Cinco.

7 0 0
                                    

Jorge se pasó el viaje imaginando lo linda que serían las tierras del norte y recordando aquellas historias que su padre le contaba sobre unos pueblos vecinos de Montealto.

Una vez fuera del tren procedió a retirar unos papeles y preguntar sobre la dirección de la catedral que le había anotado su obispo anterior. Al lado de unas bancas de la estación estaba una niña sucia y muy delgada que en sus manos llevaba un letrero con las palabras ''Soy huérfana y tengo un hermano. Ayúdenos''.

-Hija ¿qué haces ahí? -la niña no contestó. Tenía la mirada perdida-. ¡Ven, levántate!

-No.

-¿Por qué?

-Tengo que ayudar a mi hermano.

-¡Ven, levántate! Está lloviendo, te enfermarás ahí sentada.

-¡No, no quiero, déjeme! -comenzó a gritar la pequeña a la que Jorge le ofrecía su ayuda.

-¡Déjela! -Dijo una señora entrometiéndose entre el sacerdote y la muchacha- Ustedes ya han hecho bastante daño en este pueblo, ¡váyase de una vez!

-Yo sólo quería llevarla a un lugar más caliente. Aquí afuera se puede enfermar -se explicó.

-¿Sí? ¿Y luego abusar de ella? ¡Fuera de aquí!

-No logro entenderla.

-¡Fuera de aquí! -Comenzó a gritar la multitud que observaba.

Jorge entre dolido y ofendido decidió seguir con su camino, sin embargo donde quiera que fuese o preguntase ''¿dónde se encontraba la catedral de San Francisco?'', todos lo miraban con odio y le quitaban la mirada. Jorge no entendía por qué lo odiaban sin motivo alguno.

Luego de caminar perdido bajo la lluvia se le acercó un hombre joven junto a su pequeña hija.

-¿Qué hace aquí afuera? ¿Acaso no sabe que pronto comenzará una gran y fuerte tormenta?

-¡Oh, no tenía idea! -se disculpó Jorge.

-¿Tiene usted donde pasar la noche?

-Me temo que no. Yo buscaba la catedral de San Francisco.

-¡La catedral!

-Así es.

-Pero está del otro lado del pueblo. Para cuando llegue ya habrá pescado una pulmonía. Venga lo llevaré hasta mi casa.

Jorge aceptó y se alegró de que por lo menos uno de todos esos ciudadanos le brindasen ayuda y no lo juzgasen sin motivo.

Más tarde, cuando ya estaban todos dentro de casa y fuera de las manos de tan densa lluvia, el joven, saludó.

-Usted no es de aquí ¿verdad?

-Me temo que no, hermano. A mí me han trasferido hasta este pueblo, soy el nuevo secretario del Cardenal Mocheati.

-Entiendo -dijo quitándose el abrigo e invitando a Jorge a tomar asiento.

-Hola, Michael -saludó una joven señora con delantal que salía de la cocina.

-Hola, Katherin -respondió el salvador de Jorge-. Esta es mi esposa.

-Buenos días, señora -saludó Jorge levantándose de la silla y extendiendo su mano.

-Buenos... -dijo seca con la misma mirada que la gente del pueblo.

-¿Quiere cenar? -preguntó el esposo.

-No se moleste, pensándolo bien ya debo irme, prometí llegar hoy a la Catedral de Montealto.

-No es molestia Padre. Además ya casi anochece y la lluvia aún sigue.

-No pensaras invitarlo a cenar ¿verdad? -pregunto Katherin.

-¿Por qué no he de hacerlo?

-Es un cura.

-¿Y eso qué tiene que ver? Él es nuevo en el pueblo y no tiene donde ir. Además ¿no eres tú la que siempre anda diciendo que hay que ayudar al prójimo?

-Yo no quiero ocasionar peleas -confesó Jorge.

-No se disculpe padre. Es usted mi invitado.

Más tarde en la mesa, luego de que Michael diese las gracias por la comida, Jorge les contó de donde venía, de su madre y hermana, y lo que hacía en Montealto.

-En este pueblo hace años que no tenemos un sacerdote tan joven como usted -informó Michael.

-Sólo desgracias -dijo la señora.

-¿Disculpe?

-Me disculpo por mi esposa, pero hace algunos años un sacerdote que llego de Puebla, un pueblo vecino, abusó de una jovencilla y desde entonces todos los del pueblo se llevan hablando atrocidades de la Iglesia.

Jorge por poco casi escupe lo que tenía en la boca.

-Es más, el cabeza de la diócesis, el Cardenal Mocheati lo sigue incubriendo. Todos los curas en este pueblo son unos hipócritas.

-De verdad espero que usted cambie los pensamientos de este pueblo.

Jorge se mantuvo en silencio el resto de la cena. No podía creer que el Cardenal para el que trabajaría encubriera dichos actos.




La última confesión.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora