Capítulo 1: El que depositó odio, recibirá odio.

369 42 76
                                    


Reinaldo era un tipo políticamente neutro. Había nacido con una inmunidad natural a la disputa de poder. Su padre era militante de la campora, y su madre de cambiemos. Él había sido producto de una noche de alcohol y fraude electoral. Único en su clase, se encontraba en un bar de provincia, tomando una cerveza bien fría y disfrutando del sabor del desencuentro que se producía a su alrededor. Los militantes habían capturado un neoliberal y lo estaban exorcizando.

—¡Sal, demonio capitalista, el poder del ojo de Nestor te lo ordena! —Gritaba el fanático mientras sostenía con todas sus fuerzas un colgante con forma intermedia entre buitre y pez abisal, que representaba el sacrificio que la profeta Cristina había hecho al enfrentar a los temidos buitres del fondo... o algo así.

—Vas a trabajar, planerito de mierda ¡vas a trabajar!—les respondía el prisionero.

—Salvajes...— Musitó Reinaldo

—Calláte vos, pecho congelado. —Señaló con desdén al hombre que se encontraba en el piso y con varios peronistas conteniéndolo—. Este enviado de Clarín quiere desvirtuar nuestra democracia. Esa que tanto nos costó imponer por la fuerza.

—Loco, dejáme tomar una puta birra en paz. Un día te pido, boludo, un puto día. Un puto día sin venir acá y que golpeen a alguien de la oposición.

—El otro día transformamos a un votante de Del Caño— Se regocijó un tipo alto, escuálido y que parecía consumido por su devoción al FPV

—Eso es como cercenarle el cuerno a un unicornio.

El exorcista gordo lanzó una solución con partes iguales de Fernandito y Manaos encima del supuesto devoto a estados unidos y los buitres y toda la cosa. Comenzó a quemarse.

Le "regalaron" una buena cagada a piñas...

Y terminaron amarrándolo a una silla, abriéndole los parpados con un complicado dispositivo hecho con alambre.

—Háganle ver doce horas seguidas de cadenas nacionales.

—¡No! ¡no!—Exclamaba— Juro que comeré choripanes, cobraré planes, dejaré de trabajar, ¡pero no me hagan esto!

— "Dejaré" en vez de "voy a dejar"... ¿Acaso el español rioplatense, bien argento y popular, no sirve para vos? — Preguntó el líder local del grupo de militantes. Había sacado músculos a base de levantar pancartas, y tenía la cara llena de cicatrices por comprar afeitadoras nacionales defectuosas. Se llamaba Domingo.

—Muchachos, la puta que los parió, dejen al pobre hombre de una vez. La constitución garantiza la libertad de culto.

—Pecho frio.

Reinaldo, cansado del comportamiento intolerante de quienes frecuentaban el lugar, se precipitó contra la puerta y la abrió de un sopetón. Vio las azules calles, pavimentadas con boletas del FPV recicladas. El Rostro Esperanzador De Nuestra Kerida Líder se repetía hasta donde alcanzaba la vista. Incluso las ventanas de los edificios mostraban sus facciones.

Botssa, el guardián de los jubilados y enemigo de los narcos, que era un robot creado por Unidos Por Una Nueva Alternativa para conmemorar a uno de sus hombres, aterrizó frente a él.

—Hola, soy Botssa, y te quiero hablar a vos...

—Ahora no, Botssa. No tengo ganas.

—Hay que sentarse y dialog...dialog...dialog...—Detectó un pibe dándose con paco.

Extendió su mano y lanzó un rayo laser que fulminó al pobre turrito. Era obvio que la programación del robot era un poco... defectuosa.

—Se supone que tenes que combatir a la droga para ayudar a la gente, no para matarla.

—Mis órdenes son subir las jubilaciones y bajar el delito. Aparte de estar dispuesto a sentarme y dialogar.

—No te vi dialogar con el turro.

—La Kerida Líder vetó las Tres Leyes De La Robótica años atrás.

—No me interesa—Apartó al robot y continuó su camino. Su casa quedaba a solo unas cuadras del lugar.

— ¡Soy el único que puede ganarle a Scyoli en el ballotage!

Ignorando eso ultimo, Reinaldo reparó unos segundos en el paisaje que el rodeaba. Eso no estaba bien. Porque, a pesar de ser políticamente neutro, la ecología le importaba. Más que nada porque sin plantas no había bebidas alcohólicas. Y aguantar la realidad del país estando sobrio era una proeza que nadie quería realizar.

De entre las boletas de la calle surgió un perro y se acercó a saludar a Reinaldo. Unitario era un animal que Reinaldo había rescatado de un barrio bajo, donde casi lo carneaban para hacer chinchulines. Movía la cola con entusiasmo, solo para luego dejarla quieta y señalando siempre en la dirección de un cacerolazo cercano.

Un hincha salvaje de lo atacó desde un callejón oscuro. Era feo, calvo, encorvado. Ya no era humano. Al perder años atrás el futbol para todos, algunos con poca humanidad se habían vuelto monstruos horridos y sin razón.

Lanzó al desnutrido monstruo al suelo de un manotazo, y acto seguido Unitario lo ejecutó a puñaladas. Tener un perro que llevaba un cuchillo a todos lados era, como poco, algo útil. La sangre blanca y negra manchó las boletas.

—Fue penal—soltaba en su agonía el pobre diablo.

—Pobre criatura. Pensar que una mala gestión creo estas bestias.

Al morir, el hincha comenzó a liberar gas pimienta, por lo que Reinaldo y Unitario se alejaron corriendo de la escena. Mejor dicho, no salieron corriendo, sino que rajaron como motochorro de la policía.

Cuando llegó a su casa, Reinaldo buscó sus llaves. Palpó ambos bolsillos, y tocó algo frio y metálico. Lo sacó. Era una faca. No sabía cómo la había obtenido, pero si hay gente que vuelve de una noche de copas con SIDA, volver con una faca no era algo que se considerara malo. Volvió a meter la mano. Tocó algo congelado. Era una foto de un famoso jugador de fútbol, que parecía emanar frio, rompiendo un par de leyes de la física. Nada nuevo.

Lanzó la foto a una zanja cercana y el agua en esta se congeló.

Continuo media hora buscando las llaves en sus multiples bolsillos, y cuando las encontró, se dio cuenta de que Unitario había se había hecho un peinado punk. Su pelo dibujaba el logotipo de Misfits. Al menos no le había dado rabia peronista.

Argentina: un país con genteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora