IX. ALICIA REINA

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— ¡Vaya! ¡Esto sí que es bueno! —exclamó Alicia—. Nunca supuse que llegaría a ser una reina tan pronto..., y ahora le diré lo que pasa, Majestad —continuó con severo tono (siempre le había gustado bastante regañarse a sí misma)—. Simplemente, ¡qué no puede ser esto de andar rodando por la hierba así no más! ¡Las reinas, ya se sabe, han de guardar su dignidad!

Se puso en pie y se paseó un poco..., algo tiesa al principio, pues tenía miedo de que se le fuera a caer la corona; pero pronto se animó pensando que después de todo no había nadie que la viera.

—Y si de verdad soy una reina —dijo mientras se sentaba de nuevo— ya me iré acostumbrando con el tiempo.

Todo estaba sucediendo de manera tan poco usual que no se sintió nada sorprendida al encontrarse con que la Reina roja y la Reina blanca estaban ambas sentadas, una a cada lado, junto a ella; tenía muchas ganas de preguntarles cómo habían llegado hasta ahí, pero tenía miedo de que eso no fuese lo más correcto.

—Pero, en cambio —pensó— no veo nada malo en preguntarles si se ha acabado ya la partida. Por favor, ¿querría decirme si...?—empezó en voz alta, mirando algo cohibida a la Reina roja.

— ¡No hables hasta que alguien te dirija la palabra! —la interrumpió bruscamente la Reina.

—Pero si todo el mundo siguiera esa regla —objetó Alicia que estaba siempre dispuesta a discutir un poco— y si usted sólo hablara cuando alguien le hablase, y si la otra persona estuviera siempre esperando a que usted empezara a hablar primero, ¡ya ve!, nadie diría nunca nada, de forma que...

— ¡Ridículo! —gritó la Reina—. ¡Niña! ¡Es que no ves que...? —pero dejó de hablar, frunciendo las cejas y después de cavilar un poco, cambió súbitamente el tema de la conversación—. ¿Qué has querido decir con eso de que «si de verdad eres una Reina»? ¿Con qué derecho te atribuyes ese título? ¿Es que no sabes que hasta que no pases el consabido examen no puedes ser Reina? Y cuanto antes empecemos, ¡mejor para todos!

—Pero si yo sólo dije que «si fuera»... —se excusó Alicia lastimeramente. Las dos reinas se miraron, y la roja observó con un respingo:

—Dice que sólo dijo que «si fuera»...

— ¡Pero si ha dicho mucho más que eso! —gimió la Reina blanca, retorciéndose las manos—. ¡Ay! ¡Tanto, tanto más que eso!

—Así es; ya lo sabes —le dijo la Reina roja a Alicia—. Di siempre la verdad..., piensa antes de hablar..., no dejes de anotarlo todo siempre después.

—Estoy convencida de que nunca quise darle un sentido... —empezó a responder Alicia; pero la Reina roja la interrumpió impacientemente.

— ¡Eso es precisamente de lo que me estoy quejando! ¡Debiste haberle dado algún sentido! ¿De qué sirve una criatura que no tiene sentido? Si hasta los chistes tienen su sentido..., y una niña es más importante que un chiste, supongo, ¿no? Eso sí que no podrás negarlo, ni aunque lo intentes con ambas manos.

—Nunca niego nada con las manos —protestó molesta Alicia.

—Nadie ha dicho que lo hicieras —replicó la Reina roja—. Dije que no podrías hacerlo ni aunque quisieras.

—Parece que le ha dado por ahí —comentó la Reina blanca—. Le ha dado por ponerse a negarlo todo..., sólo que no sabe por dónde empezar.

— ¡Un carácter desagradable y desabrido! —observó la Reina roja; y se quedaron las tres durante un minuto o dos sumidas en incómodo silencio.

La Reina roja rompió el silencio diciéndole a la blanca:

—Te invito al banquete que dará Alicia esta tarde.

Alicia A Través del Espejo - Carroll LewisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora