• Capítulo 20: Verdad •

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—¿Y bien? —cuestioné una vez más dentro de mi habitación mientras lo miraba con una especie de determinación.

Edward aún no había querido decirme nada. Llevaba un par de días tratando de convencerlo para que me dijera al menos un mínimo detalle de lo que él era, pero no fue como si tuviera tanta suerte.

—Ya vas a contarme —espeté en una mueca—. Prometiste que me dirías la verdad —dije con los brazos cruzados sobre mi pecho.

Él me miró por unos momentos, luego caminó por toda la habitación hasta llegar al otro extremo en donde se cruzó de brazos igual que yo, apoyó su hombro en la pared y me sonrió de lado mientras sacudía la cabeza.

Por un largo tiempo pareció pensarlo hasta que finalmente, lo escuché soltar un largo suspiro, dejó de recargarse y se acercó.

—¿Por qué insistes tanto en saberlo? —preguntó—. ¿Acaso no te es suficiente con que ya sepas lo que soy?

Me negué y en segundos lo tuve frente a mis ojos. Tenerlo demasiado cerca aún me ponía nerviosa.

—Soy una persona muy curiosa —contesté apenas. A pesar de que llevábamos días tratándonos él me hacía sentir aun de esta manera—, y el que sepa lo que eres no significa que conozca realmente quién eres.

En ese momento me alejé lo más que pude de su rostro.

Él me sonrió.

—De acuerdo —dijo al fin—. Te diré la verdad.

Entrecerré mis ojos en él, había sido demasiado fácil convencerlo en esos momentos que se me hacía un poco extraño que él hubiera aceptado tan rápido.

—Aunque no será fácil de entender —agregó serio—. ¿Qué quieres saber?

Lo miré durante un tiempo mientras pensaba en mis preguntas hasta que, al fin me decidí.

—¿Quién eres? —solté mirándolo a los ojos, él me miró confundido—. Me refiero a... ¿De dónde vienes?

—¿No crees que esa pregunta es muy obvia?

—Sí, quizá —dije mientras asentía—, pero es algo que quiero saber.

Él asintió con un suspiro, parecía que aún lo estaba pensando.

—De acuerdo —murmuró al recargarse en la orilla de mi tocador—. Te lo diré, aunque una vez que lo haga tendrás que venir conmigo.

Mis cejas se arquearon.

Edward no parecía muy contento, pero tampoco era como si estuviera disgustado por la decisión que había tomado, de hecho, muy pocas veces lo veía tener alguna clase de expresión distinta en su rostro.

—¿Por qué debería de hacerlo? —pregunté.

—Porque si no lo haces morirás —dijo y de inmediato todas mis expresiones se congelaron—. Lea, ningún ser humano debería saber sobre nosotros, sin embargo, él que tú lo sepas representa gran un riesgo, no solo para ti, sino también para mí. Nuestra vida está rodeada de secretos —comentó llegando hasta mí—. A pesar de ser lo que somos no podemos mandarnos solos, hay leyes, reglas —dijo con un tono de voz que logró estremecerme—. Es por eso que tras haberlo pensado no tengo más opción que solicitar permiso y si tengo suerte... podré convertirte.

Tragué duro al escucharlo.

Sabía de antemano que al saber su secreto o cualquier otro me estaba arriesgando demasiado incluso, ponía en peligro mi propia vida, pero no fue sino hasta este instante en que tome con seriedad la gravedad del asunto.

Linaje: Secretos de sangre IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora