- ¡Azael! - Gritó a todo pulmón Ethan, mientras aferraba su camiseta destrozada entre sus manos. Sus ojos brillaban, dejando ver su lobo enfurecido. Escuché a Azael soltando un gemido arriba, y luego pasos corriendo por la madera del suelo.
Ethan gruñó y echó a correr hacia las escaleras, con la camiseta aún en su mano derecha.
Suspiré y me levanté. Me dolía un poco la cabeza así que fui hacia la cocina con la intención de hacerme un buen café para despejarme.
- ¡Suelta esa tostada! - Protestó Carlos, tirando del brazo de Oliver, que sujetaba una tostada medio quemada entre sus dientes y trataba de evitar que Carlos la cogiese. Ignoré su barullo mientras colocaba el filtro en la cafetera y echaba tres cucharadas de café en él, con mis ojos aún entrecerrados por el sueño.
Finalmente el café se hizo y me lo eché en la taza, llevándola hacia la mesa americana de la cocina. Levanté mi taza para evitar que Zach, que acababa de ser lanzado por Michelangelo y ahora se deslizaba por toda la mesa hasta caer al suelo al otro lado, la golpease, y luego volví a dejar la taza sobre el mármol cuidadosamente.
- ¿¡Quién ha recortado mi libro y ha guardado dentro una rata muerta!? - Rugió Koi, enfurecido, mientras sujetaba arriba el libro y la rata para dejar claro a qué se refería.
- ¡¡¡SOCORROOOO!!! - Reconocí la voz de Azael en el piso de arriba, y luego el sonido de alguien siendo arrastrado por el suelo.
Suspiré y llevé mi taza, ahora vacía, hasta el friegaplatos.
- ¡Noooo! ¡Yo no fuiiiiii! - Exclamó Darius, mientras Koi lo arrastraba por la oreja hasta el horno, para después meterle en él con mucha seriedad. - Nooooo, ¡soy muy joven para moriiiiiiir! -
Me agaché para que la tostada medio quemada y babeada que volaba por el aire no me diese en la cabeza y luego me fui hacia la habitación, bostezando.
Cogí mi ropa de mi baúl y fui hasta el baño. El primero estaba ocupado por un muy dolorido Azael que estaba tirado en la bañera y un sonriente Ethan que agarraba la cortina maquiavélicamente.
- Lo siento, está ocupado. - Me dijo, girándose con una sonrisa terrorífica en el rostro.
Tenía demasiado sueño para pensar una respuesta coherente para la situación así que tan solo di media vuelta y fui al segundo baño de la casa.
Me aseguré de que estaba vacío y luego cerré la puerta con pestillo.
Me desnudé y me metí en la ducha.
El agua caliente relajó mis músculos y suspiré mientras sentía cómo mi cuerpo se transformaba en el de un zorrito blanco de ojos verde oscuro.
Sacudí mi pelaje y me fui lavando poco a poco, deshaciéndome de la somnolencia.
Los gritos de los lobos adolescentes abajo estaban ahogados por el sonido del agua de la ducha al caer. Me transformé rápidamente en humana y luego me envolví en una toalla mientras salía de la ducha. Sequé mi pelo, escurriéndolo dentro del lavabo, y me vestí con unas medias negras hasta las rodillas, una falda roja y una camisa blanca. Luego peiné mi cabello rubio de puntas azules y lo sequé con el secador, hiriendo ligeramente mis sensibles oídos.
Me eché unas gotas de perfumen de flor de naranjo que confundían mi olor inconfundible a zorro mojado. Inconfundible al menos para los lobos y demás criaturas sobrenaturales.
Escondí mis orejas y mi cola y me puse una boina negra estilo francés para asegurarme de que al menos mis orejas no saldrían y finalmente cogí mi cazadora de cuero negra.
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Ocho lobos y un zorro
FantasyVivir con ocho chicos adolescentes es difícil, sobre todo cuando todos ellos son hombres lobo salvajes, o mejor dicho, muchachos-lobo, porque ninguno de ellos supera los veintidós. Y más que nunca cuando eres una chica, y aún más cuando no eres una...