Seis.

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A la mañana siguiente Mishael guío a Jorge hasta la catedral, que esperaba llegar antes de la misa de las doce de la mañana.

-Aquí es, padre.

-Muchas gracias, hermano.

-Lo dejo, porque voy atrasado al trabajo. De verdad espero que las cosas cambien aquí con su presencia.

-Eso espero... eso espero...

Entró en la iglesia. Estaba desértico. No había nadie excepcionando a una pareja de abuelitas, unos niños que estudiaban para la primera comunión y una familia de tres, a pesar que esa era la catedral y la Misa ya había empezado hace unos cuarenta minutos.

Cuando acabó, el sacerdote bajó a dar la bendición a unos niños y Jorge lo interrogó.

-Disculpe, mi nombre es Jorge y soy el nuevo secretario del Cardenal Mocheati, ¿usted sabe dónde puede estar?

-Así es... está en la oficina de la catedral. Puedo guiarlo si quiere.

-Se lo agradecería mucho.

Así fue como entraron a la sacristía donde el sacerdote celebrante se quitó la túnica dejando sólo su típica vestimenta negra de sacerdote.

-Yo era el viejo secretario del Cardenal –se explicó– ¿si deseas puedo explicarte algunas cosas de aquí?

-Se lo agradecería mucho –dijo Jorge sonriendo.

Así fue como al llegar a la oficina, el viejo secretario le explicó para qué servían todos y cada uno de los libros que reposaban en la estantería.

-¿Es usted el joven Rixi?

-Así es... Jorge Rixi y ¿usted?

-Él es el Cardenal Mocheati, Jorge –explicó el instructor del joven.

-¡Oh, siento mucho mi desinformación!

-Ya puede irse, padre Pablo. De seguro su tren ya se debe haber marchado.

-No se preocupe –dijo el antiguo secretario despidiéndose de Jorge y del Cardenal.

Cuando se marchó, Mocheati continuó diciendo.

-La carta decía que usted llegaría ayer en la noche.

-Tiene razón, es que no sabía cómo llegar hasta aquí y me bajé una estación antes y luego la llu...

-Odio la impuntualidad –dijo el Cardenal interrumpiendo al prematuro sacerdote.

-De verdad lo lamento, pero las circunstancias me retrasa...

-Y ¿sabe qué más odio sobre la impuntualidad? –Preguntó nuevamente, interrumpiendo– las escusas.

-Está bien, señor.

-Mire señor Rixi, aquí las cosas funcionan de la siguiente manera: Usted dormirá aquí en la Catedral y se despertará a las 6.15 para luego rezar la primera oratoria junto a los demás padres a las 7.00 en punto, ni un minuto más ni uno menos, luego tendrá una hora para desayunar; aquí deberá entrar a las 8.10 de la mañana, yo por la mañana trabajo en el colegio católico del pueblo y al llegar aquí usted tendrá un informe listo con todas las llamadas que haya tomado a mi nombre ¿entendido?

-Claro como el agua –bromeó Jorge teniendo una esperanza de que el hombre se riera pero, claro que no fue así.

-Aquí tiene las llaves que necesitará, todas tienen el nombre de donde entran. ¡Ah! Y se me olvidada, usted hará la última Misa del día a las 21.00 horas de la noche.

-Pero a esa hora no viene nadie.

-¿Eso quién se lo ha dicho? En esta Catedral no importa que los feligreses no estén en Misa sino que, la Misa se realice.

Jorge creía que cada vez que intentaba decir algo, arruinaba más aun el humor del Cardenal. Eso no sería fácil, pero bueno, nada que valga de verdad la pena sale fácil.


La última confesión.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora