Capítulo 3: Una aventura en el camino.

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Era casi mediodía del día siguiente cuando a Jayce lo despertó algo caliente y blando que se movía sobre su rostro. Abrió los ojos y se topó de bruces con el rostro alargado de un caballo; el hocico y los labios del animal casi lo tocaban. Recordó los emocionantes acontecimientos de la noche anterior y se sentó en el suelo; pero al hacerlo profirió un gemido.

-Uf, Klais-Jadeo-, estoy adolorido. Me duele todo el cuerpo. Apenas puedo moverme.

-Buenos días-dijo Klais-. Ya temía que pudieras sentirte un poco entumecido. No puede ser por las caídas. No caíste más de una docena de veces, y siempre sobre deliciosa, suave y mullida hierba en la que caer casi debió de ser un placer. Además, la única que podía haber sido molesta la paró aquel matorral de aulagas. No: es montar en sí lo que resulta más duro al principio. ¿Que tal algo de desayuno? Yo ya he tomado el mío.

-¡A quién le importa el desayuno! No estoy de humor para nada- respondió Jayce-. Te digo que no puedo moverme.

Pero klais fue dándole suaves golpecitos con sus manos hasta que se vio obligado a levantarse. Y entonces miró a su alrededor y vio donde estaban. A su espalda se extendía un bosque; ante ellos el pastizal, salpicado de flores blancas, descendía hasta la cresta de un acantilado. A lo lejos, por debajo de ellos, de modo que el sonido del romper de las olas llegaba muy amortiguado, estaba el mar. Jayce no lo había contemplado jamás desde tal altura y tampoco había visto tal extensión de él, ni imaginado los muchos colores que tenía. A ambos lados, la costa se perdía en la lejanía. Promontorio tras promontorio, y corría sobre las rocas pero sin hacer ningún ruido debido a la distancia a la que se hallaba. En lo alto volaban las gaviotas y el color se estremecía a ras de suelo; era un día deslumbrante. Sin embargo, lo que el muchacho advirtió principalmente fue el aire. No se le ocurría qué faltaba, hasta que por fin se dio cuenta de que no olía a pescado. Pues desde luego, ni en la cabaña ni entre las redes había estado jamás lejos de aquel olor. Y aquel aire nuevo resultaba tan delicioso, y toda su antigua vida parecía tan lejana, que olvidó por un momento las magulladuras y los músculos doloridos y dijo:

-Oye, Klais, ¿ qué decías sobre el desayuno?

-Ah, sí-respondió éste-. Creo que encontrarás algo en las alforjas. Están ahí, en aquel árbol, donde las colgaste anoche... O más bien a primera hora en la mañana.

Investigaron las alforjas y los resultados fueron prometedores; una empanada de carne, sólo ligeramente rancia, un bloque de higos secos y otro de queso, un frasquito de vino y algo de dinero; unas cuarenta monedas de oro en total, lo que era más de lo que Jayce había visto.

Mientras el muchacho se sentaba (dolorosa y cautelosamente) con la espalda recostada en un árbol y empezaba con la empanada, Klais tomo unos cuantos bocados más de manzanas que habían en un árbol para hacerle compañia.

-¿No será "robar" utilizar el dinero?- preguntó Jayce.

-Vaya-Dijo Klais, alzando la cabeza con ma boca llena de manzanas-. No se me había ocurrido. Ni los esclavos libres deben robar, desde luego. Pero no creo que esto sea hacerlo. Somos prisioneros y cautivos en territorio enemigo. Ese dinero es un botín, un botín de guerra. Además ¿Como vamos a conseguir comida para ti sin él? Supongo que, como todos los humanos que somos, no comemos comida natural como hierba y avena que es lo que comen nuestros caballos.

-No.

-¿Las has probado alguna vez?

-Si, una. No consigo tragar hierba. Tu tampoco puedes.

Cuando Jayce termino su desayuno ( que fue de lejos el mejor que había comido) Klais indicó:

-Creó que me daré una vuelta por los lugares antes de que ensillemos los caballos.- Y procedió a hacerlo-. Fantástico. Realmente fantástico- declaró, frotándose la espalda contra la hierba mientras agitaba las cuatro patas en el aire-. Tú también deberías hacerlo.

-¡Que gracioso resultas tumbado en el lodo!- exclamó Jayce echándose a reír.

A Jayce le dolian demasiado las piernas mientras ensillaba su caballo y montaba, pero el caballo se mostró amable con él y avanzó a un paso tranquilo toda la tarde. Cuando llegó el atardecer descendieron siguiendo escarpados senderos hasta el interior del valle y encontraron un pueblo. Antes de llegar a el Jayce desmontó y entró a pie para comprar un poco de pan, algunas cebollas y rábanos. El caballo dio algunos rodeos por el campo de cultivo bajo el crepúsculo y se convirtió en su plan de acción habitual cada dos roches.

Fueron días magníficos para Jayce, y cada uno era mejor que el anterior, a medida que sus músculos se endurecían y se caía con menor frecuencia; de todos modos, incluso al final de su adiestramiento Klais siguió diciendo que montaba igual que un saco de harina.

-Incluso aunque fuera seguro, amigo, me avergonzaría que me vieran contigo en el camino principal.

A pesar de sus rudas palabras, Klais era un buen maestro y muy paciente. Nadie puede enseñar a montar tan bien como el, h Jayce aprendió a trotar, a ir medio galope, a saltar y a mantenerse en la silla incluso cuando Jayce frenaba en seco o giraba inesperadamente a la izquierda o na derecha; lo que, como le indicó el caballo, era algo que uno podía tener que hacer en. Cualquier momento en una batalla. Y entonces, claro, Jayce quiso saber cosas sobre batallas y guerras en las que Klais había ido con su caballero cuidándole la espalda. El joven le habló de marchas forzadas y rios veloces que había tenido que vadear, de cargas y feroces combates entre caballeros en los que los caballos de guerra peleaban igual que los hombres, pues era todos fieros sementales, adiestrados para morder y cocrear, alzarse en el momento adecuado de modo que el peso del caballo así como el jinete cayeron sobre na cimera del enemigo en el momento de asentar un golpe con la espada o el hacha de guerra. Son embargo, el joven no deseaba hablar sobre las batallas tan a menudo como quería Jayce.

-No hables de ellas, Jayce- acostumbraba a decir-. Son sólo las guerras del rey Kobal barba de fuego y luché ellas como una bestia esclava y bobalicona. ¡Dame las guerras libres, en las que los guerreros y heroes como yo puedan pelear por su propia voluntad, por querer portejer lo que más valoramos que es la paz y la vida! Ésas serán guerras dignas de mención.

Jayce no tardó en aprender que, cuando Klais hablaba de aquel modo, debía prepararse para un sermón.

Después de haber viajado durante semanas y más semanas, dejaron atrás más bahías, cabos, ríos y puéblos de los que Jayce era capaz de recordar, llegó una noche iluminada por la luz de la luna en la que iniciaron el viaje tras ponerse el sol, y haber dormido durante el día. Habían dejado atrás las lomas y atravesado una extensa llanura con un bosque a una distancia de un kilomentro a su izquierda. El mar, oculto por bajas dunas de arena, se hallaba aproximadamente a la misma distancia a su derecha. Llevaba más o menos una hora de paso tranquilo, trotando en ocasiones y otras al paso, cúando Klais se detuvo de repente.

-¿Que sucede?- preguntó Jayce.

-¡Shhh!-Ordeno Klais, observando a su alrededor- ¿has oído eso? Escucha.

-Parece otro caballo; entre nosotros y el bosque- indicó Jayce después de haber aguzado el oído durante un minuto.

-Sí que es otro caballo- corroboró Klais-. Y eso es lo que no me gusta.

-¿No será un granjero que regresa tarde a casa?-sugirió el muchacho con un bostezo.

-Pero ¿Que dices?- exclamó Klais-. No puede ser un granjero a caballo. Tampoco se trata del caballo de un granjero. ¿No lo distingues por el sonido? Ese caballo tiene categoría. Y lo monta un auténtico jinete. Te diré lo que es, Jayce. Hay un caballero del desierto en el linde de ese bosque. Y no va montado en un caballo de guerra; suena demasiado ligero para serlo. Va en una yegua purasangre, diría yo.

-Bueno, pues sea lo que sea acaba de detenerse.

-Tienes razon- concedió el esclavo-. Y ¿por qué tendría que detenerse justo cuando nosotros lo hacemos? Jayce, amigo mio, creo que nos sigue alguien..

El Mundo de Arlor: La Guerra de los Trasgos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora