Liberación

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Sorin se acercó, sigiloso, a uno de los guardias élficos por detrás. Este exclamó un grito que fue ahogado al caer su cabeza. Sorin repitió este proceso varias veces hasta que todos los guardias hubieron sido decapitados. Entonces se alzó imponente, en una inmensa roca, y gritó:

- ¡Despertad de vuestras tumbas, mis queridos súbditos, y alzaros en esta guerra eterna! ¡Habéis sido convocados, en esta hora, para destruir lo que queda de este mundo!

En ese momento, las puertas de la muerte se abrieron, dando paso al mayor ejército conocido, formado por trasgos, vampiros, elementales, dragones, demonios y otras muchas criaturas. El ruido resonó incluso en el reino de los elfos, donde todos se asustaron.

- Duplicad la protección. No debemos ser reducidos por nuestros enemigos - gritó Kamigawa.

Mientras, Sorin había convocado a todas las criaturas que había liberado y les decía órdenes e instrucciones.

- Quiero que todos vosotros os dirijáis lentamente a los pantanos del hierro, cerca de Ravnica, y esperéis allí. Los zombis tenéis que ir al reino élfico y traerme a Karn, a Magosi y al rey de los elfos. ¡Los quiero vivos!

Los zombis se relamieron. ¡Cuánto hacía que no comían carne humana! Rápidamente corrieron a las puertas doradas y las rompieron. La batalla acababa de empezar y el hechizo que impedía realizarlos se había roto. Los elfos intentaban por todos los medios matarlos, pero al ser zombis volvían a resucitar. Era imposible combatir contra un ejército tan poderoso, pues los zombis los devoraban rápidamente. Entonces apareció Kamigawa montado en un ciervo gigante, y embistió contra ellos, empujándoles al abismo que se encontraba al lado de las puertas de la muerte. Combatió fieramente contra el rey de los zombis, un zombi con dos cabezas y cuatro brazos que iba montado a lomos de un gran lobo negro. Finalmente, una piedra acabó golpeando a Kamigawa, dejándole sin sentido. Dos zombis aprovecharon para llevárselo a su maestro, que seguía esperando en la gigantesca roca.

- Y bien, ¿dónde están Karn y Magosi? Necesito saberlo, entonces te perdonaré la vida - le dijo Sorin al rey de los elfos mientras recobraba el sentido. Lo mantenía agarrado por el cuello suspendido encima del abismo.

- ¡JAMÁS!

Aunque Kamigawa había sido, en un principio, muy cruel con sus aliados, en esos momentos les estaba salvando la vida. No sirvió mucho, pues una de las explosiones había abierto accidentalmente las celdas, liberando a Karn y a la esfinge a vista de todos.

- ¡A por ellos! - gritó Sorin, y todos los zombis se dirigieron a capturarlos, mientras ellos escapaban a través del bosque.

- Tu plan fallará, Sorin. Ellos consiguieron enviar un búho a los Planeswalkers, que se están fortaleciendo con su propio ejército - dijó Kamigawa.

Rojo de ira, Sorin lo arrojó al abismo sin compasión.

- Aquí termina tu reinado, Kamigawa - dijo Sorin, y convocó a un dragón de las sombras.

- Necesito que me lleves a los páramos de Ulamog. Sé que están muy lejos de aquí, pero es fundamental para mi plan.

El dragón ascendió en el aire y desapareció en una niebla verdosa. Mientras, Karn y Magosi seguían huyendo de los zombis. Habían subido a un árbol. Los zombis no podían subir a él, pero pronto lo derribarían.

- Ya sé lo que necesitamos, un hechizo de clarividencia oculta - exclamó Magosi, volviendosé invisible, al mismo tiempo que Karn. De esta manera, volvieron al árbol principal de los elfos, donde algunos intentaban resistir, en vano. Llegaron a la armería y cogieron tantos objetos y armas como pudieron. Los cargaron en una bolsa que llevó Magosi, y Karn se montó en la esfinge.

- Uff, cuánto peso - se quejó Magosi, mientras se dirigían volando a Ravnica.





II. Al borde del abismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora