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Álvaro vislumbró a Blas a un lado del salón, con cara de pocos amigos. No necesitó dirigir su mirada hacia el lugar al que miraba el duque, pues sabía perfectamente qué le molestaba. El joven marqués estaba acaparando deliberadamente a _______, como si tuviera algún derecho sobre ella. Había acudido al baile de máscaras con intención de danzar un par de veces con lady Thorny, a lo que ya había puesto remedio anotando su nombre en el carné de baile de ella. Tal vez dar un pequeño paseo, robarle si se terciaba un beso o dos, y volver a casa. Incluso puede que hiciera caso también a alguna otra dama, evitando ser excesivamente obvio. Se acercó a su amigo, dándose cuenta no sin cierta ironía de que ambos vestían igual, completamente de negro. Llegó a su lado.

—Stanfort.

—Sunder.

La voz de Blas delataba que no estaba de humor para nada. Prefirió no ahondar en el tema de su disgusto. Si él quería contárselo, ya lo haría. Deliberadamente optaba por no saber nada que se refiriera a _______.

—Bonito disfraz.

Obtuvo un gruñido por respuesta. Lejos de amedrentarse, siguió pinchando.

—No sé si me gusta tu compañía, la verdad, Blas.

Silencio. Vaya, vaya. Quizá sí ahondara en el tema, solo para fastidiar a su mejor amigo. En ese momento se acercó lady Elisabeth, reclamando su baile. Era absolutamente excepcional que fuera la dama la que acudiera en busca de su compañero de danza. Entre divertido y escandalizado ante tal muestra de descaro, se dejó llevar. Llevaban un par de minutos bailando cuando ella había decidido romper el silencio y reprenderle.

—Milord, debería reñiros por la falta de originalidad en vuestro atuendo. De hecho ni siquiera vais disfrazado.

—Os equivocáis, querida. Soy Mefistófeles, de Fausto.

Le guiñó un ojo, sabiendo que ella conocería la obra de Goethe, tan en boca entre las damas, por ser considerada una hermosa historia romántica. Él personalmente no veía nada de encantador en la historia del pobre Fausto, pero se abstuvo de comentar nada.

—Parece que vuestro amigo, el duque de Stanfort, ha tenido la misma idea.

Él sonrió ante el tono molesto de ella. Aplacó su enfado con facilidad.

—Vos, en cambio, estáis magnífica. Una hermosa Afrodita, sin duda.

Lady Elisabeth le sonrió con picardía, se acercó más a él y le miró a los ojos, coqueta. Bajó la voz.

—Hay tanto escándalo aquí que apenas os oigo, milord. Quizá podríamos buscar un lugar más tranquilo en el que poder hablar. El tono de la dama sonaba casi como un ronroneo.

No había duda de sus intenciones. Álvaro perdió el paso ante la licencia de ella. Pero no se sintió molesto, solo sorprendido. Si ella quería algo más de intimidad, él estaba más que dispuesto a dársela, siempre que encontraran un lugar discreto para ello, por supuesto. Una vez finalizada la danza, le ofreció el brazo, fueron abriéndose paso entre la gente que abarrotaba el salón, hasta desviarse con disimulo por una puerta lateral que daba a los pasillos de la planta baja. Conocía la casa, pues en alguna ocasión había estado con cierta viuda allí, también en un baile, y también en busca de intimidad. Sabía que la biblioteca era un lugar poco transitado, y que el pomo tenía pestillo. No es que pensara llegar tan lejos, desde luego, como para necesitar cerrar con llave, pero toda precaución era poca. Le cedió el paso a la dama, y una vez dentro, cerró la puerta, comprobó que las cortinas de los ventanales que daban al jardín estuvieran echadas, y se cruzó de brazos, esperando el siguiente movimiento de ella. Ya que había tomado la iniciativa, la dejaría hacer, a la espera de averiguar hasta dónde llegaba su bravuconería. La muchacha pareció contrariada ante su pasividad. Tras meditarlo un poco, se acercó a él y pegó sus labios a los de Álvaro, rodeándole el cuello con las manos. Le pilló desprevenido, y algo le dijo que las cosas se estaban precipitando. Una dama no actuaba así, a no ser que fuera ya experimentada, y ella no lo parecía dada la torpeza de su beso, o a no ser que estuviera tratando de forzar un compromiso. Las palabras de _______ le vinieron a la mente. Lady Elisabeth Thorny haría cualquier cosa para conseguir lo que se le metía entre ceja y ceja. Una voz incesante le advertía de que se librara cuanto antes de ella. Decidió terminar el beso con suavidad. Era obvio que la muchacha no tenía demasiada práctica en ese tipo de interludios, pues apenas se mantenía pegada a la boca de él, sin saber muy bien qué hacer. Álvaro movió sus labios suavemente sobre los de ella, para separarse después con delicadeza, cuando oyó el pomo de la puerta, afortunadamente cerrada. La apartó bruscamente y todo su cuerpo se puso en tensión. La mirada de ella no era de pavor al haber sido sorprendida. Parecía esperarlo, incluso. La muy zorra le había tendido una trampa, y él había caído como un estúpido.

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⏰ Última actualización: Nov 04, 2015 ⏰

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Cuando el corazón perdona (Álvaro&tu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora