Para cuando cierres los ojos

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Lukas no tuvo mejor idea que ir a la casa de su enamorada para restregarle su nuevo juguete 0 km y festejar su recién adquirida mayoría de edad con otros amigos más. Recordó en el camino lo caótica que se encontraba Lima en esos días (tras el vídeo del asesor presidencial sobornando a un congresista, las multitudes pedían la cabeza del presidente). Ya era demasiado tarde, pues estaba ya al interior de una retahíla de vehículos que se desplazaban a velocidades minúsculas debido a las protestas.

Resignado, busca algo en la guantera de su auto para distraerse. Hay discos, muchos, Brahms, Mendelssohn, Wagner.... entonces, encuentra uno sin rótulo. Intrigado decide oírlo. 

- "Erase una vez un menudo aprendiz de violín y su maestro... A mi Tadzio" - una voz en off comienza a decir algo mientras suena melodías clásicas, todas tocadas por un sólo violín.

- "Siempre fuiste caprichoso y tu madre te complacía en todo" - directo y sin anestesia sentencia la voz aún desconocida. 

Lukas se preguntaba quién podría haberse tomado la molestia de grabar un disco insultándole. Recurría a su memoria para saber quién era, la voz le parecía conocida. 

- "Juguetes por doquier y no era necesario que fuera tu cumpleaños o navidad. Todos ellos tenían el mismo final: algún rincón del sótano de tu casa, empolvados, pudriéndose. Como aquel juego de ajedrez tallado en madera fina, el que aprendiste a jugarlo pero terminó a los días aburriéndote."

-  ¡Claro, es la voz de Martin!, exclamó Lukas mientras llegaban a galope los recuerdos. Aquel verano te habías entercado en querer aprender a tocar el violín. Y cuando llegó el primer día de tus lecciones, estabas entusiasmadísimo. El profesor no era tan viejo como te lo habías imaginado. Martín tenía 23 años, talla mediana, usaba lentes, delgado, blanco-bronceado y de ojos encendidamente marrones. Te enseñó la postura correcta de coger el violín, las primeras notas musicales y así fue cada jueves de las siguientes semanas.

Un jueves, extrañamente no hubo nadie en casa. Bromas y sonrisas iban y venían, te simpatizaba. Te contó que era provinciano y que luchaba contra las adversidades día tras día para alcanzar sus sueños, el ser músico profesional; en ese momento, lo admiraste.

"No, Lukas, mejor... a ver te ayudo". Se puso detrás de ti. Su aliento golpeaba suavemente tu nuca. No llegaste a comprender el porqué de esas vibraciones extrañas que generaban ebullición en tu cuerpo. De pronto, él besó tu cuello (o al menos creíste que lo hizo).La cordura te vino disfrazada de violencia. Pese a tener catorce años tuviste la fuerza suficiente para expulsarlo de tu espalda. Le clavaste una mirada inquisidora y le condenaste al cadalso de tu vergüenza. Lo sacaste primero de tu cuarto, luego de tu casa y finalmente lo borraste de tu memoria.

Unos días después, tu familia estaba celebrando el cumpleaños del abuelo. Cenaban todos. En eso, el timbre sonó. Era él. Tocaría un breve concierto privado para el viejo patriarca. Le invitaste a pasar y te excusaste con la familia de ya no continuar cenando, adujiste que estabas muy cansado.En tu cuarto, escuchaste las felicitaciones que recibía Martín. Se iría becario a no-se-qué-escuela de música londinense.

Y mientras eso sucedía, te quedaste dormido hasta que un dulce, sereno y furtivo susurro aterrizó en tu cuello. "Hasta pronto, niño, cuídese... ojalá algún día llegue a dominar el violín" . Y fue entonces cuando descubriste el sabor almíbar de sus delgados labios. A la mañana siguiente, tu mamá estaba algo molesta contigo pues te habías quedado dormido y a que te habías despedido de la visita. 

Por unos segundos, un silencio interrumpe la historia de la voz en off. Al retornar la voz le confiesa que la siguiente es una composición inspirada en aquel menudo alumno que dejó inconclusas sus clases de violín. "Dicen de ese niño que toma cuanto desea. Dicen de ese niño que es cautivador y manipulador. Pero yo sé que sólo es un niño que grita por amor sincero y desinteresado. Sólo es un niño que cuando esté exhausto de jugar, necesitará de un abrazo o de un beso cálido que le de paz. Para ti, niño.... Para cuando cierres los ojos".

Lukas vio que comenzaba a despejarse el tráfico. Condujo unos metros más, dobló a la derecha y se estacionó en un parque. Reclinó su cabeza sobre el timón. Surcaba ya una lágrima por su mejilla.

Lejanas cercaníasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora