1. El callejón

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A pesar del resurgimiento del C.A.E. como

cuerpo de seguridad pública, en 2022 Santa Gloria aún

continuaba siendo un lugar peligroso. Su peor parte se

podía ver en los barrios más alejados del cuartel general

de la agencia. Pasear por ellos por la noche podía ser el

equivalente a atravesar la más salvaje de las junglas en

temporada de caza.

Pero para la pobre Karen no había otro

remedio. Sus padres murieron siendo ella una cría y en

el orfanato sólo se hicieron cargo de la niña hasta los

dieciséis. En un lugar como Santa Gloria, los orfanatos

siempre estaban a rebosar debido a la Gente que

literalemente huía de la ciudad o que no podía hacerse

cargo de cuidar a un niño ya que no podían encontrar

trabajo o incluso que morían en extrañas

circunstancias dejando huérfanos. Los pequeños eran

abandonados a diario.

Por ello, los orfanatos prácticamente los

echaban a la calle cuando éstos cumplían los dieciséis,

edad en la que se consideraba legalmente que una

persona podía hacerse cargo de sí misma de manera

independiente. Era una decisión muy dura y a mucha

gente le parecía algo espantoso abandonar a su suerte a

menores de edad que ni siquiera habían terminado su

educación básica. Pero viendo las condiciones en las

que debían trabajar y los pocos centros disponibles en

la ciudad, ¿quién podría culpar a los orfanatos por dar

prioridad a los niños más pequeños?

Karen había sido una de esas niñas que habían

terminado por acabar en la calle con poco más que lo

puesto. Lo único que había conseguido encontrar para

ganarse el pan era un trabajo en un bar de mala muerte

y un apartamento de alquiler, aún más de mala muerte,

a varios barrios de distancia de donde trabajaba. Los

servicios de transporte público se cortaban a las doce

de la noche y no podía permitirse ni de lejos pagarse un

taxi a diario, por lo que no le quedaba más remedio que

cruzar el trayecto a pie todas las madrugadas.

Aunque en los seis meses que llevaba

trabajando en ese sitio nunca le había pasado nada

grave en ese trayecto, seguía recorriéndolo insegura y

asustada. La gente con la que te cruzas a las cuatro de

la mañana de un martes no suele tener un aspecto muy

tranquilizador. Sobretodo de madrugada, aquellos

barrios no eran lugar para gente de bien, y menos para

LOS DIABLOS DEL CIELODonde viven las historias. Descúbrelo ahora