8

22 1 0
                                    

Esa noche, mucho más tarde, Álvaro estaba con Marien, en la cama de ésta. Había acudido con la intención de hablar con su amante respecto de su futuro juntos, o más bien de la falta de futuro, pero, aún no sabía muy bien cómo, había acabado acostándose con ella.

Aquella mujer le enredaba. Era una beldad, con su larga melena rubia, sus labios rojos y llenos, y su curvilíneo cuerpo. Si bien su cutis ya no era inmaculado, como cuando se la presentaron, un poco de maquillaje corregía las señales de una vida dura. Aun así, a sus treinta y un años, Marien seguía siendo una mujer hermosa. La había conocido en el teatro. Había acudido a la representación de una obra en la que ella trabajaba, y se prendó en el mismo instante en que la vio. Poco después se coló en su camerino y le pidió que fueran amantes. Ella ni siquiera fingió sopesar su propuesta haciéndose la interesante. Aquella misma noche iniciaron una relación que perduraba dos años después. Al principio Álvaro no le había guardado fidelidad, ni ella a él, según sospechaba. Inicialmente había sido una unión cómoda basada en el deseo mutuo y circunscrita a la habitación de la actriz. Pero con el transcurso de los meses fueron conociéndose mejor, y, aun sin traspasar ciertos límites, Álvaro le habló de la historia de amor de sus padres, y de sus mejores amigos, Julian y Blas. Y Marien le contó que no tenía padre, que su madre había muerto cuando ella contaba cuatro años, y que había sido confinada en un orfanato. Álvaro sabía que callaba más que contaba sobre aquellos años, extremo que en parte agradecía. No soportaba pensar a qué vejaciones habría estado expuesta. Le contó que en cuanto tuvo edad suficiente, y sabiendo que su belleza era su mejor arma, se escapó y acudió al teatro, en busca de trabajo. Había estado en compañías itinerantes durante mucho tiempo, antes de labrarse una pequeña reputación para poder quedarse en Londres. Marien no era muy buena actriz, pero era inteligente, se aprendía los papeles, nunca faltaba a un ensayo, y era hermosa. Suplía su falta de talento artístico con ambición y perseverancia. Ayudaba también, en sus ratos libres, con la aguja, para el vestuario de las representaciones. Al año de estar juntos Álvaro se había sentido locamente enamorado de ella, y así se lo había manifestado. Ella había jurado corresponderle, y Sunder estaba seguro de que había sido sincera, de que seguía siendo sincera cuando le decía que le amaba. Por un momento incluso se planteó desposarla. Pero entonces Judith regresó de América, Blas comenzó a buscar esposa, Julian anunció que iba a ser padre, y el momento pasó.

Las responsabilidades se impusieron, no solo en lo que a Marien se refería, sino también sus propiedades y obligaciones familiares, y la idea se enfrió, así como sus sentimientos hacia ella. Le profesaba un gran afecto, que perduraría siempre, pero durante el tiempo que había pasado en el campo sin verla se había dado cuenta de que no la añoraba como debiera, y cuando descubrió el amor que existía entre Blas y Judith, lo que él sentía empequeñeció. Ella se había dado cuenta del cambio experimentado en su amante en los últimos seis meses. Sabía de los rumores que afirmaban que él estaba buscando esposa, y sabía también que ella no era una opción. Lo lamentaba profundamente, pero siempre había sabido que sería así, él nunca le había hecho pensar lo contrario. Y, conociendo a Álvaro, esperaba que en poco tiempo la dejara.

El vizconde no buscaría esposa mientras tuviera una amante. La ambigüedad no iba con él. Ésa era una de las razones de que le amara, su honradez. Era un poco tarambana, y a veces no contaba con las consecuencias de sus actos, pero nunca hería a nadie a propósito, ni utilizaba a los demás.

El Álvaro que ella conocía empezaría su matrimonio desde cero, sin lastres, con la esperanza de que todo saliera bien. La decisión de él ponía a Marien en una mala posición por dos razones. La primera, porque le quería, y la ruptura iba a ser dura, por más que él intentara suavizarla. Y la segunda, porque su trabajo pendía de un hilo. Su edad ya no era la mejor para una actriz de su calidad, muchas jóvenes llegaban al teatro y desplazaban a las más maduras. Y estaba llegando el momento de dejarles paso. Sabía que otras compañeras del teatro pedían a sus amantes joyas, e incluso viviendas, para garantizar su futuro cuando las abandonaran. Ella nunca se había conducido así.

Cuando el corazón perdona (Álvaro&tu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora