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Dos semanas después


El silencio reinaba en la alcoba mientras _____ se ponía un vestido de mañana de color lavanda corte imperio con un lazo enorme. Aunque no era nuevo, era uno de sus favoritos, y se lo ponía cuando necesitaba infundirse valor. Había pedido a su doncella que saliera. La prenda se abrochaba por delante, así que no precisaba ayuda alguna. Y necesitaba estar sola para pensar. Se sentía como una condenada camino del cadalso. Aunque en realidad se dirigía a casa de su hermano Blas, el duque de Stanfort. Miró distraída a su alrededor. Su nueva habitación, en tonos ciruela, le encantaba. Era la habitación de una señorita, en contraposición a sus aposentos casi infantiles en la residencia familiar de Londres. La enorme cama con dosel, el armario dentro de la habitación, al margen del vestidor, y una otomana constituían el mobiliario. Había llevado allí su secreter. Aunque no era del mismo color, y desentonaba abiertamente, le tenía especial cariño, y había decidido trasladarlo. Quizá más adelante pidiera que lo tintaran.
El aposento contaba además con un balcón que daba a un patio interior, lo que confería un agradable silencio a la estancia. Las ventanas de la casa que daban al exterior tenían que permanecer cerradas para evitar que el jaleo de la ciudad alterara el descanso. Y a ella, en verano, le gustaba dormir con la ventana abierta de par en par. Aunque de momento las mantenía cerradas a cal y canto, porque a mediados de abril todavía hacía mucho frío.
Hasta el año anterior Blas y ella habían vivido bajo el mismo techo junto ala madre de ambos, lady Evelyn, en la casa que la familia poseía en Berkeley Square. Pero cuando él se casó con Judith y partió de viaje de novios al continente, su madre ordenó al señor Croche, el asesor de su hermano en la ciudad, que buscara de inmediato una vivienda en Londres digna de una duquesa viuda, y se habían trasladado. Su cuñada, Judith, había protestado mucho al enterarse, pero todos los Saint Jones habían estado de acuerdo en que era preferible que los recién casados tuvieran su espacio al principio de su matrimonio.
Volviendo al presente, _____ recordó que tenía que hablar con Blas sobre su actual situación. Antes de que él la llamara para exactamente lo mismo. O, diciéndolo de otro modo, lady _____ Callista Saint Jones tenía que casarse. Era una cuestión que no podía dilatarse por mucho más tiempo. Esa era la razón por la que había concertado una cita con él para ese día.
El anterior duque, su padre, había muerto cuando ella iba a cumplir los dieciocho años, lo que retrasó dos años su entrada en sociedad, pues el luto fue muy estricto, según marcaban los dictados sociales. Preocupada con veinte años por su tardío debut, había hablado con Blas al respecto de las expectativas quela familia tenía en su casamiento. Él la tranquilizó presto en ese extremo. Deseaba que se casara bien, pero sobre todo que se casara feliz. Su hermano le aseguró que no la presionaría en absoluto durante su primera temporada, a pesar de su edad y de las exigencias de la duquesa viuda, para que ella se aclimatara a la alta sociedad de Londres, a sus costumbres y estridencias, antes de tomar esposo. Y había cumplido fielmente su palabra.
Era una suerte contar con alguien como Blas, que tanto la quería, aunque la mortificara siempre que tenía ocasión, fastidio del que ella secretamente disfrutaba. Se enorgullecía de poder contar con el amor y la confianza incondicional de su hermano. Afortunadamente en nada se parecía al padre de ambos, que había tratado a su heredero con una dureza extrema mientras ignoraba a su hija sencillamente porque no le podía reportar nada.
En cualquier caso, la primera temporada ya había pasado. Y también la segunda, donde Álvaro apareció en escena y lo puso todo patas arriba, justo antes de que Blas y Judith se casaran. También aquí Blas había sido comprensivo y no la había obligado a volver a Londres en octubre para la pequeña temporada. _____ consideraba que el mercado de invierno, como ella lo llamaba, era para damas desesperadas. Y ella no había llegado a ese extremo. Aún no. Su orgullo se habría visto castigado de haber pasado las navidades en Londres. Aunque no se quitaba de la cabeza que poco después de la presente temporada, que comenzaba la noche siguiente con el baile de lord y lady Restmaine, cumpliría veintidós años, edad peligrosa para una dama casadera. Muchos podrían comenzar a pensar que había algo malo en ella, como su madre no dejaba de repetirle. Afortunadamente su hermano había evitado en la medida de lo posible peticiones de mano en su debut, alegando que era temprano para decidir nada, y había frustrado cualquier intento el año siguiente con su precipitada boda a mitad de temporada. Rechazar a muchos pretendientes tampoco estaba bien visto. Y era impensable que _____ Saint Jones, hija y hermana de duque, no se casara bien.
Así que ese año se casaría correctamente. El maldito problema es que no tenía ni idea de con quién hacerlo. No tenía ninguna preferencia. Y salvo que apareciera algún forastero ese año, difícilmente conocería a nadie nuevo. Tendría que elegir de entre todos los caballeros disponibles a los que ya conocía, a pesar de que ninguno le agradaba especialmente. Bueno, uno sí, pero estaba descartado. Así que se encontraba, tras dos años de vorágine social, exactamente en el mismo punto que el día de su debut. Sin idea alguna de con quién debía desposarse. Y con una sensación creciente de pesimismo.
Una vez, el año anterior, había hablado con Blas sobre el tipo de hombre con quien le gustaría casarse. Básicamente alguien a quien respetar y que la respetara a ella. Si no iba a casarse por amor, idea que, incluso entonces, ya se le antojaba cada vez más complicada, lo haría con alguien que le agradara y con quien tener hijos y envejecer de forma plácida.
El problema era que creía haber encontrado a un varón que podría haber hecho de su vida una fantástica aventura, y había sido todo una mentira. Ahora el resto de los pretendientes languidecía a su lado. Ninguno de ellos era lord Álvaro Illingsworth, el vizconde de Sunder.
Confiaba en no tener que verlo en las mismas veladas. Por todos era sabido que a Sunder no le gustaban las jóvenes casaderas. Él prefería a actrices y cantantes de ópera. Incluso alguna viuda respetable había sido su acompañante en alguna ocasión. Al parecer una actriz de Drury Lane era su amante desde hacía más de dos años.
Así que cuando la temporada anterior pidió bailar a _____ en varios bailes y solo a ella... bueno, y a las hermanas Sutherly, se obligó a reconocer, pero a petición de Blas, y este a petición de ella, por lo que eso no contaba, las matronas comenzaron a especular sobre un posible enlace. Idea que de un día para otro se esfumó, pues dejaron de coincidir abruptamente en los acontecimientos dela temporada, obviamente de manera intencionada. De hecho hubo apuestas en todos los clubes de caballeros, sobre si se les volvería a ver juntos o no antes de que julio y el fin de las fiestas llegaran. Habían sido el centro de atención el año anterior. Y ese año iba a ser igual después de su comportamiento en el bautizo del joven Alexander.
Su primer propósito para esa temporada iba a ser controlar su mal genio. Inspirada, se dijo que el segundo sería no intrigarse con el deseo que Álvaro había despertado en ella. El tercero, siguió, mirar a todos los potenciales esposos con la mente abierta. El cuarto, estar casada para julio, el quinto... No iba a poder recordarlos todos, pensó divertida. Solo esperaba no equivocarse en los principales.
Se levantó de la cama, ya vestida, y salió de la habitación con movimientos apesadumbrados, sabiendo qué era lo que le iba a prometer a Blas, pero no cómo diablos conseguiría cumplir su palabra.
No muy lejos de allí, en Park Lane, se alzaba la mansión del duque de Stanfort,
un edificio de tres plantas con un cuidado jardín, en el mismo corazón de la ciudad. El edificio había sido encargado por el sexto duque de Stanfort a Colen Campbell el siglo anterior, pues el gran incendio había destruido la vivienda original en 1666. Era uno de los mejores ejemplos de neopalladianismo de la ciudad, una soberbia construcción rectangular con un pórtico enorme sujetado por cuatro columnas dóricas.
Dentro, Blas andaba buscando a su esposa. Pero, a pesar de la cantidad de estancias de las que disponía la casa, no necesitaba preguntar a nadie dónde se encontraba la duquesa. Estaba seguro de dónde hallaría a su mujer. Poco antes de llegar a la habitación de su hijo Alexander, en la segunda planta, oyó el suave canturreo de Judith. Se quedó en el umbral de la puerta, observando, sin ser visto, cómo arrullaba al pequeño, que acababa de cumplir cinco meses. Ella hizo un suave giro con el niño, jugando, y entonces le vio. Su mirada, llena de amor, le indicó que se acercara. Cuando él llegó a su lado le rozó apenas los labios con los suyos, y la abrazó mientras ambos contemplaban a su pequeño milagro. Si la alta sociedad había creído el nacimiento de un niño sietemesino, o sospechaba que había sido concebido antes de la boda, era una cuestión completamente ajena a ambos. Desde luego nadie insinuaría nada a los duques a ese respecto.
—_____ (diminutivo) viene de camino.
Judith asintió, y su rostro dejó entrever la preocupación repentina que esa visita le suponía. Dejó al bebé en la cuna, saludó a la niñera, una oronda señora en la que confiaba plenamente, y salió cogida del brazo de su esposo hacia el largo pasillo que recorría la casa de este a oeste. Su voz no pudo evitar salir un poco chillona al preguntar.
— ¿Viene a ver a Alexander? ¿Se quedará a comer, entonces?
Blas sonrió. Ella era una magnífica anfitriona, siempre lo tenía todo controlado. Y si había algún desbarajuste en el último momento, lo solucionaba con eficacia. Todo, excepto la posibilidad de que sus respectivos cuñados coincidieran en casa visitando a su ahijado. Judith aborrecía la tensión que se generaba cuando ambos estaban en la misma habitación. Si Alexander estaba con ellos, era un bálsamo para su relación, pero si el pequeño no los entretenía, entonces _____ centraba toda su atención en Álvaro, y aquello era sinónimo de tormenta.
—Viene a hablar conmigo. —Ella le miró severa entonces, sabiendo sobre qué trataría la conversación. Blas se defendió de su mirada—. En realidad es ella quien me ha pedido hablar, Judith. Aunque imagino qué viene a decirme, no saquemos conclusiones precipitadas.
Asintió, sabiendo que tenía razón. Además su esposo no necesitaba consejos sobre cómo manejar a su hermana pequeña. La quería y la comprendía perfectamente. Aun así no pudo evitar pedirle paciencia.
— Blas, dale tiempo —dijo mientras le acariciaba el antebrazo, mimosa.
—Ya te dije que no voy a presionarla. Pero ella no es estúpida, y sabe que se le acaba el tiempo.
Judith entristeció. Tenía mucho cariño a _____ (diminutivo), como su marido la llamaba, y ahora también ella. Se habían conocido hacía dos temporadas, cuando Judith regresara de América y la joven _____ debutara. Enseguida se habían vuelto inseparables, y no solo por la larga amistad que unía a sus respectivos hermanos. Desde el momento en que se conocieron supieron que se llevarían maravillosamente. Y cuando todo había ido mal, sus lazos se habían estrechado más aún, hasta hacerse inquebrantables. La idea de que ella se casara sin amar a su esposo le rompía el alma. Ella misma había sufrido un casamiento así en su primer matrimonio, y sabía perfectamente que la vida podía volverse muy dura. Pero _____ tenía ya veintidós años, y no podía tardar mucho más en casarse.
—Lo sé. Pero es que me parece tan injusto. Nosotras tenemos fecha de retiro, mientras que vosotros podéis casaros cuando queráis. —Lo miró con fingida inocencia—. Mírate a ti, tú te has casado siendo casi un vejo, y a nadie le ha extrañado.
— ¿Siendo un viejo, dices? —Alzó la ceja con impertinencia. Ella sonrió, sabiendo que le había picado en el orgullo. —Ajá —asintió, pícara. —Pues un viejo no haría lo que yo hice hace un ratito, en la cama. Judith se puso roja como la grana. Seguía sin acostumbrarse a sus bromas
subidas de tono. —Bueno, eso es porque yo le puse mucho... entusiasmo. La detuvo en mitad del pasillo, apoyándola contra la barandilla de las escaleras, se puso frente a ella y la miró con adoración. —Yo me enamoré de ese entusiasmo. Tomó las gráciles mejillas entre sus manos, y la besó con pasión. Una voz masculina los interrumpió casi al instante. — ¿Creéis decente andar haciendo... eso, tan cerca de vuestro hijo? Dios, en
esta casa entró la dama por la puerta y la moral salió por la ventana. —La voz de Álvaro contenía un tono de horror fingido.
Terminó de subir los peldaños y se quedó parado en el rellano, frente a ellos, con los brazos cruzados.
—Maldito seas, Sunder. —Oyó que le decía Blas mientras se separaba a regañadientes de su esposa—. Voy a prohibir al mayordomo que te deje entrar.
Judith defendió a su hermano de forma automática.
—No harás tal cosa, querido, porque mi hermano ha venido a ver a Alexander, quien por cierto le adora. Y para ello ha de entrar en esta casa. Y como seda el caso de que yo también le adoro...
La cara de engreimiento de Álvaro hizo gruñir a Blas. Judith se acercó. El duque se resignó a lo inevitable.
—Bien. Siendo así, será mejor que me retire. — ¿Acudes a por refuerzos, Stanfort? —dijo en broma el vizconde. —Sí, mi hermana está al llegar, así seremos dos contra dos. Álvaro se puso tenso en cuanto lo oyó.

Cuando el corazón perdona (Álvaro&tu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora