera demasiado. —¿Quién eres?
—Soy Daniel.
—¿Dónde estuviste todo este tiempo?
Él suspira. —Siempre estuve a tu lado. O más bien, sobre ti.
Me quedo perpleja y luego volteo a verlo. —¿Cómo es eso posible?
—Es tan posible como que tú te hayas vuelto loca. No lo sé, Agnes. Pero este no es mi cuerpo. Nada es mío aquí. No sé qué pasó. Sólo... No sé... Creo que... Estoy muerto.
—No puede ser. — susurro. —No puedes estarlo.
—Este no es mi cuerpo. Y tampoco lo era el del gato. Ni el de Jules. Algo pasó. Sólo... De un momento a otro estaba en esa casa horrible. Lo último que recuerdo con mi cuerpo fue ver a Jules llevarme a un auto, diciendo que ahí estaba Edmund. Era mentira. Luego... Todo se vuelve vago y no sé exactamente qué pasa. Y... No lo entiendo... — murmura.
Y por fin veo algo humano en él. Tengo miedo. Pero... He aceptado mi destino. Después de todo esto no puedo encontrarle razón a todo. Simplemente lo acepto.
Y qué si después de todo estoy loca. Por lo menos lo tengo a él. Y estoy segura que él también lo está.
—Bueno, supongo que estuvimos destinados a estar juntos desde la escuela. No me esperaba que fueras un demonio o esclavo pero ahora estamos bien. Con que no quieras matarme, está bien.
Él ríe sin gracia y yo lo imito. La locura penetra mis venas con todas sus fuerzas y me he rendido. No hay gracia en nada a nuestro alrededor. Sólo estamos solos, sin nada en el mundo. Bueno, a excepción de nosotros mismos. Lo tengo a él y él es mi única seguridad en el mundo a mi alrededor. Me pregunto qué será de nosotros. Si moriremos aquí o si saldremos adelante.
—Haremos lo mejor. Siempre. — me dice Daniel.
Y le creo.

Mi Novio El FantasmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora