Historia 4: "El cocinero" (1/2)

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En la esquina de la calle donde habían muchísimos restaurantes se encontraba el más famoso: "Bon appétit". El mismo cocinero del lugar había abierto el restaurante, se llamaba Abelard Boissieu. Era un hombre que se notaba que le gustaba la comida y también cocinar, llevaba un bigote francés que iba a juego con el nombre de su restaurante y su propio nombre. Era francés, pero se había ido del país para venir a trabajar a este país para poder ser reconocido, y lo logró. Sus platos eran exquisiteces, un solo día de trabajo equivalía a más de tres mil pesos de ganancias. Varios críticos gastronómicos habían pasado pos su restaurante y le habían dado 5 estrellas, el máximo; le habían estrechado la mano con vigor y habían elogiado mil veces su comida ¡hasta iban con su familia!

Estaba feliz, todo iba bien y cada día ganaba más dinero y más platos agregaba al menú. Había mozos que lo acompañaban y se llevaba muy bien con ellos, era un hombre sociable, carismático y muy bueno con los niños, había menús para los más pequeñitos de la familia y no era la típica hamburguesa con papas fritas que siempre estaba en la carta. También había lanzado su línea de alimentos, un libro de cocina y muchos restaurantes más por el país y el mundo. En resumen: se había vuelto famoso.

Su cometido se había logrado, era reconocido por lo menos en los 5 países donde estaban sus restaurantes y vivía en una mansión de oro. Mentira, vivía en una pequeña casucha detrás del restaurante, ¿Qué hacía con lo que ganaba? Un porcentaje se lo quedaba él y los que trabajaban con él y el otro porcentaje lo donaba. Era un hombre que ya se merecía el cielo, antes de abrir el restaurante iba a la Iglesia y luego al salir lo abría ya que la gente los domingos iba a comer allí. La Iglesia quedaba menos de una cuadra, prácticamente estaba en frente. Algunas veces, cuando se realizaba la feria de comidas internacionales, él iba allí y vendía unas exquisitas crepes calentitas ya que los calentaba al instante, ¡total estaba en frente! Las vendía más baratas que en su restaurante, ya que si era una feria debían ser precios razonables, no caros. Un hombre joven, quizás de unos 20 años o más, con el pelo ondulado y oscuro y con ojos cafés se le acercó. El chico, educado, le extendió el brazo.

-Hola, mucho gusto. Soy...- Al ver que el cocinero no aceptaba su saludo, llevó el brazo al costado del cuerpo y nuevamente lo levanto, para rascarse la nuca avergonzado. -... Lucious Lombrad. He estudiado en un corto curso de gastronomía y me gustaría trabajar en alguno de sus restaurantes, mire, voy a comer allí todos los domingos desde que me mudé a esta ciudad. Conozco de memoria todos sus platillos y el menú, y algunas que otras veces puedo deducir los ingredientes que le pone. Usted es mi ídolo y mi modelo a seguir.

El chef se lo quedó mirando arqueando una ceja, se había cruzado de brazos y lo miraba expectante, como si quisiera saber que estaba pensando en ese mismo momento. Luego de unos minutos, vio que un futuro cliente se acercaba y se enderezó, dispuesto a vender.

-Por favor, se lo suplico- dijo con voz suave el chico. Su tono de voz ya de por sí era suave.

-Pues si eres mi "fan"- habló por fin el chef- sabrás donde queda mi casa, ¿verdad? -cuestionó.

El chico asintió, agitando la cabeza rápidamente, si el hombre lo hacía seguramente se mareaba.

-Si... ¡Sí, lo sé! Queda detrás del restaurante principal, aquí en frente- estaba entusiasmado, se le notaba el tono de alegría en la voz. Él era su ídolo y quizás, tenía un espacio entre sus mozos.

El chef se cruzó de brazos nuevamente, parecía ser que los apoyaba en su barriga. Le había dicho al joven que se presentase a las cuatro de la tarde, donde ya no había tanta gente en el local. Siguió vendiendo hasta que fueron las once y todo el mundo se fue.

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