Primera Parte

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7 días antes de que Gilbert Croix encuentre su lugar en el mundo.

El mundo es una mierda y no existe nadie que pueda negármelo. Incluso si alguien trata de recordar la existencia de algo bueno, se quedaría callado después de pensarlo detenidamente.

Los viejos dicen que todo se fue a pique con la guerra. Esa endemoniada guerra que nadie recuerda como empezó y que sumergió en la locura a la humanidad. Villencourt, este asqueroso agujero de porquería, no fue la excepción. Solo basta una mirada para tener la certeza de que todo es un caos. Cadáveres en las calles, edificios a punto de colapsar, enfermedades incurables y la esencia de la muerte impregnada en las personas, es la imagen cotidiana de esta ciudad en ruinas.

Raymond insiste en que todo mejorará. Que incluso, en un mundo destruido, podemos volver a encontrar nuestro lugar. Me enferma su manera de pensar. Nunca se lo digo, pero no puedo evitar reírme de él y sus tonterías. ¿Nuestro lugar en este mundo? ¿Quién carajo quisiera un lugar en este mundo sin futuro? ¿No fue acaso, la humanidad misma, la que decidió lanzar al abismo su destino?

Pero decirle eso, a Raymond, sería destrozar su corazón y apagar el brillo de esos hermosos ojos. Al final me miraría con compasión y trataría de abrazarme, creyendo que es a mí a quien causa más daño la realidad. Por eso me mantengo callado cuando comienza a hablar sobre sus estúpidas ideas, lo miro y escucho pero no lo entiendo. Muchas veces me he preguntado si aún conserva la razón. No lo culparía por perderla, en estos tiempos descarriados nadie sobreviviría con ella.

Por eso me mantengo alerta cuando alguien entra al club. Observo sus caras, bolsillos y apariencia. Cualquier pobre diablo podría amenazarnos al instante. Incluso Raymond lo hace y eso me tranquiliza.

Miro hacia el reloj en la esquina y me doy cuenta de lo tarde que es. Extrañamente nadie ha venido hoy al bar. ¿Trabajando horas extras? Lo dudo, incluso vendiendo su alma no obtendrían más que 3 monedas de cobre. Sonrío ante el pensamiento, ¿vender sus almas?, ¿a quién?, ¿Dios?, ¿el diablo?, ¿Buda? Incluso los dioses han desaparecido, estoy seguro que se ahorcaron al ver a los hombres enloquecer.

—Pareces de buen humor. Esa sonrisa en el rostro te hace ver más guapo. —Miro hacia el fondo del bar. Surgiendo de la trastienda se encuentra mi gemelo con varias cajas en los brazos.

—¿Te ayudo? —pregunto, mientras señalo las cajas.

—Tranquilo puedo con ello. —No tarda en llegar a la barra y soltar las cajas en ella. Me acerco con tranquilidad.

—¿Mercancía?

—Comida, los campos se han cosechado bien y traje algunas verduras para nosotros. —Una mueca se dibuja en mi rostro.

—Te meterás en problemas con los Dufour.

—Me importa muy poco esa bandada de buitres. —Señala con molestia, mientras guarda las cajas en el piso falso detrás de la barra.

—Los habitantes de esta zona se han esforzado en esos campos... —interrumpiendo, tomo su rostro entre mis manos y lo beso. En esta ocasión no necesito escuchar sus quejas. Lo beso con ardor, acallando sus patéticos comentarios. El día ha sido muy aburrido y necesito algo mejor para variar.

—¡Oh vaya! No esperaba este tipo de cosas. —Una voz intrusa nos obliga a cortar el beso. Antes de mirar hacia atrás, veo el rostro furioso de mi hermano. Sé muy bien quien ha entrado al club.

—Tranquilos chicos no interrumpan su amor, los muchachos y yo podemos esperar un rato. —Detrás de nosotros y rodeado de sus matones, Bastien Dufour se convierte en el primer cliente de este miserable día.

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