Desaparecido

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Estúpido e inmaduro. Eso fui. Alejarme cuando las cosas iban a buen puerto. Me gustabas. Y mucho. Pero no eras tú, era yo. Vaya pretexto tan bobo. Quizás tan sólo huí mientras el fuego nuestro aún ardía. 

 Tú decías que era maduro para mi edad. Gastón, sólo tenía diecisiete. Era normal que actuara así. ¿Si fue fácil? Quisiera decirte que no, pero la verdad es que cuando pensaba en ti, buscaba otros labios y cuerpos por satisfacer. Vamos, no te enojes. Aquí no es como en el pueblo donde nuestros besos tenían que ser furtivos o las expresiones de sexualidad clandestinas. 

Vi la oportunidad, o quizás busqué un pretexto, para irme a la ciudad. Así, entre enraizarme en tus caricias o volar tras los aleteos nocturnos con esbeltos efebos, pues ya sabes que decidí. Sabes, mañana cumplo veinticinco. Y puedo decir que aprendí lo fugaz que resulta el placer físico y de lo efímero de las amistades nocturnas. Quizás sea por eso que tu calaste aquí, sí, justo aquí, donde mi alma serena te cobijó alguna vez.

-Joven, en diez minutos cerraremos.

¿Recuerdas las cartas que te envié? ¿Aún las conservas? Era la primera vez que escribía a un chico. Una letra primariosa acompañada de cursis dibujos. Y tú, qué manera de responder, con incendiados versos en hermosa letra cursiva. En verdad, te quise y muchísimo.

Cierto, escribías una novela cuyos primeros capítulos me encantaron ¿la terminaste? ¿Soy alguno de tus personajes?  Cuán implacable ha sido tu distanciamiento. Gastón, ¿a dónde te has ido?

Lejanas cercaníasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora