Siete.

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Así fue su día a día: Despertaba temprano por la mañana y se unía a los demás sacerdotes para rezar, luego desayunaban todos juntos y el Cardenal se iba, Jorge entraba en su oficina y ahí se pasaba todo el día atendiendo llamadas y buscando información en los archivadores de aquellas grandes estanterías, también de vez en cuando tomaba prestado un libro del Cardenal para entretenerse, claro que sin que él lo supiese, luego llegaba el Cardenal y el se iba para dar la última Misa del día.
Un día algo extraño llamó su atención, en Misa habían dos personas sentadas en las primeras bancas, cosa rara ya que nunca nadie en ese pueblo asistía a Misa, ni mucho menos tan tarde. Jorge prosiguió con el rito, dio la hostia al sacristán, un hombre viejo y cansado, y luego a un hombre y su esposa. Terminada la Misa Jorge salió para dar la bendición a esa pareja, pero sólo estaba Luis, el sacristán.
-¿Y las personas que estaban aquí?
-¿Qué personas, padre?- dijo pausado.
Era obvio que no se había dado cuenta ya que era muy viejo y a veces las cosas se le olvidaban, pero aun más probable era que Jorge lo hubiese imaginado por el estrés y cansancio que tenía, puesto que nadie en ese pueblo iba nunca a la Catedral.
Así fueron pasando los días y cada vez veía más gente en la iglesia. Primero fue esa pareja de jóvenes, luego una abuelitas, después una familia de cinco, y para terminar unos cuantos jóvenes. Para Jorge era maravilloso, después de mucho tiempo podría ver como esa arruinada Iglesia tomaba nuevamente color.
-Disculpe padre Ricardo- dijo Jorge en silencio sin que nadie lo escuchara, puesto que estaban en la oración de las mañanas con el Cardenal muy cerca de ellos.
-Dime, Jorge.
-Usted tiene Misa a las tres ¿verdad?
-Así es.
-Desearía cambiar de horario conmigo, padre. Es que ayer en la noche han asistido unas diez personas a Misa y quizás si hago Misa más temprano podría convocar más gente- Expresó Jorge.
-Es una magnífica idea, Jorge. Si quieres podemos empezar mañana, dejame acomodar mis horarios y todo irá bien.
-Muchísimas gracias padre.
-Dios te bendiga Jorge y que tu idea dé grandes frutos- Agregó el hombre con gran pasión y esmero.
A la noche, antes de acabar con la Misa Jorge se dio el tiempo de dar la noticia a sus feligreses.
-Antes de acabar la Misa hijos míos quiero darles un pequeño aviso. Desde mañana el horario de esta Misa será cambiado a las tres de la tarde para que tengan una mayor comodidad. Sin más preámbulos hijos míos yo los bendigo, vallan en paz- dijo para terminar.
Cuando acabó la Misa se dirigió dentro para ayudar al viejo a apagar las velas y guardar las copas e instrumentos, pero se llevó una gran sorpresa, una mujer esperaba sola junto a su hijo cerca del altar.
-Buenas noches, padre.
-Buenas noches, hija-. Y mirando hacía abajo, preguntó -¿Y quién es el jovencito?
-Es mi hijo, su nombre es Juan, yo soy Teresa, vivo a unas cuadras de aquí y quería saber si él podía unirse a los monaguillos (niños que ayudan al sacerdote en la Misa).
-¡Oh! Sí. Sí. Claro, con mucho gusto aceptáremos a este apuesto y joven muchacho.
-Mire, con toda sinceridad, para mi esto no es fácil...
-¿Disculpe?- preguntó sin entender.
-Ya sabe, con todo lo que pasó en este pueblo, con lo de la muchacha esa.
-Creo que no acabo de entender.
-¡Ah! Usted es nuevo, ya lo olvidaba ¿aún no le cuentan lo de la muchacha? ¡Ella fue la causante de todas las desgracias de este pueblo, padre. Por su culpa ya no hay nadie en Misa.
-¿De qué muchacha habla?
-Hijo, ve a jugar por allá-. Ordenó la madre -Hace unos años había un padre como usted en este pueblo, era joven y muy apuesto, quería mucho a los niños que venían a Misa, en especial a una jovencilla de quince años, un día en plana Misa se escucharon unos gritos de la sacristía (donde se visten los sacerdotes), era la niña, estaba llorando y sangrando, al parecer ese sacerdote había abusado de ella. Todos se escandalizaron y comenzaron a alborotarse, gritaban y golpeaban al padre, se sentían heridos, como si hubieran jugado con su fe, como si se hubieran ganado su confianza y luego les clavaran un puñal.
-¿Y qué pasó con esa jovencita?
-No lo sé, la verdad no me interesa lo que se pase a esa muchacha.
-¡¿Cómo puedes decir eso, hija?!
-Es la verdad, padre. Ella está manchada, es impura.
-¡Basta ya! ¡Ella carga con un pecado que no le pertenece ¡no debemos juzgarla, sino protegerla, hija mía!
-Por lo que he escuchado ella aun vive en el pueblo y tuvo a ese hijo.
-Tereza, te tengo una misión, hija. Tienes que buscarla y traerla aquí, yo me encargaré de ella- insistió Jorge.
-¡Yo, padre!- preguntó escandalizada.
-Así es.
-No, padre. No puedo.
-Tereza, es una penitencia, un sacrificio para Dios nuestro señor.
-Está bien, padre. Veré qué hacer.
-Gracias, hija mía. Te haz ganado un pedazo en el paraíso.
Jorge se pasó meditando toda la noche aquella conversación, necesitaba averiguar más del tema. Aquella historia explicaba porqué parecía que todos allí odiasen a la Iglesia y también el porqué de tan dura bienvenida le dieron todos en el pueblo. El arreglaría las cosas en ese lugar, esa era una misión de Dios.

La última confesión.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora